domingo, junio 22, 2008
TORREÓN CONTADO POR SUS PUTAS

En las platicas de Lupilla tal vez haya mentiras, exageraciones. Sabe mucho de sexo, cantinas, drogas, de las calles y un poco de amor, porque ella es una puta que a sus 22 años conoce muchas cosas. Pero hay algo que no conoce. A final de cuentas eso terminará por sorprenderla, como tantos años nada ni nadie lo hacía, para ello habrá que seguirla en las aceras, porque dicen en las pláticas de cantina que Torreón antes de llegar a ser ciudad era un gran putero.- Y lo sigue siendo compa, platica un borracho en una barra.- Pues si hay muchas, y para todos los gustos ¿Pero tanto así?- Cuando andaba chambeando en los “Unites”, los mexicanos me decían ¿Eres de Putorreón?, añade defendiendo su teoría.Y se queda en la barra profundizando acerca del tema.En las calles, en alguna esquina ha de andar Lupilla. Si no es que decidió retirarse, como lo hace por temporadas: “Hablas mucho, déjame en paz que me asustas a los clientes. Te voy a echar a las compañeras para hacerte montón”. Lupilla en su historia cantinesca prefirió alejarse de esos lugares porque ahí conoció a los hombres, supo que era más sencillo irse a cuarto por una dosis de cocaína. Se iba una, dos, tres, varias veces hasta que despertaba maloliente, semi - desnuda, sangrando y con la nariz hecha un coagulo. Claro, sin dinero. También supo por esa experiencia que le dio la prostitución desde los 16 años, que debía alejarse a tiempo de las cantinas para rentar su cuerpo por dinero en las calles. De esa manera no estaría tan cerca de la droga, el alcohol, la violencia. Por el centro de la ciudad los colores se multiplican. En calles donde a lo largo de 100 años se han escrito historias varias las luces empiezan a encender y con ellas, en las sombras, mujeres ofrecen sus cuerpos por un instante a quien las solicite, siempre y cuando la tarifa sea aceptada. Lupilla lo sabe bien:“Vienen y nos regatean los clientes, si supieran que a veces no tenemos ni para comer, mantener a los niños. Somos como todas las mujeres, nada más en el talón cambiamos porque así es este trabajo”, platica Lupilla, quien siempre de noche anda, siempre de noche vende.Su rabia hacia la autoridad es similar la que derrama a sus clientes. “Nada más me subo la falda y no me quito la blusa”. No hay caricias. No hay palabras suaves. No hay desnudo total. No sin condón. Aunque no sólo la noche es escenario para ellas en la ciudad. Las hay a todas horas y en varios lados, desde la puta marginal olor a sudor y resistol buscando droga en algún barrio bajo, hasta la callejera inestable, desconfiada y malhumorada de prostitución generacional que cuestiona a la perfumada en una casa de masaje.- Es que ellas tienen que dar una cuota a la matrona para trabajar, ganan poco. Trabajan para otros.- Pero tienes seguridad ¿No?- Si. Pero a diario debes tener tu permiso sanitario. Y si eres de casas clandestinas en peligro te agarre la ley, pagas con tu cuerpo a los inspectores. No tienes de otra.En Torreón, según el padrón de la Dirección de Salud Municipal, hay registradas 5, 800 mujeres desde 1999. En la actualidad laboran 1, 700 con permiso sanitario, según Rocío Vázquez Hernández, titular de la dependencia.Las edades de las mujeres, a palabras de Rocío Vázquez, van de los 18 a los 66 años. A las de la tercera edad se les condona la cuota para laborar: “La prostitución está de acuerdo a la demanda de la ciudadanía. Mientras haya demanda, ellas seguirán”.Sin embargo, hay otras tantas que se esconden sin permiso sanitario. Hay 9 casas de masaje registradas. Otras sólo atienden por celular porque no están registradas. Algunas de ellas hacen de todo.“Pues de todo mijo. Qué entiendes por todo. Ellas no se cuidan por andar en la loquera”, instruye Lupilla, quien harta aguanta varias preguntas a cambio de una cerveza y un rato de compañía sin insultos, sin caricias forzadas.- Los fines de semana es cuando caen muchos clientes, incluso viene gente de otras ciudades a buscar mujeres. Hay muchos que nomás vienen a vernos por morbo.- ¿Tienes hijos?- Uno de cinco, lo cuida mi mamá. Lupilla jamás ve a los ojos, platica con hastío, buscando el suelo, pidiendo cigarros y fuego. Cuando autos acercan hace señas con la mano, coquetea.Prostitución en diferentes puntos de la ciudadYa estamos en una de esas cantinas donde Lupilla empezó a trabajar a los 16 años. Cuando toca el grupo musical no hay ratos de sosiego, resulta difícil charlar. Lupilla toma varias cervezas. No quiere platicar, sólo hablar sin que le cuestionen.