sábado, mayo 12, 2007

 

KARAOKE PERIODISTICO III

Jaime Muñoz
Mi admiración por Cuco Sánchez data desde hace al menos 25 años. Recuerdo que durante nuestros estudios profesionales mi fidelísimo amigo y casihermano Adrián Valencia y yo, estudiantes pobretones al fin, hacíamos siempre la lucha por no dejar viernes sin organizar un encuentro cervecero tan modesto como alegre.Nos hacíamos de lo fundamental: alcohol, tabaco, algo de botana, un par de sillas, una grabadora y varios casetes. No cuento, lo sé, nada extraordinario, pues en el mundo abundan y abundarán los compas que no necesitan demasiado para serlo, pues en las amistades de buena índole lo que importa es la conversación, la camaradería, el gusto de saberse solidario y no la plata (¿a qué enfermo le puede interesar la plata a los veinte años?).En aquellos remotos encuentros mi bróder Adrián y yo hablábamos de todo. Nos rebajábamos incluso a discutir (con gran ingenuidad) sobre política, pero los temas recurrentes eran el deporte, las mujeres y las pendejadas de la escuela. Con frecuencia entrábamos, y eso era un placer, a comentar las canciones que salían de la grabadora, a exaltar la belleza de ciertas voces, de ciertas interpretaciones, de ciertos compositores. Uno de ellos, no el menos frecuentemente elogiado, era Cuco Sánchez. Ni el Negro Valencia ni yo teníamos mucho gusto por la música en otro idioma, y más bien nos agradaban los vejestorios, los artistas demodé como el eximio Cucacso Sánchez.Como a cualquiera que oiga al charro chaparro, su ejecución de “Fallaste, corazón” (aunque muchos no se la ponen, la coma intermedia es imprescindible en ese título) nos dejaba pasmados. No éramos un par de borrachos entregados a la bohemia de gritos hirientes, sino dos amigos que con asombro socarrón sabíamos reconocer en aquel compositor el encanto del despecho expresado con poética sencillez. Sánchez, como tantos otros letristas populares, tiene defectos innegables, cursilerías infumables, pero allá, muy allá en el fondo de sus temas hay una malicia literaria en bruto y una cosmovisión que lo coloca muy cerca de la sinrazón de la existencia humana (no por nada Saúl Rosales, cucólogo confeso, ha señalado que el nacido en Altamira, Tamaulipas, en 1921, fue un existencialista que nunca leyó a Sartre, un profeta de la tristeza y el desdén).“Fallaste, corazón”, además de su magnífico arreglo, me gusta porque el objeto de los venablos es el propio fuelle vital cocosanchezco del que casi se hace burla, al que se le “echan en cara” sus desplantes de todopoderoso. La figura retórica que rige pues al tema es la prospopeya, tropo consistente en atribuir rasgos animados o humanos a lo que por naturaleza no los tiene, en este caso el corazón. Veamos: “Y tú que te creías / el rey de todo el mundo; / y tú que nunca fuiste capaz de perdonar / y cruel y despiadado / de todo te reías, / hoy imploras cariño, aunque sea por piedad”. Ahí está pues el cantante diciéndole a su propio corazón lo mucho que se creiba, lo excesivo de su autoestima hasta que un tropiezo afectivo lo puso en su lugar. “A dónde está tu orgullo, / a dónde está el coraje, / por que hoy que estás vencido mendigas caridad. Si para otros el laberinto es la metáfora de la vida, para don Cuco fue, con gran tino, una ruleta. Entonces hay que irse despacito y, lo más importante, nunca sobrestimarse. Hay que tener presente, como si fuera un credo, simplemente, que la vida es la ruleta en la que apostamos todos.





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