viernes, diciembre 24, 2010

 

UN OGRO ANTINAVIDEÑO



Recuerdo que debido al título por poco y no lo compro. A primer vistazo parecía (o es) cursi: Sentimiento de Navidad. Lo bueno es que antes de mirar hacia otro lado vi el subtítulo: Diatriba contra la perversión de una fiesta. Publicado en 1994 por la costarricense Editorial Vulcano que a pujidos disimula su condición pirata, hallé el susodicho libro en una de nuestras pocas librerías de viejo, habituales receptoras de material insólito. El autor de Sentimiento de Navidad es un tal Willington Restrepo, de quien la solapa nos cede tacaña información: nació en 1947 (no dice dónde), estudio medicina e hizo la especialidad en cardiología, ha publicado muchos artículos científicos en varias revistas y es un “apasionado” (así dice) de las novelas de caballería. Nada más es posible saber, ni con el socorro de internet, sobre este autor al que por el apellido le supongo cuna colombiana.
Restrepo sería, como en estricto sentido ya lo es, un sujeto olvidable si no fuera por su heterodoxa mirada sobre la navidad. Pocas veces he leído un comentario más airado contra una fiesta que habitualmente nos une y convoca sentimientos de amor y de paz en todos nosotros, hombres de buena voluntad. En otras palabras, el cardiólogo no se tienta el corazón para demostrar que la navidad es la fiesta más hipócrita que ha creado el ser humano. Por eso advierto que nadie más o menos apegado a la celebración debe acercarse a los renglones enderezados por el enfadado Restrepo: sus palabras de seguro le resultarán ofensivas, aunque es verdad que pueden ser leídas como el berrinche de un ogro que vocifera no en el desierto, sino en el Ártico, lo cual es más desgarrador si logramos imaginar la tiritante escena.
El libro tiene apenas 76 páginas. Todas, eso sí, muestran la postura acérrima de un hombre que ha decidido luchar a punta de insultos contra la aplastante maquinaria del capitalismo mundial. Desde su prólogo, Restrepo fustiga: “¿Festejar la navidad? ¿Es posible festejar la navidad en esta época de horror mundial, de hambre, de lucha armamentista, de control de las consciencias, de devastación ambiental? ¿No es más bien el consumismo idiota el que nos mueve a simular que podemos hacer una pausa para recordar que el amor sí existe? Ah, querido amor, ¡cuántos crímenes se comenten en tu nombre! (…) La navidad es una época de crímenes sin parangon (sic). Porque crimen es crear un mercado de ofertas para unos cuantos mientras más de la mitad, los parias del planeta, los desheredados, no pueden arrimarse ni un bocado que los haga sentir inmersos en una fiesta motivada por el natalicio de su supuesto redentor. Pobres de los pobres, pobres de los pobres niños, principalmente: para ellos la navidad es comer lo mismo, nada, en pesebres reales mientras otros cenan hasta hartarse junto a mentirosos portalitos de cerámica y pinos de fantasía”.
¡Pa’su mecha!, diría mi tío Grabiel. En ciertos cuentos de navidad siempre aparece un viejito cascarrabias y antinavideño que al final resulta convencido de lo lindo que es la convivencia en Noche Buena; mientras leemos Sentimiento de Navidad abrigamos la esperanza de que suceda algo parecido, pero no; Restrepo, cual papiniano Gog, no parece reservar ni una bicoca de misericordia para esa fecha. Un rasgo muy visible de su escritura es lo que podríamos denominar “estilo inquisitivo”: “¿Alguna vez el lector ha pasado la Navidad con los menesterosos? ¿Alguna vez, o siempre, porque alguna vez no es nada, sólo hipocresía, ha renunciado al calor hogareño para departir en las vidrieras donde pasan la Noche Buena muchos niños sin hogar? ¿Qué pensaría si le dijeran que el Redentor vería con asco las comilonas, los regalos, las vulgares carcajadas que suelen animar el recuerdo de su nacimiento? Un hecho que debería ser festejado con recato y mortificación ahora es un depravado guateque en el que los comensales compiten para demostrar poder, capacidad para exceder los gastos habituales”.
Digamos que Restrepo incurre en los lugares comunes de la postura antinavideña, como denostar en abstracto la voracidad del mercado (“Es bien sabido que en Navidad las ventas mundiales crecen hasta el disparate. ¿De quién es pues la Navidad? ¿Nuestra? ¿Del Mesías? ¿De los pobres? Es claro: los verdaderos dueños de la Navidad son los mercaderes que jamás han sido expulsados del templo, el comercio mundial que trafica con sentimientos nobles y los convierte en embuste de productos y ganancias”), pero no cabe duda de que a su aguafiestismo no le falta algo, por lo menos algo, de razón. JMV





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