domingo, junio 19, 2011

 

AQUÍ "CUALQUIER OTOÑO"



El pasado 12 de mayo recibí en el ubicuo Blackberry un mail emitido desde Tucumán, Argentina. Me lo envió Rogelio Ramos Signes, escritor y amigo al que admiro por su lucidez y generosidad, uno de los lujos que me dejó David Lagmanovich. Yo viajaba en ese momento del DF a Querétaro, en un bus de la línea Anáhuac, y por razones que no traigo a cuento me sentía profundamente abatido, casi como nunca. Pues bien, el poema de Rogelio, dedicado a su padre, me alentó, me levantó el pecho, me hizo ver que la vida es apenas un buche de aire y no vale la pena desperdiciarla en pequeñas pesadumbres. Le respondí de inmediato con una carta que, creo, no me deshonra: “Querido Rogelio: Ando de viaje. Voy en un bus, ando el trayecto que va del DF a Querétaro, en el centro de mi republica.
Te escribo desde el celular y te quiero pedir un favor: que creas en las lágrimas que he derramado aquí, tan lejos de San Juan, por la memoria de tu padre.
Tus palabras me han traído una emoción poderosa, y la agradezco. Es una caricia para el alma leer algo así de bello y emotivo, de franco y enaltecedor.
Gracias por compartirlo.
Te respeto y te mando todo mi fraternal afecto. Un abrazote: Jaime Muñoz Vargas”.
El poema lleva como título “Cualquier otoño”, y no viene mal nunca, menos en el día del padre. Ojalá y les guste tanto como a mí. Y gracias, Rogelio, por permitir que convivamos con tus palabras. El blog no me permite trabajar la disposición tipográfica del poema original, pero no importa: comunica muy bien su mensaje como viene a continuación.

Cualquier otoño

Rogelio Ramos Signes

a Rogelio Ramos Díaz

Hoy hace cien años
aunque no sé a qué hora
nació mi padre,
mi padre que ya no está,
que partió con cierto apuro
hace casi dos décadas.
Vino mi padre en un vientre malagueño
que llegaba en un barco
para derramarse aquí.
Vino en un vientre
a la tierra del vino,
a mezclarse con él
antes de cualquier proceso.
Estoy hablando de uvas
de las uvas que amaba mi padre,
que era hombre que amaba
los frutos de la tierra,
en San Juan
donde la tierra es mezquina,
a fuerza de piedra y piedra
y esa arena tan gris.
Me cuesta imaginar
este país hace cien años,
el puerto de Buenos Aires
vuelto hormiguero
por inmigrantes pobrísimos
que cuidaban sus nadas
en valijas de cartón y de flejes,
sus atados de ropa, de tela cualquiera
convertida en seda
sólo por el uso.
Me cuesta imaginar el presente
de ese ayer de expectativas
en un país que nada iba a regalarles
para que dejaran de ser esclavos
y se convirtieran en esclavos
de sí mismos, todo el tiempo.
¿Quién era el presidente ese año
en que nació mi padre?
¿Quién quería derrocar a ese presidente?
Debe estar en la prensa
si es historia de traiciones.
¿Cómo fue el trayecto
de Buenos Aires a San Juan por tierra
luego de tanto mar?
Nadie puede responder a esta pregunta.
Los archivos hablan de otras cuestiones.
Las estadísticas registran el paso
de apellidos gloriosos,
no la sombra de gente
con futuro de labranza.
Hoy hace cien años que nació mi padre.
No sé a qué hora.
Seguramente las calles
estarían cubiertas de hojas,
y esas hojas serían amarillas
como en cualquier otoño.
Sólo sé que fue en Albardón,
ligeramente al norte de la ciudad de San Juan,
entre Villicum y Pie de Palo.
¿Cómo sonaban en los oídos de esos inmigrantes
nombres tan extraños?
La pregunta se responde sólo con supuestos.
Cerca de las aguas termales de La Laja.
Cerca del mármol travertino
que hoy se encuentra en cualquier punto del país
nació mi padre,
un españolito que vino al mundo
hace cien años, a la luz de estas provincias,
y al que, a pesar de no creer en Dios,
Dios lo guarde.

(Tucumán, Argentina, 12 de mayo de 2011)





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