sábado, junio 19, 2010

 

JESÚS Y GALILEA




Jesús Pérez López no tenía mucho nombre de dónde agarrarse para llegar al estrellato. No sonaba por lo menos argentino, algo así como Marcelo Facundo Spinetta o Mario Alberto Bressanone. Con esos nombres cualquiera podía ser una maravilla en el futbol mexicano, así que Jesús Pérez López, sin remedio, tuvo que inventarse algo más o menos llegador. Le gustaba que los periódicos lo mencionaran como Jesús Agujita Pérez López, o, mejor, Chuy Agujita Pérez, o, mejor todavía, Agujita Pérez, o, mucho mejor, Agujita. Con el puro sobrenombre la parecía suficiente. El mote nació de una entrevista, cuando un reportero le preguntó que de dónde eran sus padres. Pérez respondió: “Mi madre, de aquí, de Lerdo; mi padre, de Agujita, Coahuila”. Eso fue suficiente para que el topónimo, que coincidía con la esbelta figura del delantero, sirviera además para apodarlo. Fue a partir de entonces el Agujita Pérez, de la misma manera que antes fueron el Tecomán Gutiérrez o el Atotonilco Ortega, o como hoy es el Maza(tlán) Rodríguez.
El Agujita fue apodado así durante el mismísimo torneo de su debut. Entró a jugar casi de rebote, sólo porque el equipo lagunero se había convertido en un hospital apenas en la cuarta fecha. Como a veces pasa, se habían quedado sin delantera titular y fue entonces cuando el profe Montoya decidió alinearlo. Le había visto hechuras en los interescuadras, aunque no estaba convencido porque le faltaba un poco de desarrollo físico. “Está muy flaquito y le falta madurar incluso mentalmente”, decía el profe. Pero flaco y todo, no había opción: el Agujita tendría que debutar, y debutó como un monstruo, con dos pepinos contra la Máquina, el primero en una melé y el otro con una tijera que entró bellamente por el ángulo. Fue un día de éxtasis para el Agujita, una manera insólita de ingresar a la gran carpa.
El profe Montoya conocía bien esos ex abruptos de la suerte, así que no se emocionó de más ante el descubrimiento. Se sentía orgulloso de haber sido el entrenador que puso en la cancha por primer vez al joven delantero, pero sabía que muchas estrellas de ese tipo solían apagarse pronto, a veces de inmediato. “Se distraen con cualquier tontería y luego caen”, sentenció. Falló en sus cálculos. El Agujita aprovechó la oportunidad y durante los cinco choques siguientes anotó al menos un gol por cotejo. Cuando los titulares salieron de sus lesiones, el Agujita ya le había tumbado el puesto al ariete ecuatoriano. Siguió con los goles, con las asistencias, y el público premió su desempeño con cerrados aplausos cada vez que saltaba a la gramilla.
Al final de la temporada los laguneros alcanzaron el tercer lugar de la competencia. Se quedaron en cuartos de final, no fue un torneo malo, pero tampoco algo para estallar de júbilo. El que lució como grande fue Pérez, el Agujita. Trece partidos, diez goles, doce asistencias y un futuro que pintaba para grandes cosas. No fue por eso raro que el Agujita figurara en la terna para novato del año. Imaginemos su sorpresa y el orgullo de la comunidad. Oriundo de un ranchito perdido en la geografía lagunera, Pérez se colocó al borde de un premio que nadie, jamás, había imaginado en estos áridos rumbos. Fue a México (viajó solo por primera vez en su vida) y lo hospedaron en el Sheraton de Reforma. En un salón muy lujoso de ese hotel estaría la crema del fut nacional para la ceremonia de entrega de premios a lo mejor del nuestro balompié. Asesorado por Ortiz, el defensa argentino del equipo que alguna vez jugó en Europa, compró un traje negro muy elegante, para no desentonar. La hora llegó. Le tocó compartir mesa con figuras como el Chicharito y Ochoa. Ellos eran más desenvueltos, tenían mundo por el puro hecho de haber vivido en Guadalajara y el Distrito Federal.
Invitaron como conductores a Marco Antonio Regil y Galilea Montijo. Cuando ella abrió el sobre y dijo “El ganador en la categoría novato del año es… Jesús Pérez López, el Agujita”, él subió al escenario y recibió de la famosa Gali un trofeo y un beso en la mejilla. Como en ciertas películas o en algunos cuentos cortos cuando ya se acaba el espacio, todo avanzó muy rápido a partir de ese momento. Digamos que vertiginosamente. Sabía que los jugadores requerían de una mujer así para darse a respetar, así que consiguió el teléfono de la Gali. Le llamó una vez y ella le contestó, al parecer gustosa. Le volvió a llamar dos, tres veces más, e igual, como que Gali abría cancha a la posibilidad de algo. Comenzó la nueva temporada, y así como había arrancado, con éxito repentino, se apagó su buena estrella del ariete. Todo le duró poco al Agujita: los goles, la fama, el dinero, la ilusión de ascender a Galilea. Todo. JMV





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