miércoles, diciembre 29, 2010

 

GEOGRAFÍA DE JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ



Sin advertirlo, de un modo casi natural, en 2010 he procedido cuatro veces como arqueólogo de nuestra literatura. Lo hice en una mesa sobre Paco Amparán, al desempolvar dos entrevistas de su juventud y La luna y otros testigos, su primer libro de cuentos; lo hice con Gilberto Prado, al exhumar la historia de su Exhumación de la imagen; lo hice hace poco con Saúl Rosales, al recordar sus Vestigios de Eros. Ahora, más o menos de la misma forma, rescato una lejana publicación de poemas de Jorge Valdés Díaz-Vélez.
Ocurrió el domingo 9 de febrero de 1986, hace casi 25 años. Coordinado por Saúl Rosales, el suplemento cultural de La Opinión no podía ser llenado cada semana con colaboraciones locales e inéditas, así que su encargado hizo lo mejor que podía hacerse en esa circunstancia todavía distante del internet: tomar textos de escritores importantes y difundirlos para el conocimiento y el goce del respetable todavía un poco adormilado. Aquel domingo, los laguneros amanecimos pues con un tabloide de lujo (insisto: de lujo si pensamos que para entonces no había nada semejante en el periodismo local): Saúl recordó los aniversarios luctuosos de Cortázar (dos años) y de Sergei Eisenstein (38 años); lo hizo, en el caso del argentino, con el cuento “Queremos tanto a Glenda”, el poema “Una carta de amor” y el ensayito “Del sentimiento de lo fantástico”; en el caso del cineasta ruso, leímos el texto “México en la memoria de Einsestein”, fragmento del libro de memorias que por entonces preparaba Siglo XXI. De las ocho páginas, las centrales fueron para un escritor lagunero que acaso publicaba por primera vez en serio entre nosotros: era Jorge Valdés Díaz-Vélez.
El editor tuvo la cortesía de ofrecer una ficha biográfica para ubicar al joven escritor ante sus paisanos: “Jorge Valdés Díaz-Vélez obtuvo con una colección de poemas a la que pertenecen estos, el premio Plural 1985, de poesía; Jorge Valdés estudió en el colegio Cervantes y en la escuela Carlos Pereyra de Torreón. Es licenciado en psicología. Actualmente es agregado cultural de la embajada mexicana en Cuba. Ha publicado en las revistas Casa de las Américas, Plural, El Caimán Barbudo y La Parda Grulla. En 1984 recibió mención en poesía del mismo premio, con el poemario Voz temporal que será publicado próximamente en La Habana. Los poemas aquí reproducidos fueron tomados de Plural No. 172, enero de 1986”.
Por lo que se ve, en ese momento Valdés Díaz-Vélez no tenía libros publicados. Un cuarto de siglo después, la ficha actualizada del mismo escritor sería aproximadamente ésta: Jorge Valdés Díaz-Vélez nació en Torreón en 1955. Ha recibido los premios nacionales de Plural (1985), de Poesía Aguascalientes (1998) y el internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana (2007). Entre otros, ha publicado los libros Cuerpo cierto (México, El tucán de Virginia, 1995); La puerta giratoria (México, Joaquín Mortíz-Planeta, 1998/ Verdehalago, Colección La Centena, 2006); Jardines sumergidos (México, Colibrí, 2003); Cámara negra (México, Solar Editores, 2005), Nostrum (Arte y Naturaleza, Madrid, 2005); Tiempo fuera (1988-2005), (México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2007), Los Alebrijes (Madrid, Hiperión, 2007) y Otras horas (Quálea, 2010). Como Miembro de Carrera del Servicio Exterior ha servido en las embajadas de México en Argentina, España, Costa Rica y Cuba, y en el Consulado General en la ciudad de Miami. En la Secretaría de Relaciones Exteriores ha sido Director de Difusión Cultural, y Director de Convenios y Programas.
Ahora bien, ¿qué publicó aquel suplemento? En las dos páginas del tabloide cupieron ocho poemas, seis fotogramas de ¡Qué viva México! de Eisenstein y una foto del autor, además de la ficha ya citada. Si pensamos que Tiempo fuera (1988-2005) (UNAM, 2007) es el título antológico más importante de este autor, se puede afirmar entonces que de los poemas publicados en La Opinión hacia el 86 han sobrevivido dos en el libro de la Universidad: “Cardenche” y “Contra el paisaje”. En ambos casos, los poemas acusan leves modificaciones: dos o tres versos son encabalgados de manera distinta, se añade un par de palabras, se “bajan” algunas mayúsculas y se elimina un adjetivo. Esos escasos retoques permiten apreciar que en general el autor de cincuenta y pocos años está conforme con el trabajo del poeta que fue a los veititantos. En esos dos poemas apenas hay un tenue acercamiento correctivo, una especie de palmada en la espalda de aquel joven que ya hacía bien su trabajo y sólo necesita un leve enderezamiento.
En esos poemas iniciales se nota ya lo que reaparece con fijeza de petroglifo en la obra ulterior de Valdés Díaz-Vélez. Es la suya una poesía tercamente sensorial en la que, creo, reina la captación de dos sentidos: el visual y el táctil. Ya desde sus prometedores comienzos, el poeta lagunero ve con asombro los colores del mundo, los paisajes, la maravilla de los horizontes. Su percepción paisajística, empero, no es cuadro de Velasco en palabras, sino pretexto para dialogar consigo mismo, atajo hacia la introspección (“Casi nocturno): “Entre los pinos y el mar / elijo un pensamiento”. En los seis poemas del conjunto publicados por Plural y luego retomados en La Opinión, Valdés Díaz-Vélez se coloca pues como vigía, como explorador de territorios íntimos (“Trayecto de la permanencia”): “Desde el puente, mi voz resuena en ecos. / Los muertos de mi casa esperan / la señal de un faro, al borde de mi mesa”. O (“Cantos del alba”): “Mira la aurora / reptar sobre la teja / similar al ocaso que anticipa”.
Por otro lado, no parece casual que las manos, los dedos, la piel, los párpados y sus afines (el cuerpo en suma) aparezcan en los seis poemas inaugurales de Jorge Valdés; también aquí, como en el caso de la visión paisajística, la posibilidad de tocar es más bien una posibilidad de conocer, de conocerse. De hecho, es muy frecuente en estos poemas la derivación de las metáforas hacia imágenes geográficas o paisajísticas de lo íntimo (“Aguas territoriales”): “Desembarco en el sur de tu garganta / oceánico lindero del espacio”. O en “Cenit”: “Idéntica a mi mano. / La luz traza un vientre de heliotropos / y absorbe convertida en luz, ceniza blanca / donde oficia su pulso entre humedades / la repetición del mar al mediodía”.
La presencia de Jorge Valdés Díaz-Vélez en La Laguna ha sido esporádica debido a su trabajo en el Servicio Exterior de nuestro país. Lamentablemente no hemos sido justos con él, con su trabajo literario y profesional, sin duda un ejemplo para todos, sobre todo para los jóvenes con deseos de roce literario foráneo. Los poemas publicados por Saúl en 1986, alguna presentación de cuerpo presente en el Museo Regional, el diálogo con Gilberto Prado y alguna triste columnita mía han sido los únicos conatos de reconocimiento. Es momento de hacerle justicia, de difundir su trabajo entre los suyos, es decir, entre nosotros. Que sirva esta mesa para comenzar el aplauso que le adeudamos. JMV





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