“En estos lugares empecé, luego me fui a otros. El maquillaje me hacía ver más grande. Nunca tuve problemas con la ley, ni con mi mamá. Ella hacía lo mismo, por eso nací yo”.Presenta a Carmen, una joven que dice tener 18 años. No pregunta, pero Carmen piensa que el hombre que acompaña a Lupilla es un cliente más a quien le ofrece la mano sin mirar a los ojos. No tiene tema de conversación, prefiere no hacerlo, como tantas otras que dan pequeños tragos a sus bebidas.Lupilla está borracha, quiere droga: no hay dinero.Vuelve al centro de la ciudad, a una esquina de la calle Morelos y tal vez después dé una vuelta por la Presidente Carranza a ver si encuentra cliente. Si no es así caminará a su casa de la colonia Maclovio Herrera, puede que en el camino alguien la recoja. Sabe que es peligroso prestar servicio fuera de los hoteles del centro; quiere dinero y droga esa noche.“Hace tanto que no me meto nada. Merezco un premio de vez en cuando ¿No?”, habla seco con la seriedad que la acompaña.Raro en su persona, promete enseñar algunos lugares donde conseguir sexo barato con mujeres más jóvenes que ella. No pide dinero.“Tú sabes en dónde te metes, cuate. A mi no me culpes, no me grabes. Es tu pedo”, aclara perdiendo su facha de escote y falda corta en la noche.Por calles solas la música acompaña, frente al volante regresan las palabras de Lupilla: “Es la necesidad la que nos obliga. No namás en el centro encuentras putas, están en todos lados”. Lo recuerdan las señoras de pelos tiesos que cobran 100 pesos en la colonia Latino, las muchachas que andan casi desnudas a orilla de carretera rumbo a Matamoros y carretera a San Pedro, en el ejido La Unión.Ellas son más ofrecidas, más salvajes.“Te cobramos doscientos por cogida, cien por mamada. Cien más si no quieres usar condón”. Luz de día Hizo una promesa, la tuvo que cumplir. Al medio día está Lupilla con los ojos rojos y los labios secos esperando afuera del parque Los Fundadores. Ahí fue la cita, no quiso mostrar su casa. A su edad pareciera que busca al novio, por su facha eso parece.Una coca cola ayudará a despertar, regresarle la humedad a los labios.Lupilla tiene el cabello claro por el agua oxigenada y la piel trigueña. Estatura media, delgada. Trae una blusa de cuello redondo, un pantalón azul de mezclilla y zapatos azules, no es una universitaria: es Lupilla, la que en la noche renta su cuerpo.“Me hubiera gustado estudiar, pero no se pudo. Apenas acabé la primaria. Qué es esa música, pon algo acá, de Los Temerarios”.En la calle Muzquiz, en el centro de la ciudad, los camiones de ruta pasan alocados. La gente que va al mercado Alianza con sus bolsas de mandado y niños en las manos ignora a las mujeres que esperan cliente en algunos hoteles de paso. Las hay jóvenes y maduras.“Orale, a ver si eres tan machito. Van a pensar que somos novios. Es que de día soy otra. No me conocen”, trata de bromear Lupilla, sin sonreír.Conocemos a otra mujer quien prefiere no decir su nombre: “Para qué, a nadie le importa. Nada más vienen a lo que es, y ya”.Ella es del estado de México. Llegó a Torreón porque una amiga contó que en la ciudad la vida era barata y había mucha demanda en las calles para las prostitutas. Sólo trabaja de día, en las noches duerme, piensa iniciar una vida lejos de casa, establecerse. Lupilla recorre las calles que ya la conocen. En esos negocios del centro por las mañanas compra enseres para la casa: verduras, sopa, carne, algunas otras ropa, zapatos. Quiere perderse, de repente, en los aparadores. Su mirada se desvía en las ofertas, será en otra ocasión cuando regrese con más calma. Hoy trae un amigo, lo que nunca en la vida.“Ahí, en ese taller hay muchas muchachas. Unas son menores, se prostituyen nada más por la loquera”, señala recordando que alguna vez se escondió en ese lugar, asustada: adicta.Conocemos a La Clau, 15 años, ropa sucia olor a resistol. Pide lo que sea, cualquier moneda por una relación, quiere juntar para droga. Historias como ella se repiten en las colonias marginales, en los callejones de los barrios donde no existen tarjetas de salubridad.Torreón un gran puteroLos románticos del sexo y el alcohol dicen que Torreón tenía una de las zonas de tolerancia más grandes de México, donde el boxeador Sigfrido Rodríguez forjó historias después de retirado golpeando a los borrachos. Después del cierre de la zona, en 1991, la prostitución se disparó por diferentes