sábado, abril 25, 2009

 

LA LECTURA ES LA GRAN ENEMIGA DEL PODER

En nuestro país nadie lee. Ni los docentes, ni los gobernantes, ni los economistas, ni los sindicalistas, ni los empresarios”, dice el escritor Mempo Giardinelli, en plena campaña de promoción de su libro Volver a leer. Y cuando se le pregunta por el motivo de esta catástrofe apunta al escaso interés de los que mandan en la promoción de la lectura, que, sostiene, “es la principal enemiga del poder”.
Giardinelli opina que eso ocurre desde tiempos del general Onganía: “A partir de la Noche de los Bastones Largos la lectura pasó a ser sospechosa, subversiva. Además, no hay que olvidarse de que la vulgarización televisiva, que es uno de los mayores obstáculos para la lectura, viene alentada desde la estupidez de la dictadura”.
Aunque tiene el oficio de escribir, su estilo y actitud son los propios de un político, tanto en el modo de expresarse como en la vehemencia con que denuesta a sus adversarios en cuestiones políticas. Con el rostro enrojecido, los llama “dinosaurios procesistas”.
Enérgico y locuaz, Giardinelli condena el lenguaje vulgar y la chabacanería de los medios de comunicación, pero justifica el uso de malas palabras y las descripciones eróticas explícitas en sus obras de ficción. Se manifiesta admirador de El hombre mediocre , de José Ingenieros, pero asegura que el escritor debe escribir para la gente común. Dice que es preciso que los argentinos hagan memoria para lograr la pacificación nacional, pero reprueba que se quiera hacer una revisión integral del pasado porque piensa que los dictadores no se lo merecen. Opina que nuestra sociedad es racista y que debería haber una ley de discriminación que sancionara actitudes xenófobas.
Mempo Giardinelli nació en Resistencia, Chaco. Durante la dictadura militar, estuvo exiliado ocho años en México, y al regresar a nuestro país fundó y dirigió la revista Puro cuento . En 1993, ganó el premio literario Rómulo Gallegos. Fue profesor titular de la Universidad Nacional de La Plata en Periodismo y Ciencias de la Educación. En 2006, le fue otorgado el doctorado honoris causa por la Universidad de Poitiers, Francia.
-Usted acaba de escribir un libro sobre la necesidad de volver a leer. ¿Considera que es preciso hacer una distinción entre la buena y la mala literatura?
-Yo no recomiendo leer best-sellers o libros de autoayuda, pero si alguien los lee, no lo critico. Yo no cuestiono ninguna lectura. Puede suceder que un niño comience leyendo revistas de deporte y de ahí pase a lecturas de mayor nivel. Yo empecé leyendo historietas antes de leer a Stevenson o a Poe. Esto no significa que sea válido leer cualquier cosa. Insisto en que hay libros puente que pueden ser útiles para acceder a lecturas mejores, pero es verdad que hay una literatura ligera que tiene que ver con la globalización. Y también es verdad que el lenguaje está empobrecido.
-Pero usted en sus novelas utiliza malas palabras y no duda en hacer descripciones explícitas
-Es que no hay malas palabras. Todas las palabras son buenas. Todo depende de cómo se las use. Para mí, las noventa mil palabras de la lengua castellana son excelentes, y en esto trato de ser cervantino. Es decir: quiero que los textos sean sustantivos y, a la vez, que sirvan para el entretenimiento de la sociedad; que la literatura pueda llegar al vulgo. Lo que quiero decir cuando hablo de chabacanería es otra cosa, y es cómo se hace en la Argentina la apología de la estupidez, a través de la televisión, sobre todo. Eso hace mucho daño a la gente, sobre todo porque somos una sociedad que lee poco. Y ni que hablar de los dirigentes... En el poder, no se lee, y en la oposición, tampoco. Ni los economistas, ni los sindicalistas, ni los eclesiásticos, ni los docentes leen. No lo digo para acusar a nadie, sino para proponerles que lean. A partir de la Noche de los Bastones Largos, la lectura pasó a ser sospechosa, subversiva, la enemiga principal del poder, porque la lectura era el camino hacia la apertura de la cabeza. Durante los últimos 30 o 40 años, leer fue peligroso. En este país se quemaron millones de libros en las plazas públicas, y éste es un símbolo muy fuerte. El libro fue un enemigo, y también el intelectual, que pasó a ser llamado "intelectual de mierda". Hasta tal punto llegó esto, que hoy decimos "no intelectualicemos". ¡Como si pensar fuera algo malo! -¿Cree que nuestro presidente tiene actitudes dictatoriales?
-No; yo creo que no. Creo que el doctor Kirchner es una persona bastante maleducada y heterodoxa en sus conductas sociales, pero no estoy de acuerdo con el discurso de la derecha ni con el de Elisa Carrió, que lo condenan con una dureza con la que no condenaron a Videla. Muchos que ahora se escandalizan les firmaron superpoderes a Menem y a Cavallo sin dudarlo. No me gusta el estilo del Presidente. Me parece un estilo ordinario, que no corresponde a un estadista, pero no me parece justo decir que es un dictador. Es una infamia. Creo que en esto se equivocan muchos de los líderes que profesan una especie de antikirchnerismo visceral.
-Usted escribió un libro titulado Santo oficio de la memoria . ¿El oficio de hacer memoria es santo, si se recuerda en forma parcial y con ánimo revanchista?
-En primer lugar, no creo que haya ningún ánimo revanchista. La teoría de los dos demonios sigue haciendo mucho daño. Yo soy un hombre de buena memoria y no tengo ningún ánimo revanchista. No creo que las madres y las abuelas de Plaza de Mayo tengan un ánimo revanchista. Tampoco creo que haya que revisar la historia en forma completa. Nada de eso Me parece que son chicanas de los dinosaurios procesistas, de los que hay muchos todavía. Creo que el ejercicio de la memoria es clave para construir ciudadanía y democracia. Y la pacificación nacional no se puede hacer sin mirar atrás. Desde el Talmud, sabemos que solamente se puede construir la paz a partir de la justicia. Y la Argentina no ha tenido ni verdad ni justicia. Entonces, no es un problema de la memoria completa. Hay que tener en cuenta que los genocidas procedieron con las armas sanmartinianas de la patria, no con el Código Penal. Yo no tengo ninguna simpatía por los que asesinaron a Aramburu, pero debieron haber juzgado a los culpables con el Código Penal. Como no lo hicieron, no merecen una revisión completa de la historia.
-¿A qué se debe su admiración por un escritor muy poco leído hoy, como José Ingenieros?
-Ante todo, fue un hombre ejemplar en su ética pública. Pero lo que me hizo descubrir a José Ingenieros fue que, cuando yo me exilié en México, en los años de plomo argentinos, en ese país se leía El hombre mediocre en las escuelas, mientras que en nuestro país no se lo leía. Y entonces comprendí que Ingenieros había hecho una obra inconveniente para un país pacato, ultraconservador y represivo como el que éramos entonces y como el que seguimos siendo todavía, en alguna medida. Es un tipo que me hubiera gustado conocer.
-Usted afirmó que los argentinos heredan de los italianos su conciencia clasista, machista y racista.
- No sé si lo dije en esos términos tan fuertes, pero mi impresión es que la sociedad argentina es más racista de lo que admite. Todavía somos un país que necesita actuar contra la discriminación. Somos un país mucho más ignorante de lo que creemos ser con respecto a nuestro racismo, y para superar esa ignorancia es necesario terminar con lo que se supone que somos: una sociedad blanquita, culta y europea.





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