martes, enero 15, 2008

 

VIOLENCIA PARAMILITAR

Ricardo Monreal Avila
MILENIO Diario y Carlos Marín han expuesto un tema de la mayor trascendencia para comprender en buena medida la espiral de violencia que azota el país y que alcanza la espeluznante cifra de 3 mil víctimas en un año. Uno de cada tres desertores de la milicia mexicana termina en la delincuencia organizada. Si consideramos que han desertado 151 mil efectivos en cinco años (de 2002 a 2006; por cierto, los años de incremento exponencial de las narcoejecuciones), Marín pregunta con toda razón: “¿Alguien puede imaginar lo que significa que ¡cincuenta mil 110 ex militares! ahora se ocupen en actividades delictivas, en la industria del secuestro y, sobre todo, en el narcotráfico?” (Asalto a la razón).El pasado 25 de diciembre, en este mismo espacio, expuse un caso concreto, el de Terminator, que después de tres años de servir en el Ejército se convierte en desertor, ingresa a trabajar como personal de seguridad en una empresa de autotransporte público en Tamaulipas y de allí es directamente reclutado como sicario por otro desertor de la milicia integrante de La Compañía (nombre eufemístico de Los Zetas en esa entidad federativa). Casi tres años duró en este nuevo “empleo”, donde realizó más de 20 ejecuciones, hasta que fue atrapado junto con otros compañeros por una partida militar en un rancho de “seguridad” en la sierra tamaulipeca, perdiendo la vida en un enfrentamiento entre militares en activo y militares desertores. La violencia de alto impacto que hemos vivido en los últimos años, con armas de guerra como granadas de fragmentación, fusiles de asalto, lanzacohetes, balas de artillería pesada, metralletas uzi y pistolas de alto calibre, nos habla de una paramilitarización de la violencia. Un proceso vinculado con el fenómeno de la deserción militar y la incorporación de una parte de estos elementos a la delincuencia organizada. Los cárteles de la droga, en efecto, operan con estructuras paramilitares. No sólo utilizan armas reservadas para ejércitos en guerra, también se mueven conforme a la logística de la milicia, las telecomunicaciones de la milicia, la inteligencia y contrainteligencia de la milicia, la terminología de la milicia, la disciplina de la milicia y, en muchos casos, hasta con el corte de pelo de los milicianos. Son verdaderos ejércitos paralelos o, con mayor propiedad, organizaciones paramilitares. Frente a la violencia paramilitar de los cárteles, la lógica llana y simple aconsejaría combatir el mal con su semejante: que los militares se encarguen de los paramilitares. Contra los ejércitos patito, el Ejército de verdad. Sin embargo, los primeros tres mil muertos en 12 meses de una guerra no convencional nos hablan de una estrategia no sólo equivocada, sino ineficaz en sus alcances y riesgosa para la seguridad del país y la sociedad misma.Dejar el combate de la delincuencia paramilitar en manos únicas y exclusivas del Ejército equivale a reproducir la fábula del elefante y el ratón. Un señor desesperado por una plaga de ratones en su casa decide tener un gato. Los ratones se fueron, pero el gato empezó a hacer de las suyas: luía las cortinas, rasguñaba los muebles y defecaba por todos lados. El dueño decide traer un perro para ahuyentar el gato. Sin embargo, el perro se convierte en su nuevo dolor, cuando decide dormir dentro de la casa y en la recámara del amo. Lleva entonces una pantera, que pone fin al dominio del perro, pero su costoso mantenimiento y su felinidad dan al traste con la economía y el hábitat de la casa. “Éste será el punto final: adoptaré un elefante”. El paquidermo mantuvo alejado al gato, al perro, a la pantera, pero también al dueño, cuando aquél decide hacer de la sala y el comedor su nuevo hogar. No había poder humano que lo moviera, hasta que el grupo de ratones que había originado el problema regresó para hacer huir en estampida al elefante. La casa quedó en ruinas.Que la delincuencia organizada se nutra de la deserción militar nos habla del grado de elefantiasis al que hemos llegado en materia de seguridad pública. Hay que contener el avance de la violencia paramilitar que afecta al Ejército mismo como institución, pero ante todo a la seguridad nacional y a la seguridad ciudadana.A las propuestas inmediatas que se han planteado en estos días como sanciones severas a los desertores de la milicia que se pasen a la delincuencia organizada, así como el mejoramiento de los ingresos de los militares en activo, me permitiría sugerir que el Ejército mantenga al día un padrón de sus desertores y lo fiscalice tan celosamente como el padrón de sus miembros activos.





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