sábado, diciembre 13, 2008

 

LA IZQUIERDA CHUCHA

FOTO: Oscar Wong
Aunque, por lo visto, en materia futbolera mis pronósticos (que más bien son mis deseos, no tanto mis pronósticos) no anden muy atinados en la finalísima que ya parece tener dueño choricero, todavía me quedan algunas ganas de profetizar y adivino que la izquierda chucha se irá quedando sola hasta convertirse en una versión reloaded de aquella izquierda aguilartalamantina que tanta risa causaba en la polaca nacional.
Hay, creo, un error de cálculo en los actuales gerentes del perredé chuchófilo: están seguros que tienen las armas para llegar fuertes a las elecciones y que pueden conservar lo que han ganado, pero la realidad los desengañará cuando la hora llegue.
Esgrimo las dos razones en las que apoyo tal afirmación.
Lamentablemente, por un vicio no de del PRD sino de la (de)formación política que acusa el ciudadano actual y con mayor claridad el mexicano, la gente parece tener necesidad del caudillo, del líder carismático que guía infaliblemente hacia el futuro.
Lo ideal sería que no ocurriera eso, que el votante abrazara proyectos, plataformas, ideas de sociedad, pero no ocurre así: pesa más el punch de un mesías (sea tropical o no) llegado como del más allá en plan discursivamente salvador, que el partido y sus ideologías.
Por supuesto, no hay carisma que por sí solo arrastre masas en la actualidad.
Ahora se necesita mucho más que eso, pero sin el magnetismo del semidiós no se puede hacer demasiado.
El que lo dude, que le pregunte a Santiago Creel:
durante meses gozó de la mejor plataforma televisiva, pero su proverbial opacidad no le granjeó más que derrotas y, como en el caso de una concentración programada en Yucatán, mítines a los que concurrió una cantidad extraordinaria de ciudadanos: tres.
El carisma no lo es todo, pero sin él no hay presupuesto que levante una campaña.
En el PRD chucho, que yo sepa, nadie está que pueda juntar a cincuenta personas en el zócalo.
Los orteguistas y los graquistas y los zavaletistas andan orondos porque acordaron bajar la guardia frente a Los Pinos, pero toparán con pared cuando vean que en su estructura no hay un solo militante capaz de provocar ese misterioso afecto colectivo que produce, bien o mal, el caudillo de nacencia.
El otro factor es el opuesto.
Si algún simpatizante hay con un cierto grado de conciencia participativa es el perredista.
Eso explica que, cuestionable o no, sea el único que en los años recientes haya llenado zócalos y plazas, más durante los periodos de efervescencia electoral.
Esa participación expresada en el acto público también se manifiesta en la observación del ajedrez informativo.
Aunque los medios, sobre todo los electrónicos, lo han minimizado, el capital de simpatías del que gozan los opositores al chuchismo sigue siendo alto.
Muchos antichuchitas, militantes o no, vieron como inevitable y necesaria la ruptura y la salida luego de que Jesús Ortega se alzó con la victoria vía tribunales, y aunque Encina jugó a dos bandas es un hecho que el divorcio ya se dio y es irreversible.
El éxodo va a ser gradual, pues, y lo ha comenzado el senador Monreal, pues más de uno sabe que la izquierda ya de por sí rabanona (pero al menos oponente en la intransigencia de su discurso) del lopezobradorismo no es nada con los chuchos tan cerca de Calderón.
No hay bola mágica que pueda asegurar un porvenir preciso a la embrollada política mexicana.
Lo único que tengo más o menos claro es que Convergencia y el PT han olfateado astutamente el porvenir:
saben que en cualquier momento por allá tendrá necesidad de recalar un mesías carismático.
Ya nomás hay que esperarlo algunos mesesitos.
Terminal
En nuestra gustada sección “Comentarios en fuera de lugar”, va:
me platica un amigo que vivió la anécdota más bochornosa del mundo.
Estaba en el estadio y cuando siguió el turno de las suculentas porristas, hizo un comentario al interlocutor ocasional que le tocó al lado:
“Mire nomás esa chamaca, está buenísima”.
El tipo respondió: “Es mi hija”. Sonrojado, mi amigo buscó una salida urgente:
“No, ella no, sino la que está al ladito”.
El tipo respondió:
“También es mi hija”. Mi amigo, ya acorralado, no quiso arriesgarse otra vez, y tuvo que escurrirse con un comentario salvavidas:
“¿Usted cree que el Santos pueda empatar en el segundo tiempo?”.





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