miércoles, julio 14, 2010
TE VE MISERABLE
Entre risueño y consternado me eché sin querer casi todo un programa de Laura. Claro que tenía noticias sobre ella, pues ha desfilado por todos los canales y todos los horarios con el mismo formato de “debate”. Mientras le cambiaban el aceite y le ponían una refacción a mi poderoso, Laura me entretuvo con su espectáculo de gritos injuriosos y supuesta solidaridad con el desvalido. Apenas puedo creer que haya gente que vea eso, pero sí: la espectacularización de la desdicha doméstica tiene una clientela enorme y cautiva de voyeurs. Es como entrar impunemente a una vecindad y ver allí los insultos y las desfachateces de padres briagos, hijos drogos, hermanas pirujas, abuelas ojaldres, madres sin alma, tíos abusones, tías abusonas de los tíos abusones, suegros gandallas, cuñados lujuriosos y demás fauna convocada por la nada tierna conductora del programa.
Laura de todos, que así se llama ahora la emisión, sería un show de carcajada si no fuera por la miseria moral que desparrama en cada una de sus salidas al aire. Ya sabemos en lo que consiste: en un escenario con varias sillas y frente a un público acarreado y vociferante, Laura recibe a sus invitados. Se trata siempre de gente a todas luces humilde, sin recursos ni instrucción, dócil a Laura pero brava como un león herido contra sus contrincantes. El chiste es poner frente a frente, con Laura de “mediadora”, a dos familiares en pugna. Lo que vi ayer fue, supongo, más o menos ordinario: una madre que mantiene a su familia con una cantinucha clandestina debe encarar a su hija adolescente, quien reclama la explotación de la que es víctima. Según pude sacar en claro entre toda la verdulera gritería que es el aderezo habitual de Laura de todos, la maldita madre usa a su hija como mesera en el bar, lo que sin duda es una monstruosidad. Por eso mismo, mientras las invitadas “hablaban”, un rótulo exponía el eje del asunto: “Mi madre es un monstruo”. En todos los casos, la conductora funge como atizadora de los enconos, no como mediadora. Parte del contrato seguramente indica que los invitados deben aguantar candela de Laura, pues la “periodista” peruana a cada afirmación los y las interrumpe con un alarido que quiere parecer trágico pero cae inevitablemente en lo chusco. En ningún momento se busca el diálogo, la conciliación, el auxilio moral a todas las partes en conflicto. Nada de eso. Lo fundamental es resaltar con bobo maniqueísmo que un miembro de la familia es un hijo de su Pink Floyd y el otro un ser más tierno e inofensivo que Hello Kitty.
Un rasgo que llama la atención es la falta absoluta de contexto; en los debates no hay una sola mención a las condiciones de empleo, de salud, de educación, de vivienda en las que operan quienes asisten al programa. A Laura no le interesa que la realidad socioeconómica del país esté hecha mierda, sino la excrecencia de esa realidad: los pobres que por unos warholianos minutos de “fama” o tal vez por dinero (sé que afirmar esto con duda me expone al escarnio, pero no puedo asegurar que los participantes vayan por dinero) se animan a sacar trapitos al sol que parecen una versión a escala y chirinolera de conflicto poselectoral.
Laura de todos está, por lo visto, más allá de lo peor que puede difundir la televisión. Su afán de mostrar llagas sin denunciar jamás a quién manipula el látigo es una forma de la burla cuya mayor malicia consiste en simularse justiciera. O sea, el lobo hablado de colmillos. JMV
Laura de todos, que así se llama ahora la emisión, sería un show de carcajada si no fuera por la miseria moral que desparrama en cada una de sus salidas al aire. Ya sabemos en lo que consiste: en un escenario con varias sillas y frente a un público acarreado y vociferante, Laura recibe a sus invitados. Se trata siempre de gente a todas luces humilde, sin recursos ni instrucción, dócil a Laura pero brava como un león herido contra sus contrincantes. El chiste es poner frente a frente, con Laura de “mediadora”, a dos familiares en pugna. Lo que vi ayer fue, supongo, más o menos ordinario: una madre que mantiene a su familia con una cantinucha clandestina debe encarar a su hija adolescente, quien reclama la explotación de la que es víctima. Según pude sacar en claro entre toda la verdulera gritería que es el aderezo habitual de Laura de todos, la maldita madre usa a su hija como mesera en el bar, lo que sin duda es una monstruosidad. Por eso mismo, mientras las invitadas “hablaban”, un rótulo exponía el eje del asunto: “Mi madre es un monstruo”. En todos los casos, la conductora funge como atizadora de los enconos, no como mediadora. Parte del contrato seguramente indica que los invitados deben aguantar candela de Laura, pues la “periodista” peruana a cada afirmación los y las interrumpe con un alarido que quiere parecer trágico pero cae inevitablemente en lo chusco. En ningún momento se busca el diálogo, la conciliación, el auxilio moral a todas las partes en conflicto. Nada de eso. Lo fundamental es resaltar con bobo maniqueísmo que un miembro de la familia es un hijo de su Pink Floyd y el otro un ser más tierno e inofensivo que Hello Kitty.
Un rasgo que llama la atención es la falta absoluta de contexto; en los debates no hay una sola mención a las condiciones de empleo, de salud, de educación, de vivienda en las que operan quienes asisten al programa. A Laura no le interesa que la realidad socioeconómica del país esté hecha mierda, sino la excrecencia de esa realidad: los pobres que por unos warholianos minutos de “fama” o tal vez por dinero (sé que afirmar esto con duda me expone al escarnio, pero no puedo asegurar que los participantes vayan por dinero) se animan a sacar trapitos al sol que parecen una versión a escala y chirinolera de conflicto poselectoral.
Laura de todos está, por lo visto, más allá de lo peor que puede difundir la televisión. Su afán de mostrar llagas sin denunciar jamás a quién manipula el látigo es una forma de la burla cuya mayor malicia consiste en simularse justiciera. O sea, el lobo hablado de colmillos. JMV