sábado, junio 26, 2010
FUTBOL INTERGALÁCTICO
No sé por qué acepté el trabajo de jurado para el certamen de cuento de Ciencia Ficción “Tecno-México 2010”. Fueron tres las razones de mi incomodidad: 1) la ciencia ficción me gusta menos que los manuales de feng shui; 2) a los concursos para jóvenes acuden muchísimos trabajos; y 3) el pago por dictaminar suele ser, como todo emolumento a las chambitas del escritor, miserable. Pero acepté. Lo hice por motivos de amistad, pues la directora de la institución convocante es mi amiga y no hallé motivos suficientes para rechazar su ofrecimiento. “Ándale, Pepe, llegarán pocos cuentos”, me dijo. Por supuesto, mintió, pues la jauría de anhelantes literatos alcanzó cotas bestiales. El premio era modesto, pero la necesidad de reconocimiento y/o de alimento es tan grande que se presentaron 326 trabajos en busca de un solo galardón. Pedí una prórroga para dar el fallo, y casi me eché un mes leyendo alrededor de diez cuentos por día. Terminé con la cabeza atestada de planetas estrafalarios, máquinas prodigiosas y seres del espacio sideral que hubieran hecho las delicias de un libretista mariguano. Al final determiné que el premio debía ser concedido al cuento “Spuk en la Vía Láctea” firmado con el seudónimo Citripio Asimov. Y hasta allí llegué, muerto de fatiga y de horror ante ese detestable esfuerzo.
Para descontaminarme evité leer absolutamente todo durante un mes. Lo que gané por ser jurado se me fue en los alimentos que necesitaba para no sucumbir de hambre sobre la cama en la que quedé abatido, convaleciente del multitudinario concurso. Tuve la suerte de que se atravesara el mundial de Sudáfrica y me despaché todos los partidos y todas las repeticiones. Al quinto día de reposo obligado pensé que ya me estaba curando del concurso, pero cuando un comentarista dijo “Brasil es un equipo galáctico” mi mente viajó hacia un cuento integrado al bonche de aspirantes. Era malo, pero me hizo gracia la tontería de mezclar el fut con la ciencia ficción. Olvido muchos de sus detalles, pero retengo la anécdota en greña. Narra la celebración de un campeonato intergaláctico de fut.
Su título era “Copa en las estrellas” o algo así, y contaba que en el año 6044 (podía ser 4066, da lo mismo, pues en ese momento ya no quedará ni una migaja de lo que somos actualmente) se celebró el primer campeonato intergaláctico de futbol. Como era previsible, participaron selecciones de planetas y sistemas alejados años luz unos de otros. La sede fue, ignoro por qué, Júpiter, pues dado el tamaño del torneo se requería un lugar lo suficientemente amplio, capaz de albergar 850 canchas. Casi es innecesario señalar que las reglas habían cambiado mucho, que cada terreno de juego requería las dimensiones de lo que hoy es Sudamérica. Eso para empezar. Los partidos no duraban 90 minutos, sino algo así como doscientos años, y se dirimían con alineaciones de siete mil jugadores por equipo. Extrañamente, el balón no se ajustaba a esas cifras estratosféricas, sino que era cierta bolija insignificante, un pedazo de caucho que apenas alcanzaba el diámetro de una canica. Es lógico pues que la labor de arbitraje no se asignara a un solo individuo, sino a una organización completa que sumaba mayor número de sujetos que los que hoy trabajan en la ONU. Cada juez debía cuidar que las acciones se desarrollaran con orden en un territorio dividido según una cuadrícula delimitada con ojos electrónicos, de tal manera que los competidores podían ser observados con minucia, con cámaras instaladas en cada punto del terreno e incluso dentro del mismísimo balón-canica.
