jueves, enero 20, 2011

 

DANTE EN UN HOMENAJE


Como lo comenté en su momento, el 9 de diciembre pasado organizamos una mesa para reconocer la trayectoria de Saúl Rosales. Aprovechamos su cumpleaños setenta y le tributamos algunas palabras que hoy he organizado para tenerlas a la mano. Son los textos que leímos Daniel Maldonado, Angélica López Gándara y yo. Saúl se aventó un palomazo y leyó algo de su cuño. Hace unos días, por carta, me reveló lo que son para él esos reconocimientos de sus amigos: “No alivian el desgaste de los cartílagos ni la oxidación de los huesos pero sí dispersan algunos nublados del alma”.
Saúl, pues, fue prevenido con un texto que raya en la sabiduría, es decir, en el sedimento que queda luego de acumular tanta experiencia abrevada en los libros y la vida. Su título es “El síndrome de Dante” (este y los demás textos del homenaje estarán completos en el blog de Ruta Norte):
Agradezco este homenaje promovido con ahínco por nuestro gran escritor Jaime Muñoz, solidariamente respaldado por todos mis amigos. Me llega cuando estoy, muy contra mi voluntad, en el pórtico del panteón municipal. Digo esto sin temor ni susto no porque prefiera el crematorio sino porque es sólo una introducción retórica para evocar el primer verso de Dante en la Divina Comedia, aquel que advierte: Nel mezzo del cammin di nostra vita. Según este verso dantesco, mi próximo cumpleaños lo celebraremos en el panteón. Si 35 es la mitad, el mezzo; 70, es el doble, por tanto, el final de la vita. Treintaicinco más treintaicinco son setenta.
Antes de ir más adelante debo aclarar que no sé hablar ni leer ni escribir la sonora lengua del dolce stil nuovo pero sí pude encontrar en internet la inmensa obra de Dante en italiano y sacar el primer endecasílabo: Nel mezzo del cammin di nostra vita. Lo busqué porque son clave sus once sílabas para este comentario de agradecimiento. Permiten decir que, como se afanaba en la creación de su Infierno, su Purgatorio y su Paraíso cuando andaba alrededor de los 35 años de edad, tenía la mitad de los que ahora me festejan a mí, por tanto, yo hablo ahora nel fine del cammin della mia vita. Conviene apuntar también antes de avanzar que en la traducción al español del gran poema dantesco, fervorosamente cincelada en endecasílabos por el argentino Bartolomé Mitre, el primer verso canta con suficiente fidelidad: “En medio del camino de la vida”. Retomo el verso en italiano: Nel mezzo del cammin di nostra vita, eso, pues, escribió Dante hacia 1300, año en que terminaba un siglo y comenzaba otro, y ya vimos hace diez años las inquietudes que provoca un año gozne entre centurias. Entonces, decíamos, hacia 1300, el igualmente autor de la Vida nueva, simbólico título renacentista, empezaba a esculpir, limar y lustrar los versos de su mayor obra poética a la vez que fijaba la lengua italiana.
Según el verso italiano que he citado tres veces, el poeta nacido en la Florencia prerrenacentista consideraría que a sus, digamos, 35 años de edad, pasaba por la mitad del lapso que ocuparía su existencia física. A sus, digamos, 35 años de edad, y con una obra previa muy valiosa en la poesía como es Vida nueva (Vita nuova), de 1293, que ya le había dado celebridad, su ciudad no le otorgaba reconocimiento por su literatura ni albergue cívico a causa de su posición política; lo mantenía exiliado por ser acendrado enemigo de quienes usufructuaban el poder de la urbe. Según el verso de Dante, entonces, yo estoy al final de mi vida puesto que acumulé ya el doble de la edad que él tenía cuando dijo: Nell mezzo del cammin di nostra vita. Así que gracias por este homenaje —si la palabra homenaje parece desmesurada yo la considero inversamente proporcionada por ser tan escaso mérito el llegar a los setenta años de edad, a pesar de cuernos de chivo, 9 milímetros y granadas—, homenaje, pues, que me llega cuando me encuentro, desde el cálculo de Dante, en el umbral del cementerio o del crematorio que prefiero. Ojalá no contrarié piadosos deseos pasándome del cálculo dantesco.
He reiterado que la distinción de que soy objeto se debe a que ya llegué al doble de treinta y cinco años de edad. Pero muchos torreonenses cumplen o han cumplido setenta años sin que se les haya premiado con honores públicos. Por ello, con no poco esfuerzo de mi septuagenario cerebro, puedo desenvainar la falacia de que tal honor se debe también a que mucho tiempo de esos abundantes decenios lo he dedicado a la literatura y ésta es un bien social. JMV





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