colonias de la ciudad. A Lupilla su mamá le platicó de ese lugar:“Dice que era como una ciudad donde siempre había fiesta, grandes cantinas, muchos pleitos y jotos. Ahí se embarazó de mi”.Lupilla no sabía, estaba sentada en una banca de plástico a punto de morder un lonche de carne adobada, cuando se enteró que Torreón antes de ser ciudad era un gran prostíbulo.No se lo dijo un fantasioso borracho. Lo leyó, bueno, se lo leyeron del Reglamento de Prostitución que empezó a regir el 15 de agosto de 1898 en La Villa de Torreón.En el reglamento escrito a mano, en letra manuscrita, dice: “Se establece en esta Villa una sección de policía sanitaria con objeto de vigilar porque se amplía estrictamente con lo dispuesto en este reglamento. Dicha sección se compondrá de dos empleados: el médico municipal y un inspector de sanidad que será el comandante de policía”.En el documento, capítulo 4, dice cómo tenían que comportarse las prostitutas: “…Deberán portar su libreta de tolerancia, presentándola a quien lo requiera, algún particular o la policía… Portarse y vestir con decencia, a no hacer escándalo en las calles y lugares públicos, a no reunirse en grupos públicamente, a no saludar a los hombres y provocar la prostitución con señas y palabras obscenas…”.Está sorprendida. Por primera vez observa a los ojos. Los suyos brillan, pupilas negras: pestañas cortas.- ¡Las tenían bien checadas! ¿Pero cómo vestir con decencia? Que no jodan. ¿Entonces siempre han sido mochos los de los ayuntamientos?- De hecho no las dejaban hacer nada, mira:“… A no pasearse en las plazas ni lugares públicos, ni a frecuentar los teatros y centros de diversiones, viviendo distantes de los establecimientos de institución, de los templos de cualquier culto y en los barrios que designe la autoridad pública…”.Al no cumplir el reglamento, las multas iban de los 3 a 15 pesos, o días de arresto según la falta cometida:“Siempre han sido así las autoridades, siempre nos chingan. Ya ves que para El Centenario de Torreón no quieren que estemos en la calle”.En el reglamento también hablan de prostitutas clandestinas y la prohibición de que en sus casas habitaran menores de edad o afeminados.- ¿Entonces si es cierto lo que dice la gente de fuera?... Vaya.- …¿Qué dice la gente?- Nada… olvídalo. Vámonos, tengo que ir a cuidar a mi niño.Lupilla se queda en parque Los Fundadores, no se despide fiel a su costumbre. Baja del auto, camina. Su andar roba algunas miradas. En el asiento del auto olor a perfume barato, perfume que usa cuando sale de compras.Sin permiso sanitarioPor la avenida Morelos y Presidente Carranza del centro de la ciudad es común encontrar prostitutas. Es fin de semana, Lupilla no está porque los inspectores sanitarios y la policía andan como locos. Ella no tiene permiso, como ella hay muchas que no están registradas:- ¿Vas a cuarto?- Busco a Lupilla, ¿la has visto?- No. Ha de andar de puta ¿De qué más?En una privada donde por las tardes van a beber a sus cervecerías hombres de ejidos cercanos a Torreón; la noche se vuelve triste al observar muros derruidos, sucios; borrachos golpeados, vomitados en medio de la calle y susurros alrededor de un andar sigiloso.Un taquero en una esquina previene: “Aguas, está cabrón aquí. Ya no es como antes. No son las putas, es la gente que vende chingaderas. Si no son ellos la policía es la que te tumba. A cada rato hay golpeados, han venido operativos de la PFP. Caen de sorpresa”.Las cervezas son pedidas en la barra de una de esas cantinas. Es un lugar de putas tristes con música de Maná y José José, en otros establecimientos la cumbia tropical no deja de sonar.La mujer de la barra dice que van a cerrar, alecciona:“Aquí bebida ya no. Mejor vaya a otro lugar, es que en las demás cantinas de este sector hay mucho maloso, lo pueden robar. Antes no era así, aquí todavía respetamos, por eso le digo lo que tiene que hacer. Usted no es de este lugar”.La calle está sola, muchos sitios con risas adentro de madrugada. Es la hora que muchas se van de la calle y otras llegan porque los inspectores no están. En una esquina Lupilla espera, observa, reconoce: platica que está cansada de esa vida, tiene 22 años, puede trabajar en una fabrica, de lo que sea y vigilar la educación de su hijo.Un apretón de manos, buenos deseos.- Oye, no te animaste siempre ir a cuarto. Hoy estamos de oferta para los amigos.- No. Gracias, es tarde ¿Te llevo a casa?- Todavía no amanece, hay que chambear. Sonríe. Lupilla sonríe.