miércoles, enero 23, 2008

 

MISERIA DEL ESTATUS

Jaime Muñoz Vargas
Qué miserable es la vida que nos hemos hecho. Pero no hay de otra: o seguimos o seguimos, y con esto quiero aplacar de antemano los ímpetus de algún lector que me quiera regalar la generosa alternativa del suicidio. Los muchos pobres, sin más opción que debatirse en el presente de una alimentación cruel y de mera supervivencia, hacen cada vez más gordas las filas de la resignación.Los ricos, allá lejos, con su ejército de vasallos pueden jugar golf y preocuparse sólo por escuchar a su Smithers de cabecera. Y los clasemedieros pedorros que también somos muchos, ¿qué hacemos?Pues andar de un lado a otro, manteniendo a rastras una cáfila de responsabilidades que nos hurtan la vida nomás para no caer del “estatus”.Veo y escucho a mis pares, veo y me escucho a mí mismo y encuentro que somos un amasijo informe de tareas y de papelitos. La enormidad de la burocracia casera apenas deja rincones a la paz. Va una lista mínima, por ejemplo, de los pagos que debemos hacer para que no se venga a tierra la estabilidad: luz, agua, teléfono fijo, cable, internet, mandado, colegiaturas, hipoteca, celulares, tarjetas bancarias, tarjetas departamentales, predial, hacienda, seguros, obras públicas, tenencias, placas, verificación, seguros de coche. Cada trámite genera, además del gasto económico, una inversión de tiempo en la ejecución de los pagos y varias horas/preocupación que prácticamente abarcan todo el mes. No es gratuito entonces que el estrés familiar se manifieste a toda hora, que la calidad de vida se deteriore paradójicamente por el deseo de mejorarla. Y no hay margen para el descuido. Si uno comete el disparate de posponer un pago bancario, sea por falta de liquidez o por simple olvido, allí están de inmediato las llamadas inacabables de un molesto pobre diablo chilango que marca a cualquier hora para recordar el adeudo. Ah, esos bancos y su voracidad, todos cortados con la misma sucia tijera, todos con sus cobros de comisiones abusivas, todos con su servicio mediocre de filas enormes y una o dos cajas abiertas, todos con su misma publicidad amable y embustera donde se nos ofrece el paraíso del crédito. Cuidado con equivocarse con un banco, cuidado con pasarse de lanza con esos tiburones-tigre de los intereses.Ellos pueden, sí, cobrar las comisiones que se les antojan, ellos pueden propiciar colas eternas que parecen de sentenciados a la horca, ellos pueden tener fuera de servicio los cajeros y uno jamás puede hacer nada para evitarlo; pero aguas si el cliente comete una pifia, por leve que sea:ahí estará el joven del teléfono para acosar con sus llamadas seudocomprensivas. Y así todos: atados a la necesidad de los servicios (por “estatus” o porque es inevitable recurrir a ellos), nunca sabemos si lo que nos cobran en Telmex es lo justo, nunca sabemos si lo que nos tumban por agua o luz es lo que en realidad consumimos, y lo peor: Hacienda, esa execrable institución que nos acecha con uñas de bruja maldita para despelucarnos el dinero que, sumado, servirá para que nuestros funcionarios se den la vidota, para que nuestros legisladores gocen de lo lindo y para seguir padeciendo carreteras, hospitales, escuelas, parques y demás que no usamos por rascuachísimos.Me critican casi a diario por lo que escribo, y respondo sin ánimo de reñir o defenderme, abatido: ¿cómo quieren que escriba decorosamente con toda esa mierda salpicada en el camino?.





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