miércoles, diciembre 15, 2010
VESTIGIOS DEL INICIO
Como lo escribí ese día, el jueves pasado ofrecimos un reconocimiento a Saúl Rosales en el primer Festival del libro y la lectura; fue para celebrar su onomástico setenta. Aunque sencillo, creo que salió bien. Las palabras de Angélica López Gándara y Daniel Maldonado —más un “palomazo” textual y dantesco del propio Saúl, unas palabras de Claudia Máynez y lo que yo llevé de mi cosecha— fueron bien recibidas por el público que afortunadamente pobló todas las sillas disponibles. Además de las palabras equivalentes al brindis, leí el comentario que aquí calco; se refiere a Vestigios de Eros, el primer libro de Saúl. Un lector de esta columna me dijo que no pudo asistir a lo del jueves; a él y a los que estén en esa misma sintonía, les comparto pues un fragmento de aquel texto:
Vestigios de Eros, primer libro de Saúl Rosales, fue publicado en 1984 por el ayuntamiento de Torreón. En sentido estricto no es un libro, sino una plaquette de apenas 22 páginas formateadas en media carta. Fue impresa con modestia de recursos, pero el objeto resulta grato a la vista quizá por su minimalismo. La portada parece de cartulina Passport y lleva un bello dibujo a pura línea, el rostro de una mujer, firmado por Yolanda Valenciano. Los interiores son de papel cultural (el famoso Bond ahuesado) impresos en sepia. Por una extraña razón no tiene portadilla, así que los poemas comienzan en la página tres sin mayor advertencia editorial. Para la anécdota diré que este libro me lo regaló, recién salido de la imprenta, el autor. Un día del 84 me abordó en el pequeño estacionamiento del Instituto Superior de Ciencia y Tecnología A.C. (Iscytac), de Gómez Palacio, cuando estaba ubicado en la colonia Bellavista, y me dijo: “Ten, un librito”. Saúl tenía 44 años; yo veinte. Por entonces era mi maestro de literatura.
Como otros primeros libros de amigos muy queridos, conservo Vestigios de Eros como una joya. Para mí es imposible olvidar el halago que sentí al recibir de Saúl, mi profe Saúl, un libro en aquel tiempo para mí todavía desértico de logros, por mínimos que fueran. Era un triunfo pues, y lo sigo considerando así, que una persona admirada me hubiera tomado en cuenta como lector. Tanto me emocionó el regalo, y tan poca práctica tenía entonces como destinatario de estos obsequios, que olvidé exigirle de inmediato una dedicatoria. Esto se lo pedí veinte años después, en 2004, cuando le acerqué a Saúl aquel Vestigios de Eros para que me lo dedicara, y esto escribió: “Para Jaime Muñoz, como me lo hizo notar, veinte años después, pero con el inefable afecto de siempre”.
Saúl cometió el acierto de publicar su primer libro cuando ya era un escritor maduro. No procedió como muchos jóvenes impetuosos que, movidos por el legítimo deseo de ver su nombre en la fachada de un libro y compartir sus obras, buscan a cualquier precio publicar lo primero que les brota del espíritu. En aquel momento Saúl ya cargaba el bagaje de una convivencia estrecha con libros, ya veía lo que comienza a verse con claridad luego de los cuarenta: el abismo, cierta sombra que, como pátina, se adhiere a la conciencia y confiere densidad a las creaturas verbales.
Se dice con frecuencia que en los primeros libros está contenida toda la obra venidera del escritor. No estoy de acuerdo con esa afirmación, pues, como sabemos, decenas de jóvenes hay que con innecesaria premura publican un libro inaugural del cual luego se arrepienten al grado de escribir después en otras tesituras. Por eso la recomendación que hago a los jóvenes acelerados que me visitan o consultan vía mail porque ya se les hace tarde para ver sus palabras en un libro. Trato de convencerlos —sin regaño, claro está—, de que nadie los está esperando, de que tal vez lo más recomendable sea aguardar un poco y no pensar con terquedad que a los 17 años ya cuajó una obra maestra.
