jueves, agosto 25, 2011

 

BREVE ENTREVISTA A JAIME MUÑOZ VARGAS


Jaime Muñoz Vargas nació en Gómez Palacio, Durango, México, en 1964. Actualmente reside en Torreón, Coahuila, México. Es escritor, maestro, periodista y editor. Entre otros, ha publicado las novelas El principio del terror (1999), Juegos de amor y malquerencia (2003) y Parábola del moribundo (2009); los libros de cuentos El augurio de la lumbre (1990), Las manos del tahúr (2006), Polvo somos (2006), Ojos en la sombra (2007), Monterrosaurio (microrrelato, 2008) y Leyenda Morgan (2009); los poemarios Pálpito de la sierra tarahumara (1997), Filius (1997), Salutación de la luz (2001) y Quienes esperan (2002); y los libros de periodismo La ruta de los Guerreros (vida, pasión y suerte del Santos Laguna) (1999), Tientos y mediciones (2004), Nómadas contra gángsters (2008) y Aviones de papel (2011). Algunos de sus microrrelatos aparecen en la antología La otra mirada (2005) publicada en Palencia, España. Ha ganado los premios nacionales de Narrativa Joven (1989), de novela Jorge Ibargüengoitia (2001), de cuento de San Luis Potosí (2005), de cuento Gerardo Cornejo (2005) y de novela Rafael Ramírez Heredia (2009). Textos suyos han aparecido en publicaciones de México, Argentina y España.
IM: ¿Qué denominación prefieres para el género brevísimo y por qué?
JMV: Uso tres casi indistintamente: microrrelato, micronarración y microficción (también con el prefijo mini). Si me forzaran a usar uno, optaría por micronarración, pero en las tres denominaciones veo insinuados los rasgos del texto cortísimo narrativo. Todo lo que sea corto y no necesariamente narrativo (el aforismo, la prosa poética…) queda englobado, de una manera más abarcadora y sin dejos minusvalorativos, como microtexto. Por narrativo entiendo al texto en prosa que, así sea en un palmo de papel, cuenta una “historia”, pone en funcionamiento un dispositivo verbal en el que el o los personajes desean algo, así sea muy tenuemente, y avanzan hacia su objetivo hasta obtenerlo o no obtenerlo.
IM: Has publicado libros de diversos géneros. ¿Cuándo y donde surgió tu interés por el microrrelato?
JMV: Tengo contacto con el microrrelato (sin llamarle así hasta 1999) desde que comencé a leer con la idea de escribir mis propios textos, lo que ocurrió allá por mis 17 o 18 años, es decir, en 1982 u 83. Creo que los libros de Arreola fueron los que me hicieron ver que en una página o menos podía ser contada, eficazmente, una “historia”. Luego supe de Cortázar, de Monterroso (tengo la primera edición, de 1959, de Obras completas y otros cuentos, donde aparece “El dinosaurio”), de Torri. Más adelante, casi al llegar a los treinta años, leí a Papini y a Schwob; tanto el Gog como Vidas imaginarias me reiteraron la posibilidad de relatar con brevedad y malicia. De hecho, entre julio y agosto de 1991 publiqué en dos partes (conservo esas revistas) una aproximación que denominé “El cuento de pronto acabar”, donde además de reflexionar sobre la narración breve armé una especie de muestra con microrrelatos. Por mi falta de información en aquel momento no les llamé así (microrrelatos o microficciones o micronarraciones), pero es claro que me refería a eso y los ejemplos que di fueron muchos y contundentes, como “Sadismo y masoquismo”, de Enrique Anderson Imbert:
Escena en el infierno.
Sacher-Masoch se acerca al Marqués de Sade y, masoquísticamente, le ruega:
—¡Pégame, pégame! ¡Pégame fuerte, que me gusta!
El Marqués de Sade levanta el puño, va a pegarle, pero se contiene a tiempo y, con la boca y la mirada crueles, sadísticamente le dice:
—No.
Entre los autores que cité estaban Arreola, Borges, Monterroso, Papini, Cortázar, Samperio, Valadés, Avilés Fabila y muchos más, de manera que para esas fechas ya tenía buen contacto con lo micronarrativo aunque no usara tal prefijo en esa palabra.
IM: Como escritor, ¿qué elementos consideras que debe tener un microrrelato para ser eficaz?
JMV: Debe contar algo, plantear la presencia de un personaje (o dos o tres), no sé, al que le ocurre algo, lo que sea, que se resuelve con una frase paradójica, humorística, enigmática. Cuando digo “historia” o “personaje” lo hago consciente de que enuncio esto en un sentido peculiar, pues todo puede estar apenas insinuado: en “El dinosaurio” es claro que el protagonista, alguien que estaba dormido, está implícito en el verbo “despertó”. ¿Qué “objetivo” tiene? Seguramente que se borre lo que recién ha soñado. ¿Y cuál es el “desenlace”? Malo, pues el sueño no se desvanece cuando el “personaje” termina de dormir. Pues bien, todo esto ha sido expresado (o mejor: insinuado) en siete eficaces palabras, por tanto creo que en el microrrelato deben estar presentes un quién y un qué capaces de emitir insinuaciones que resuelven, con una ágil gambeta, la “historia” o la jugada, para seguir con la metáfora futbolera, en un pedacito de cancha. Pese a lo dicho, hay micros que parecen fugarse de este conato de descripción y son eficaces por su intertextualidad, por un calambur, por una sola palabra incluso. Como ocurre en los otros géneros, cualquier definición de micorrelato corre el riesgo de ser insuficiente y quedar anulada ante la realidad de la escritura.