Cada árbitro gozaba además la ventaja de moverse en una especie de nave levitante donde había monitores como los que ahora vemos en los estudios de producción televisiva. Se daba pues el caso de que el balón-canica tardara muchos años en llegar de un área a otra pese a que lo asediaban vertiginosas hordas de jugadores que en este caso podían ser humanoides de “carne y hueso” o auténticos robots diseñados con escrúpulo para ejecutar acciones específicas. La ciencia estaba tan desarrollada que, por ejemplo, un robot de forma por demás enmarañada era sólo capaz de ejecutar chilenas o tiros libres o palomitas. La especialización había llegado al extremo de que el portero podía contar con una inaudita cantidad de brazos, siempre y cuando no rebasara la friolera de 324. No deja de asombrar que, dada la mecánica perfección de esas creaturas, jamás hubiera faltas o insultos, y todo se desarrollaba en cósmica tranquilidad. Los partidos eran, digamos, aceptablemente buenos, salvo por un detalle. Como el arte de la computación había conseguido ya un progreso que ahora ni siquiera imaginamos, los medios de comunicación y los aficionados podían saber con anticipación de siglos cuál sería el resultado de todos los partidos y por eso mismo qué equipo se alzaría con el trofeo, de suerte que el azar fue abolido. Vale decir, por último, que la selección de la Tierra no participó. Debido a la polución, nuestro planeta había sido devorado por el ardor del sol dos o tres milenios antes del primer campeonato intergaláctico. JMV
Para descontaminarme evité leer absolutamente todo durante un mes. Lo que gané por ser jurado se me fue en los alimentos que necesitaba para no sucumbir de hambre sobre la cama en la que quedé abatido, convaleciente del multitudinario concurso. Tuve la suerte de que se atravesara el mundial de Sudáfrica y me despaché todos los partidos y todas las repeticiones. Al quinto día de reposo obligado pensé que ya me estaba curando del concurso, pero cuando un comentarista dijo “Brasil es un equipo galáctico” mi mente viajó hacia un cuento integrado al bonche de aspirantes. Era malo, pero me hizo gracia la tontería de mezclar el fut con la ciencia ficción. Olvido muchos de sus detalles, pero retengo la anécdota en greña. Narra la celebración de un campeonato intergaláctico de fut.
Su título era “Copa en las estrellas” o algo así, y contaba que en el año 6044 (podía ser 4066, da lo mismo, pues en ese momento ya no quedará ni una migaja de lo que somos actualmente) se celebró el primer campeonato intergaláctico de futbol. Como era previsible, participaron selecciones de planetas y sistemas alejados años luz unos de otros. La sede fue, ignoro por qué, Júpiter, pues dado el tamaño del torneo se requería un lugar lo suficientemente amplio, capaz de albergar 850 canchas. Casi es innecesario señalar que las reglas habían cambiado mucho, que cada terreno de juego requería las dimensiones de lo que hoy es Sudamérica. Eso para empezar. Los partidos no duraban 90 minutos, sino algo así como doscientos años, y se dirimían con alineaciones de siete mil jugadores por equipo. Extrañamente, el balón no se ajustaba a esas cifras estratosféricas, sino que era cierta bolija insignificante, un pedazo de caucho que apenas alcanzaba el diámetro de una canica. Es lógico pues que la labor de arbitraje no se asignara a un solo individuo, sino a una organización completa que sumaba mayor número de sujetos que los que hoy trabajan en la ONU. Cada juez debía cuidar que las acciones se desarrollaran con orden en un territorio dividido según una cuadrícula delimitada con ojos electrónicos, de tal manera que los competidores podían ser observados con minucia, con cámaras instaladas en cada punto del terreno e incluso dentro del mismísimo balón-canica.
Cada árbitro gozaba además la ventaja de moverse en una especie de nave levitante donde había monitores como los que ahora vemos en los estudios de producción televisiva. Se daba pues el caso de que el balón-canica tardara muchos años en llegar de un área a otra pese a que lo asediaban vertiginosas hordas de jugadores que en este caso podían ser humanoides de “carne y hueso” o auténticos robots diseñados con escrúpulo para ejecutar acciones específicas. La ciencia estaba tan desarrollada que, por ejemplo, un robot de forma por demás enmarañada era sólo capaz de ejecutar chilenas o tiros libres o palomitas. La especialización había llegado al extremo de que el portero podía contar con una inaudita cantidad de brazos, siempre y cuando no rebasara la friolera de 324. No deja de asombrar que, dada la mecánica perfección de esas creaturas, jamás hubiera faltas o insultos, y todo se desarrollaba en cósmica tranquilidad. Los partidos eran, digamos, aceptablemente buenos, salvo por un detalle. Como el arte de la computación había conseguido ya un progreso que ahora ni siquiera imaginamos, los medios de comunicación y los aficionados podían saber con anticipación de siglos cuál sería el resultado de todos los partidos y por eso mismo qué equipo se alzaría con el trofeo, de suerte que el azar fue abolido. Vale decir, por último, que la selección de la Tierra no participó. Debido a la polución, nuestro planeta había sido devorado por el ardor del sol dos o tres milenios antes del primer campeonato intergaláctico. JMV