Por la razón que haya sido, Saúl Rosales publicó su primer libro en un momento que hoy sería considerado tardío, es verdad, pero lo bueno allí es que no hay lugar para el sonrojo. Se trata de un puñado de poemas que enseñan las virtudes ya asentadas de su autor, su buen ojo y un control de la palabra que definitivamente devela competencias afinadas. Son nueve poemas de aliento medio y verso largo, con temple metafórico y organizados con malicia en un conjunto armónico. Todos se refieren al amor, a la fiesta de la carnalidad y al desgarramiento de la pérdida…JMV
Vestigios de Eros, primer libro de Saúl Rosales, fue publicado en 1984 por el ayuntamiento de Torreón. En sentido estricto no es un libro, sino una plaquette de apenas 22 páginas formateadas en media carta. Fue impresa con modestia de recursos, pero el objeto resulta grato a la vista quizá por su minimalismo. La portada parece de cartulina Passport y lleva un bello dibujo a pura línea, el rostro de una mujer, firmado por Yolanda Valenciano. Los interiores son de papel cultural (el famoso Bond ahuesado) impresos en sepia. Por una extraña razón no tiene portadilla, así que los poemas comienzan en la página tres sin mayor advertencia editorial. Para la anécdota diré que este libro me lo regaló, recién salido de la imprenta, el autor. Un día del 84 me abordó en el pequeño estacionamiento del Instituto Superior de Ciencia y Tecnología A.C. (Iscytac), de Gómez Palacio, cuando estaba ubicado en la colonia Bellavista, y me dijo: “Ten, un librito”. Saúl tenía 44 años; yo veinte. Por entonces era mi maestro de literatura.
Como otros primeros libros de amigos muy queridos, conservo Vestigios de Eros como una joya. Para mí es imposible olvidar el halago que sentí al recibir de Saúl, mi profe Saúl, un libro en aquel tiempo para mí todavía desértico de logros, por mínimos que fueran. Era un triunfo pues, y lo sigo considerando así, que una persona admirada me hubiera tomado en cuenta como lector. Tanto me emocionó el regalo, y tan poca práctica tenía entonces como destinatario de estos obsequios, que olvidé exigirle de inmediato una dedicatoria. Esto se lo pedí veinte años después, en 2004, cuando le acerqué a Saúl aquel Vestigios de Eros para que me lo dedicara, y esto escribió: “Para Jaime Muñoz, como me lo hizo notar, veinte años después, pero con el inefable afecto de siempre”.
Saúl cometió el acierto de publicar su primer libro cuando ya era un escritor maduro. No procedió como muchos jóvenes impetuosos que, movidos por el legítimo deseo de ver su nombre en la fachada de un libro y compartir sus obras, buscan a cualquier precio publicar lo primero que les brota del espíritu. En aquel momento Saúl ya cargaba el bagaje de una convivencia estrecha con libros, ya veía lo que comienza a verse con claridad luego de los cuarenta: el abismo, cierta sombra que, como pátina, se adhiere a la conciencia y confiere densidad a las creaturas verbales.
Se dice con frecuencia que en los primeros libros está contenida toda la obra venidera del escritor. No estoy de acuerdo con esa afirmación, pues, como sabemos, decenas de jóvenes hay que con innecesaria premura publican un libro inaugural del cual luego se arrepienten al grado de escribir después en otras tesituras. Por eso la recomendación que hago a los jóvenes acelerados que me visitan o consultan vía mail porque ya se les hace tarde para ver sus palabras en un libro. Trato de convencerlos —sin regaño, claro está—, de que nadie los está esperando, de que tal vez lo más recomendable sea aguardar un poco y no pensar con terquedad que a los 17 años ya cuajó una obra maestra.
Por la razón que haya sido, Saúl Rosales publicó su primer libro en un momento que hoy sería considerado tardío, es verdad, pero lo bueno allí es que no hay lugar para el sonrojo. Se trata de un puñado de poemas que enseñan las virtudes ya asentadas de su autor, su buen ojo y un control de la palabra que definitivamente devela competencias afinadas. Son nueve poemas de aliento medio y verso largo, con temple metafórico y organizados con malicia en un conjunto armónico. Todos se refieren al amor, a la fiesta de la carnalidad y al desgarramiento de la pérdida…JMV