IM: Desde la perspectiva teórica, ¿cómo ves al microrrelato frente a otros géneros en términos estilísticos y comerciales? ¿Crees que haya un futuro editorial para el microrrelato?
JMV: En sentido estricto, no hay géneros buenos ni malos, sino, en todo caso, tratamientos afortunados y desafortunados. ¿La novela es mejor que el microrrelato aunque sea un best seller infumable? No podemos afirmar eso. Todo género tiene su encanto y desafía de manera distinta a quien lo trabaja y a quien lo decodifica. Ahora bien, en el mercado editorial es un hecho que excepto la novela, nada se salva, nada tiene esperanza de éxito comercial. Los poemas, los cuentos, el teatro no venden y por tanto no tienen plataformas de despegue “comercial”. El ensayo tiene espacio en el mercado siempre y cuanto no sea literario, es decir, se vende bien cuando aborda hechos de coyuntura, problemas políticos, historias tan cercanas como truculentas, asuntos de moda. En ese contexto, la narrativa en micro debe encontrar (como la poesía, como el cuento clásico) sus canchas y sus lectores. Sus catapultas no serán las grandes editoriales, por supuesto, sino las instancias culturales oficiales o las universidades, y también las editoriales independientes que hipotéticamente nacen para captar y promover lo que el mercado desprecia o al menos no acoge. Como a la poesía, como a todo, a la narrativa en micro le ha venido a favorecer el tiempo que vivimos: un tiempo acelerado, entrecortado, de flashazos, y también, obvio, las nuevas tecnologías, el internet que en su infinitud abre espacio para todos.
IM: Como lector, ¿cuáles dirías que son los libros o autores infaltables en una biblioteca de un escritor que se quiere dedicar a la microliteratura?
JMV: Monterroso, Arreola, Schwob y sus Vidas imaginarias, el Papini del Gog y del Libro negro, el Cortázar de los cronopios…, Ana María Shua (de quién es, a mi ver, el mejor micro que jamás he leído, el cuento número 117 de La sueñera: “¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio”), mucho de lo que hizo Edmundo Valadés en la revista El cuento y los trabajos críticos, antológicos y creativos de David Lagmanovich.
IM: Administras un blog, tienes Facebook. ¿De qué manera crees que influyen hoy las nuevas tecnologías en la microficción?
JMV: Tengo un blog: rutanortelaguna.blogspot.com, pero no publico allí mis micros aunque sí he reseñado libros o comentado asuntos relacionados con el tema. También tengo Facebook, donde aparezco con mi nombre, y este espacio sólo lo uso como aparador chismográfico. Otra plataforma, ideal para el microtexto, por cierto, es Twitter, donde me entreno en la síntesis forzada por el corsé de 140 caracteres. Creo que en Twitter (el mío es @rutanortelaguna) han aparecido, y aparecen a diario, excelentes microrrelatistas aunque no tengan conciencia de que lo son. Eso de que no sepan que son microrrelatistas casi consumados es lo de menos: lo que importa allí es la creatividad, el minirrelato chispeante y eficaz, ficticio o real, no la conciencia del género practicado.
IM: ¿Cuáles son tus futuros proyectos en relación a la microficción?
JMV: Tengo un libro inédito titulado Arte de miniaturía, pero al parecer no me ha convencido y por eso seguirá siendo inédito. No escribo micros de manera “profesional”, es decir, no me los planteo deliberadamente. Los voy escribiendo de a poco, conforme van naciendo y sin quererlo, siempre a la vera de otras actividades de escritura. Eso sí, leo mucha micronarrativa y participo en encuentros sobre el género. Quizá este asunto me interesa más como lector que como hacedor, lo que por cierto no me hace sentir mal.
IM: Además de la literatura, ¿qué otras cosas te apasionan?
JMV: El futbol, la lucha libre, el boxeo, el periodismo, cierta música, editar libros, trabajar en talleres literarios, la fotografía y el arte gráfico en general, el español y sus recovecos, la política, la gastronomía callejera, el cine, caminar, el whisky, el café y la Coca-Cola, dormir, despertar, conversar y navegar/boludear en muchos espacios propicios de internet.
Un cuento: “La intrusa”.
Una película: Los olvidados.
Una canción: “Coplas del payador perseguido” de Yupanqui.
Una comida: Los tacos.
Una ciudad: Buenos Aires.
Una frase: “Un amigo es uno mesmo en otro pellejo”.
Un equipo de fútbol: Dos: Cruz Azul y Santos Laguna, mexicanos.
Tu mayor logro como escritor: Tener la sospecha de que, pese a todo, sigo siéndolo.
Microrrelato total - Por Jaime Muñoz Vargas
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme y en medio del camino de la vida, errante me encontré en una selva oscura cuando frente al pelotón de fusilamiento el coronel José Aureliano Buendía recordó aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo a él, que sólo deseaba confesar que vino a Comala porque le dijeron que acá vivía su padre, un tal Pedro Páramo, declaración expresada la candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, apenas poco después de que Gregorio Samsa despertó convertido en un escarabajo, preguntando como loco, a gritos y con una pena extraordinaria, ¿en qué momento se jodió el Perú?





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