sábado, agosto 08, 2009

 

MANSON: HACE CUARENTA



No recuerdo si fue en Discovery o en algún otro channel semejante, pero sí tengo claro aquel semblante contraído por el rencor, los ojos desorbitados de loco ideal y el greñero que le añadía el mejor aspecto salvaje que era menester para enunciar, con la tranquilidad de quien declara que hoy es un lindo sábado, lo siguiente o algo parecido, pues lo cito de memoria: Qué bueno que me encarcelaron; si no lo hubieran hecho, seguiría matando hasta acabar con la humanidad. Es, si la cito correctamente, la frase más acabada que he escuchado de un asesino por naturaleza, de alguien para quien el ser humano en su totalidad es una cosa abominable que no merece ni el aire que respira. La enunció, ya lo saben, Charles Milles Manson, quien nació en 1934 en Cincinnati, Ohio, y se convirtió en una celebridad mundial gracias a que fundó una secta llamada La Familia (no en Michoacán) y cometió varios asesinatos, entre ellos —el más famoso— el perpetrado contra la joven actriz Sharon Tate, esposa entonces del director de cine Roman Polanski.
La figura de Manson no es simpática ni merece siquiera el trato irónico de una nota con tufillo a irreverencia sólo para que nadie diga que una está del lado de las buenas conciencias. Ni de ese lado, pues, ni del otro, el oscuro que muestra los grados de brutalidad a los que puede conducir el alucine de las drogas y la ritualística pendeja de las sectas milenaristas que abundado han. Lo que se puede ver mejor en la historia de Manson es, a mi ver, el sinsentido de grupúsculos que para ahorrarle penas al mundo deciden arrasar con todo lo que se mueva, actitud que suele pegar muy bien, sobre todo, entre la juventud que todavía no halla su sitio, si es que alguno tiene, en el universo de las ideas.
Así Manson, un tipo con poderoso carisma y buena labia que a finales de los sesenta logró seducir a varios cabecitas huecas que de inmediato se ciñeron a sus órdenes, órdenes cuyo baboso contenido obligaba a matar carniceramente, con la saña más absurda.
Hace cuarenta años, el 8 de agosto de 1969, adictos a la figura del líder Manson entraron a la casa del cineasta Polanski y mataron a su esposa y a tres de sus acompañantes. Lo hicieron con encono de fieras; a Sharon Tate, quien tenía ocho meses de embarazo, la apuñalaron y le rajaron los senos. Los cuchillazos alcanzaron, obviamente, a su hijo nonato. También a puñaladas mataron a los otros, y en las paredes escribieron con sangre la palabra pigs. El caso ocurrió en una mansión de Cielo Drive, Beverly Hills, California, y fue, como es lógico en una sociedad devoradora de novedosas atrocidades, un escándalo en la prensa, que siguió los detalles de la captura, las indagaciones y el juicio con toda meticulosidad. Manson, el cabecilla de los locos, alcanzó el estrellato como quintaesencia del Mal. En 1971 fue condenado a muerte, pero luego, por la suspensión temporal de la pena capital en California, le conmutaron esa pena por la de cadena perpetua. Desde entonces habita en la sombra, metido en cuatro paredes que sin embargo no han logrado aislarlo del hit parade mediático.
Como bien lo consigna una nota de ayer publicada en La Opinión, según palabras de Vincent Bugliosi, fiscal encargado de acusar a Manson en 1970, ningún convicto en EUA recibe tanta correspondencia y “Hoy casi todo grupo moralmente reprobable de Estados Unidos, desde los satánicos a los skinheads neonazis, se alimentan de Manson y de su filosofía envenenada. (…) Es su ícono espiritual, el máximo sacerdote del odio contra el establishment”. Sin moralina, no creo que esté nada mal odiar al establishment, pues bien se lo merece al ser tan estúpido e injusto. Lo anómalo del caso es el método, la saña ciega y disparatada que suele seducir a tantos que se las dan de liberadores malditos y rayan en la misma barbarie idiota y estéril que dicen combatir.





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