miércoles, junio 23, 2010

 

GATO FAMILIAR



Supe que mi amigo el Gato Gutiérrez aprovecharía el receso de la liga para visitar a su familia. Él y yo comenzamos juntos en la Escuela de Futbol Infantil Laguna A.C., pero desde allí se vio que las facultades sólo estaban de su lado. Yo, a lo mucho, era un defensa talachón, uno de esos miles de jugadores que jamás rebasaría las fronteras de la esperanza; él, en cambio, tenía olfato de artillero, driblaba y cabeceaba con eficacia. El Gato destacó tanto en las clases que a la primera visita de un buscador logró colocarse en las inferiores del Atlas. Allí jugó muy bien en el equipo rojinegro de tercera y José Luis González China lo llamó a la selección sub-17 que nos representaría en el mundial de Nigeria. Fue entonces cuando vislumbré la necesidad de poner en marcha un plan.
El Gato era tímido con las mujeres. Yo lo sabía porque cuando pasamos la adolescencia salimos varias veces y nunca tuvo éxito ni en las tardeadas ni en los parques. Mientras yo hacía la lucha y sacaba algo, a él se le iban vivas porque, lo aseguro, no era capaz de entablar una mínima charla con las nenas. Las mujeres, pues, lo apagaban, aunque en más de una ocasión me confesó a solas que le gustaban varias. Hice en su momento cuanto pude para encarrilarle a dos, pero a la hora buena este poderoso cazagoles no lograba anotar un modesto pepino en las porterías del amor.
En esa deficiencia se basaba mi plan. Era urgente amarrarlo, pues luego del mundial nigeriano se oyeron rumores de que lo querían en Europa mucho antes de que debutara en México. Aunque pocos, ya se habían dado esos casos: futbolistas muy jóvenes que sin haber jugado en la primera de nuestro país eran pescados para calarlos en las competitivas ligas del viejo continente. Y fue cierto: leí la nota en las más acreditadas secciones deportivas del periodismo mexicano: Tomás Gutiérrez, el Gato, había sido fichado por el Mónaco. De todos modos, por si las moscas, di en internet con la notita de Le Monde: la joven promesa mexicana había sido contratada por el AS Mónaco FC. Usé el traductor automático y leí lo que se decía sobre mi amigo: mexicano, habilidoso, seleccionado sub-17, proveniente del Atlas de Guadalajara, club donde jugó Rafael Márquez. Nada más. En ningún momento mencionaron que era de Torreón, pero de todos modos terminé con el estómago revuelto. El Gato en Europa, ni más ni menos. Si le iba bien, como pasó con Márquez, Gutiérrez podría ser contratado luego en millones de euros, así que aceleré el tejido de mi secreta red.
El Gato estaría en Torreón una semana, y decidí aprovechar esa visita con toda decisión, a fondo, como si fuera un partido de vida o muerte. Abrigué la esperanza de que siguiera igual en materia de mujeres. Pensé que sí, pues los entrenamientos y las concentraciones dan poco tiempo para practicar la cetrería nalguil. Eso obraba a mi favor. Puse en marcha mi plan. Uno tiene ojos y sabe lo que hay en la familia, así que no peco de presuntuoso si digo que mi hermana se había puesto muy bonita al brincar la adolescencia. Tenía 17 años y la prueba de que sobresalía era visible por el número de pretendientes que la acechaban con llamadas, flores, globos y todo tipo de invitaciones. Yo no me metía mucho con ella, pero la llevábamos bien y siempre sospeché que podía congeniar con mi amigo el Gato.
Llamé a mi cuate y sentí que su calidez fue algo fingida, pues no quiso verme de inmediato. Argumentó que tenía muchos compromisos familiares, pero que tal vez en unos días podíamos echar la platicada. Lamentablemente, yo no contaba con mucho tiempo y lo que menos quería era desperdiciar esta oportunidad. Después sería tarde. Luego de esperar cinco días, le llamé otra vez y tuvo que aceptar. No le dije que llevaría a mi hermana, para evitar que se rajara. Nos vimos en el Starbucks del mall, y puedo asegurar que se la cayó la baba cuando vio a Yahaira, mi hermanita. El Gato no era un don Juan, pero lo vi un poco más desenvuelto y animado. Traté de hablar poco. Luego del café fuimos a cenar y después a un antro. Yahaira le hizo marcaje personal, pues algunas chicas reconocieron al futuro ídolo y quisieron embarrarse. Luego de algunos tragos, Yahaira me dijo que saldrían un rato, pues ella quería “tomar aire”. Esperé como una hora en el antro, bebiendo en la barra y sin hacer mucha plática con los conocidos que me topé esa noche. Hice changuitos e imaginé que todo marchaba bien. Conforme a mi plan, ella debía telefonearme lo más pronto que pudiera. Y así lo hizo. Con voz bajita, me llamó al celular y sólo dijo una palabra: “Ya”. Le pregunté que si “ya todo”. “Sí, ya todo, ahorita se está bañando, te dejo”. Yahaira entendió muy bien lo que le pedí. Por ella, por mí, por nuestra familia, era indispensable amarrar al Gato antes de que se nos desbalagara por Europa y lo perdiéramos para siempre con todo y euros. JMV





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