jueves, junio 14, 2007

 

LA VERDAD NOS HARA LIBRES

Armando Vega Gil
Que me perdonen los santos y los iluminados, los comedores de maná y los viajeros del nirvana, los aristócratas que gastan millones en los templos y ashrams de moda, los Vedas, los brahamanes, Sri Ganesha, Krishna, Vishnú y Shiva, pero una religión y las costumbres petrificadas y ancianas de ella emanadas que justifica y anima la existencia de las castas, que se satisface en la existencia de los ricos, los pobres, los más pobres y los que de plano, por mandato divino y el karma acumulado esta semana, dedican su vida nomás a recoger la mierda de las sagradas vacas para hacer combustible, condenados a permanecer allí sin ningún remedio cosa sabrosa para los dueños del poder; una creencia así no es digna de ninguna confianza, al contrario. Peor aún, si dentro de las mismas jodidas castas, justifica y anima la servidumbre e inferioridad de la mujer. ¿Por esa vía se puede llegar a la autosalvación? «La mujer es la esclava del esclavo», la mujer es la paria del paria. Y en el hinduísmo, la viuda ya ni siquiera es la sombra del paria: no es nada, es una intocable, una plomada de mal agüero y está condenada, según la tradición más férrea, a vivir en un paréntesis de abnegación, excluida y temida por todos y todas hasta el odio (el odio de la ignorancia soterrada). No puede la viuda usar ropa de colores, no puede comer alimentos fritos ni dulces, no puede aspirar a casarse porque el matrimonio es la «salvación» de las mujeres; debe rapar su cabeza y recluirse en un ashram (de esos que no visitarían las estrellas de Hollywood) al cual se mantiene, para garantizar la pureza de las viudas viejas, mediante la prostitución de la viuda más joven, pues los brahamanes ricachones, manipulando las sagradas escrituras para su conveniencia y con la anuencia servil de sus esposas-cosa, justifican y animan la bonita tradición de “tirarse” a todas las que quiera, más si son viudas condenadas a vivir en penitencia. ¡Qué lindo! Y qué tal que la viuda es una niña de ocho años a la cual se le acaba de morir su esposo, que de tan anciano en lugar de venirse se va al paraíso al que, nomás por ser hombre, tiene garantizado entrar.Esta es la historia de Chuyia, el personaje central de Water, un filme ubicado en una India de principios del siglo pasado, la cual ve con azoro cómo Gandhi viene a liberar a su país, liberarlo de la opresión colonial y de la opresión de las tradiciones más idiotas y la injusticia de clases. «Yo pensaba que Dios era la verdad, y descubrí que la verdad es Dios», dice, y es que a final de cuentas, cuando las familias deciden deshacerse de sus viudas es por un asunto económico: han de gastar menos en ropa, menos en comida y no tendrán que usar ese rincón del granero para que la viuda se eche como un perro. La verdad. Y es que en la letra chiquita del contrato matrimonial se asiente una ley asombrosa: la mujer de luto siempre sí puede volverse a casar, pero estas verdades que incomodan a la tradición y sus olores putrefactos son silenciadas. La mentira.Water es una historia del pasado, 1938, y sin embargo, su directora, Deepa Mehta, nos advierte que de los 34 millones de viudas que existen en la India, la mayoría siguen siendo relegadas, arrumbadas, detestadas por una religión cuyas tradiciones putrefactas más bien nos hacen desconfiar de su verdad, porque la Verdad nos hará libres, y la religión es el opio de los pueblos, que ni qué.





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