jueves, agosto 28, 2008

 

LA ORILLA DE LA ORILLA

Por dos razones no quise decir ayer que el ciudadano sí cuenta con un medio para castigar al gobernante parásito: el voto. Omití abrir esa válvula de escape porque suena de poco tiento meter ingredientes políticos al coctel molotov de los acuerdos contra la inseguridad y porque la supuesta válvula en el fondo es una falacia: la ciudadanía indignada puede castigar a un partido y dar su voto a otro, pero da la penosa casualidad de que ese otro no garantiza el cambio, sino la continuidad de la ineptitud. Sin embargo, el voto sigue causando dicha a la partidocracia gangsteril y chorrillo la posibilidad de perderlo. Como vivimos en una cultura política que se reduce a la emisión del sufragio y al chismorreo en tiempos electorales, es decir, sin militancias reales, nuestros gobernantes trabajan con la mira siempre puesta en las elecciones venideras y en la construcción de clientelas, de ahí que la administración pública se haya rebajado a la pura simulación en la mayoría de los casos.Si hubiera, pues, una prueba Enlace en otros renglones de la administración pública, de seguro las calificaciones serían reprobatorias. ¿Para qué somos buenos, entonces? La respuesta es desalentadora. Hoy nos acosa el embrollo de la inseguridad, pero la verdad es que no hay rubro que no haga agua: educación, vivienda, deporte, salud, productividad, transporte, trabajo, poder adquisitivo, medio ambiente, sistema penitenciario, cultura, seguridad y demás son ámbitos de la vida nacional cuyos resultados reales e intuidos no le dejan mucha cancha al optimismo, de ahí que para todo eso sea necesaria la organización de cumbres que fijen plazos y terminen por fracasar definitivamente o rehacer a partir de los escombros.En esa debacle se basan quienes afirman un panorama harto calamitoso cuando en unos cuantos años, hacia 2012, se sume de nuevo la rebatinga por el poder. ¿Aguantará México otro crack político similar al de 2006? ¿En dos años de gobierno calderonista hemos avanzado o retrocedido? ¿Se atreverá alguien a preludiar que este sexenio terminará con buenas cuentas? Casi hemos llegado a la orilla de la orilla en todo, aunque por su gravedad y porque atenta directa y brutalmente contra la vida humana, la seguridad acapara los reflectores y apremia la inmediata construcción de diques. Pero los diques son un imperativo, se infiere, para todo, si no cómo detener, por ejemplo, el sostenido deterioro del aprovechamiento escolar, cómo hacer para que millones de niños y jóvenes sean rescatados de las zahúrdas de la ignorancia que evidencian los saldos del harakiri Enlace.No sé si a otros les pase lo mismo, pero en mi círculo cercano familiar y amistoso cada vez siento con mayor frecuencia la esperanza de la huida. No falta que alguien, al hablar de lo que pasa, tal vez acuciado por las paranoias que genera la violencia, revele su intención de escapar. Los sicólogos tienen un nombre para eso, según sé. Pero una cosa es desear la fuga y otra muy distinta es tener las posibilidades prácticas para hacerlo. Así como el terrorismo infundido por Sendero Luminoso provocó un éxodo de peruanos aterrorizados hace quince años, miles de mexicanos quieren echar llave a su casa y largarse, salir en estampida de este país delirante, generoso con muy pocos y mezquino con la mayoría. Alfonso Zárate citó el miércoles en su artículo de El Universal unas palabras que, para nuestra vergüenza, merecen ser fijadas en el mármol: “‘Que roben pero que salpiquen’; ‘la amistad se demuestra en la nómina’; ‘el que no tranza no avanza’; ‘no les pido que me den, nomás que me pongan donde hay’… son frases de la picardía mexicana que reflejan la cultura dominante: un país de cínicos”. ¿A quién culpar por el enquistamiento de tal mentalidad? ¿Dónde está la salida de este inmundo laberinto?





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