sábado, febrero 28, 2009

 

INVENTOS DE POE

Cuando un genio comete una genialidad cualquier pelagatos advierte que ese hecho genial no implicaba tanto genio, sino sentido común, pues seguramente se ha tratado de algo más o menos evidente y al alcance de cualquier capacidad mediocre. Eso fue lo que hizo Poe: descubrió el cuento y, al descubrirlo, lo problematizó y de paso inventó un nuevo tipo de lector. Casi nada. De golpe, con “Los asesinatos de la calle Morgue” se echó como tres pájaros de un solo resorterazo. Les paso revista.1) Antes de Poe, se sabe, el relato breve ya existía, pues eso de contar mentiras con personajes ficticios es tan viejo como la milenaria humanidad. Pero, ¿qué era el cuento antes de Poe? Era, como ahora, una historia breve y con pocos personajes. Se les atribuye a ciertos estudiosos alemanes del XVIII-XIX la pesquisa de la tradición oral germana en pueblos chicos y grandes, lo que dio como resultado la compilación de un corpus narrativo espectacular, tan rico que algunas de sus piezas llegaron hasta las manos de Disney, quien las adaptó a monitos y les sacó una plusvalía digna de monopolio. Esas historias con tamaño de cuento basaban su encanto en la anécdota, pero al haber sido concebidas por “el pueblo” tenían un cierto estatus de producto espontáneo, ajeno a una intencionalidad propiamente literaria. De alguna manera eso lo llegó a Poe, quien, como todo buen genio, le dio una vuelta de tuerca genial a lo ya hecho. Tengo para mí que aquí jugó un papel decisivo su intuición; el bostoniano (me refiero al escritor, no el zapato) sospechó que esa forma sucinta, el cuento popular, contenía en potencia la especie más tensa y explosiva de la creación literaria. Fue allí cuando, al alimón, se atrevió a dos osadías: legislar sobre el cuento y, para los escépticos, ejecutarlo. Cuando un genio anda de vena, no para: pudo haber escrito un cuento sobre novios despechados o sobre granjeros en bancarrota, pero no; lo que hizo fue un cuento policial, y así, en unas cuantas páginas, inventó un género, un subgénero y unas reglas de juego. Dijo, grosso modo, que el cuento debe contar una sola historia, ser breve, sumar pocos personajes, exigir la lectura de un tirón, mantener alta y fija la intensidad y ofrecer un final congruente y sorpresivo. En pocas palabras, y como decimos los laguneros, se la bañó.2) Lo que antes había sido distracción involuntaria de los pueblos (el cuento, digamos, folclórico), por culpa de Poe devino endemoniada forma de la literatura, desafío de la escritura. La confección de cuentos ya no iba a ser la misma, sin duda, y nació específicamente, al lado de las grandes y nacientes urbes, lo policial, lo detectivesco, además de que lo terrorífico alcanzó nuevos registros. Muchos agradecieron el aporte, pero otros tantos, al saber que el cuento ya no iba a ser esa cosa ligera y relajada de antes, consideraron que Poe marcó pautas que el tiempo se encargaría pronto de abolir. Han pasado más de 150 años desde que el norteamericano planteó su travesura y ya vemos que, hasta donde se puede percibir, su creatura goza de cabal salud.3) Decir que Poe inventó un nuevo tipo de lector no es ocurrencia mía. Cómo va a ser ocurrencia mía, si la cabeza no suele darme para tanto. Fue Borges (¿quién más podría ser?) el que lo declaró. Desde “Los asesinatos de la calle Morgue” los lectores fueron otros, como si de repente hubieran perdido la virginidad. Gracias al primer relato policial, apuntó el argentino, los receptores de narrativa se hicieron desconfiados, rejegos, mañosos, al grado de que ya no leen nada sin suspicacia. Tan trucha está el lector actual luego de adiestrarse en el cuento policiaco que, señala Borges, si el Quijote hubiera sido escrito después de Poe los lectores entrecerrarían los ojos para preguntarse, desde el principio, ¿por qué el autor plantea que no puede acordarse de aquel lugar de La Mancha? En síntesis, hubo mucho de nuevo en literatura luego de Poe, ese genio vigente.
Nota del editor: texto leído en el homenaje a Poe celebrado en el Icocult Laguna y organizado por el Programa Salas de Lectura y el Taller de grabado El Chanate; participamos Salvador Álvarez de la Fuente, Miguel Canseco (de quien es el grabado que encabeza este post) y yo.





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