domingo, diciembre 30, 2007

 

CONTORNOS DE LA CRÓNICA

Jaime Muñoz Vargas
Terminé tres y encarrilé un par más. Me refiero a los libritos que con recursos propios quise publicar en 2007. Financiados y editados por su servilleta, esos cuadernillos han circulado poco en Torreón, pero tuve ya la suerte de hacerlos caminar, con buena recepción, en Estados Unidos y en la Argentina. Son, en orden de tiraje, Polvo somos (de mi cosecha), Cometas en el cielo (de Juan Pablo Neyret) y Las intrusas (de David Lagmanovich). Tengo, como dije, dos más ya casi listos en el telar: un ensayo sobre cine escrito por Miguel Báez y varios artículos de Saúl Rosales. Espero, si la crisis económica que viene no me obstaculiza, tenerlos listos en febrero o a más tardar en marzo. Ojalá.El segundo ejemplar, que contiene cinco crónicas de Neyret, lleva un hermoso prólogo de Lagmanovich.Lo calco aquí con gusto, pues explica de maravilla ese género cada vez más olvidado en nuestros periódicos (por falta de espacio, dejo pendiente su cierre; en el blog sí va completo): “Los manuales de periodismo clasifican la crónica como una especie de género mixto. Según esos textos, o bien la crónica ‘contiene elementos literarios’ o bien está ubicada en un espacio intermedio, entre el periodismo y la literatura. En cambio, los manuales de literatura no se ocupan en especial de la crónica, un género que los bibliotecarios suelen clasificar entre los “escritos misceláneos” de un autor. Es de suponer que esto ocurre porque el vehículo principal de la crónica, aquello que la transmite del autor al lector, reside en las columnas periodísticas. Por otra parte, cuando esas crónicas pasan al libro, como muchas veces ocurre —aunque sea después de la muerte del autor— se suele olvidar el origen de tales textos.Es decir, se deja de lado la modulación periodística inicial y, tácitamente, se autoriza la existencia de la crónica como género literario. Es como un procedimiento de legitimación.Otra curiosidad es la de que, en la enseñanza del periodismo, se suele establecer una distinción entre ‘crónicas informativas’, ‘crónicas de opinión’ y ‘crónicas interpretativas’. También se habla, con escasa exactitud, sobre lo objetivo y lo subjetivo en la elaboración de la crónica.Y todo esto, francamente, da la impresión de querer realizar esa operación imposible que desde antiguo ha sido definida como partir un pelo en cuatro.Si estuviéramos hablando de una crónica totalmente “informativa”, en los términos de la clasificación anterior, entonces no nos referiríamos a una crónica: lo que tendríamos en mente sería una noticia. Posiblemente, una noticia detallada y sobre todo bien escrita, pues un texto noticioso puede escribirse bien, o en forma mediocre (como la mayor parte de los que se publican hoy) o mal. Pero en todos los casos ese texto respondería con mayor o menor eficacia a lo que de él se espera:informar sobre un acontecimiento o una serie de ellos, centrando la atención del lector en el qué de lo ocurrido.Los otros dos supuestos tipos de crónica son uno solo, pues el límite entre ‘opinión’ e ‘interpretación’, si existe, es tan tenue como para volverse incognoscible. ¿O acaso la opinión y la interpretación son valores absolutos? ¿Es posible opinar sin que la opinión dada implique una interpretación de la realidad, o interpretar el sentido de un suceso sin que esa interpretación refleje la opinión de quien la formula? Las crónicas de que estamos hablando, que son las crónicas auténticas, están centradas en el cómo de lo acontecido, según lo ordena la preceptiva periodística, y a veces hasta dan por supuesto y conocido el acontecimiento del cual arrancan, sin entrar en excesivos detalles. Pero, en todo caso, el ‘como lo veo yo’ y el ‘como yo lo interpreto’ son una y la misma cosa. En la manera de mirar está ya implicada la forma en que transmitiré mi visión a los demás. Defiendo, pues, la autonomía de la crónica. Y defiendo también su existencia en tanto género literario. Que se transmita desde las columnas de un periódico, desde la sección de artículos de una revista, en la voz de un locutor, mediante las páginas de un libro o a través de la informática, no es lo esencial. Lo que cuenta es, precisamente, aquello que debe imponerse en cualquier producto literario. Es decir, por un lado la interacción entre la conciencia de un ser humano que logra una expresión capaz de atraer la atención del lector; por el otro, las permanentes incitaciones de la realidad. Como el buen ensayo, con el cual tiene tantos puntos de contacto, tenemos aquí los elementos de un diálogo: lo que la mente humana recoge del permanente contacto con su circunstancia temporal y su radicación espacial...”





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