jueves, enero 17, 2008

 

SER TOTALMENTE MOURIÑO

Jaime Muñoz Vargas
Ya era hora de que termináramos con la naquez azteca. Ya era hora. Por el bien de la patria, por el bien de nuestra paz social y de nuestro convivir armónico, gracias a dios y a la virgen de la Macarena (la virgen más santa y más buena) tenemos ya instalado a un hombre de clase en, tal vez, la secretaría más importante en la actual coyuntura del país. Gobernación siempre ha sido una de las carteras con más peso, y en la circunstancia que vivimos era impensable que permaneciera allí el cantante nada fino de la Sonora Santanera y eximio representante del paleolítico tardío en la polaca contemporánea de México. De ahí, pues, el gusto que sentimos los verdaderos hijos de la (madre) patria con la llegada de Juan Camilo el niño Mouriño a la instancia encargada de velar por la tranquilidad política del masiosare territorio que un esclavo en cada hijo nos dio. Estemos de fiesta. No todos los países pueden presumir un ministro del interior tan, cómo decirlo, tan acá, tan chic, tan de buenas maneras y con una fulgurante trayectoria política. A sus gentiles 36 añitos Mouriño es secretario de Gobernación, y no cabe duda que la frescura de su trato aterciopelará (lindo verbo para recibirlo como merece) las ásperas maneras que exhibe tanto pinche pelatunas a la hora de hacer política en nuestro país. Con el joven Juan Camilo está garantizada, entonces, la más calificada finura en el trato a los conflictos nacionales, toda vez que desde su nacimiento el nuevo ungido de Gobernación ha tenido roce de altura y no conoce siquiera lo que es echarse un pedúnculo cerebeloso, tirar un gargajo, ir a un plantón, organizar una marcha y otras bajezas de similar plebeyaje. Todo lo que se diga en elogio de nuestro neocortesiano conquistador es poco. Habrá, claro que habrá otomíes que golpearán sus atabales para hacerle guerra al nuevo marqués de Bucareli e hijo predilecto de la céltica ciudad de Vigo. Esos pintarrajeados idólatras que abominan de la verdadera fe, ignorantes de todo cuanto se debe saber sobre política con pedigree quedarán fritos cuando vean en acción a este cirujano de la realidad, a este virtuoso del arte que empotró a Maquiavelo en los pedestales de la fama. Por fin, entonces, tenemos a alguien que no se dejará arrastrar, como otros cavernícolas que lo precedieron en el cargo, hacia las tormentas de la política salvaje, que no incurrirá en la declaración soez y que usará métodos importados de la culta Europa para poner en orden el avispero nacional, ese avispero que desde ya ha comenzado a sacar trapitos al brazo derecho presidencial: que nació en España, que es un virrey (más precisamente debería ser birrey, o sea, dos veces rey: jefe de la oficina de la presidencia y ahora secre de Gob), que su familia se ha enriquecido escandalosamente, que su padre tiene muchos negocios ensombrecidos por sospechas de agandalle, que esto y lo otro. Pamplinas, embustes de ardidos que desde su patrioterismo naco no alcanzan a columbrar el valor y la profundidad de miras del joven Juan Camilo, este amante de la marca Ermenegildo Zegna que es capaz de vestir cerca de treinta mil pesos (entre el traje, los zapatos y la corbata) sin que se vea trepador. De ahí nuestra alegría, pues no cualquier país tiene a un ministro tan joven y tan chulo, de tan buen vestir y de tan sabio comer. Basta de pobrezas. Para ser torero, decía Belmonte, primero hay que parecerlo, y el niño Mouriño sí parece secretario de Gobernación, un político fino y de pilón europeo. Con eso es suficiente. Que se mueran los feos.





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