sábado, mayo 10, 2008

 

ANTONIO JÁQUEZ Y LA LIBERTAD

Oswaldo Zavala
Conocí a Antonio Jáquez el seis de noviembre de 1999. Era la primera vez que yo visitaba la redacción de la revista Proceso. Tenía apenas unos meses de haber comenzado a colaborar desde Washington, y aunque mantenía comunicación con algunos por teléfono, en realidad no conocía a casi nadie personalmente. Esa tarde, mientras la revista celebraba un aniversario más, yo tuve el privilegio de convertirme en su amigo.Es raro encontrar en un periodista al arquetivo del hombre universal: Toño absorbía con pasión y agudeza información sobre prácticamente todos los aspectos políticos y cuturales del mundo moderno. No sólo deleitaba su juicio y su conocimiento agudo sobre el periodismo y la literatura mundial: por él descubrí nuevos artistas plásticos, arquitectos, música rock, clásica, pop. Recorría la obra de Borges con la misma comodidad que la serie de televisión 24. En Proceso, el trayecto periodístico de Jáquez es fundamental. Tuve la suerte de discutir múltiples textos con él, de conocer su interpretación de las coyunturas políticas, de escuchar su visión histórica, compleja y amplia, crítica del presente pero rica en su contexto, corrosiva también, pero ferozmente independiente. Seré para siempre un agradecido reportero que aprendió a escuchar, y más importante, a dialogar con su editor. En su trato cotidiano, Jáquez profesó una actitud de libertad que no siempre le cosechó amistades. Explosivo e irreverente, lúdico y de una lucidez cortante, Toño asumió sin temor ni remordimientos el rechazo de algunos que luego se veían obligados a conservar entre ellos su rencor y envidia. Jamás escuché a Toño atacar a uno de sus enemigos, en público o en privado, en la forma cobarde y deshonesta en que con frecuencia esa misma gente lo repudiaba. Para sus amigos, que somos muchos, sí escuché y atestigüé en cambio, las más profundas manifestaciones de generosidad. Recuerdo y recordaré siempre a Toño como una de las más finas y elegantes personas que he conocido, cuya amistad y vasta sabiduría me resultarán entrañables el resto de mi vida.En los últimos meses de su vida, Jáquez se dedicó a viajar. Tuve la enorme fortuna de recibirlo en Nueva York. Asistió a la ópera en el metropolitan, admiró el ballet, se perdió en las casas de música del Village, se deleitó en los mejores restaurantes, compró libros, ropa, CDs, por la noche leía y conversábamos largas horas sobre el futuro. Con la muerte encima, la vitalidad de Jáquez no se permitía el miedo. Como supongo que lo hacía desde su juventud, Jáquez fue tan libre como enormemente feliz. Ahora sé por qué no dejaba de sonreír en aquellos días. Nueva York me sirve de metáfora: producía en Toño la satisfacción que implica estar abierto a las infinitas posibilidades del mundo, donde todo debe intentarse, el acierto y el error, el arrojo y el retiro meditabundo, la sonrisa irónica y la felicidad de la bondad. Antonio Jáquez murió esta tarde, mientras llueve y el frío recorre Nueva York. Tengo para mí que, como esta ciudad que tanto quiso, su memoria será desde hoy inagotable y para siempre plena en la libertad que adoptó como única condición de vida.
viernes, mayo 09, 2008





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