viernes, mayo 07, 2010
UN VIRUS INDELEBLE
Poco a poco entiendo más la enfermedad del futbol en la Argentina. Por las noticias en México sabemos que acá se toman demasiado en serio esto, que en las canchas, las tribunas, la calle y los medios la futbolitis es permanentemente aguda. Contadísimos son los que no se involucran, los que ignoran, los indiferentes al ruido de los goles. Esa es la razón de la ubicuidad futbolera en la Argentina: no hay punto del país, sospecho, sin evidencias de que allí hay pasión por el fut, fervor casi místico por el juego de la patada.
Creo hallar prueba de esto en los periódicos. A diferencia de las nuestras, las secciones deportivas de acá no emiten más que noticias futboleras. Claro que por allí hay trocitos de información sobre tenis, autos, basquetbol, rugby (que acá, según me dicen, cuenta con equipos competentes) y quizá box. Salvo esa cosa rara llamada rugby y el basquetbol de la NBA, no hay deporte colectivo que le haga sombrita al fut. Si uno sabe algo de esto, pues, no hay problema en la Argentina para entablar una charla con quien sea, con cualquier desconocido. Uno omite hablar del clima y comienza como si nada a conversar sobre goles, jugadas, equipos y ya está, el diálogo avanza sin tropiezos, tan bien que asombra lo fácil que es hacer amigos en este país aunque uno no conozca nada más. El futbol casi basta como contraseña para acceder a esta cultura apasionada por el balón y sus misterios.
En México, he explicado por estos rumbos, el menú deportivo es más variado, tanto como nuestra comida. Un mexicano cualquiera puede gustar, sin conflicto de intereses, del futbol en primer lugar, y luego del beisbol, del basquetbol, del futbol americano, del box, de la lucha libre y de algún juego extra como cereza de coctel. La pasión, así, se divide y pistonea en el ánimo: hoy estamos atentos a la liguilla del Santos (por cierto, qué gusto saber acá que llevamos dos pepinos de ventaja sobre los Pumas) y si pierde, no pasa tanto que no pueda calmar más adelante alguna victoria de nuestro equipo de beisbol, o un match de box, o de los deportes que el imperio nos ha infundido: el futbol americano, el basquetbol y el beis de grandes ligas. Para hablar en el argot de los casinos, los mexicanos no ponemos todas las fichas de nuestra inquietud deportiva en un mismo casillero.
En la Argentina, me dicen y lo noto claramente por lo menos en todos los hombres, el deporte es el futbol, sólo el futbol, exclusivamente, apasionadamente, fanáticamente el futbol. Pocos se libran. Por ello, si pocos se libran, no es nada raro enterarse que la mayor literatura futbolera del mundo sea quizá la de Argentina. Se da el caso de que, por ejemplo, un escritor como Oswaldo Bayer, a quien nadie negará seriedad y compromiso, agudeza y vocación críticas, tiene entre su larga lista de libros políticos uno titulado El fútbol argentino. Y hay otros muchos que, con diferente intensidad y fortuna, han indagado en el fenómeno: Cortázar, Soriano, Fontanarrosa, Sasturain, Valdano, Sacheri y muchos más dan apenas una pálida idea de lo que pesa el fut en esta sociedad.
La combinación es extraña; uno puede oír una discusión política, que el peronismo no sé qué, que los Kirchner no sé cuánto, que el Grupo Clarín equis y zeta, muy acaloradamente, y luego escuchar a los mismos debatientes en igual polémica pero con el tema del futbol, que Boca no sé qué, que Chacarita no se cuánto, que Ríver equis y zeta. Rollo algo esquizofrénico para una mentalidad de mexicano acostumbrado a separar, con la mayor distancia posible, los temas serios de la frivolidad futbolera.
Lo que ocurre es que acá el futbol no es una frivolidad. Todos los adultos tuvieron la no muy rara experiencia de haber sido niños y fue allí, en la infancia, antes de ser lo que iban a ser (políticos o plomeros, taxistas o filósofos), donde contrajeron el virus único e indeleble. Ahora me explico por qué Juan Gelman nos confesó en Torreón que, como buen oriundo de Villa Crespo, ama hasta su vejez al Atlanta, un equipo que no ha ganado nada y sin embargo es querido por el poeta vivo más importante, acaso, en la Argentina actual. JMV
Creo hallar prueba de esto en los periódicos. A diferencia de las nuestras, las secciones deportivas de acá no emiten más que noticias futboleras. Claro que por allí hay trocitos de información sobre tenis, autos, basquetbol, rugby (que acá, según me dicen, cuenta con equipos competentes) y quizá box. Salvo esa cosa rara llamada rugby y el basquetbol de la NBA, no hay deporte colectivo que le haga sombrita al fut. Si uno sabe algo de esto, pues, no hay problema en la Argentina para entablar una charla con quien sea, con cualquier desconocido. Uno omite hablar del clima y comienza como si nada a conversar sobre goles, jugadas, equipos y ya está, el diálogo avanza sin tropiezos, tan bien que asombra lo fácil que es hacer amigos en este país aunque uno no conozca nada más. El futbol casi basta como contraseña para acceder a esta cultura apasionada por el balón y sus misterios.
En México, he explicado por estos rumbos, el menú deportivo es más variado, tanto como nuestra comida. Un mexicano cualquiera puede gustar, sin conflicto de intereses, del futbol en primer lugar, y luego del beisbol, del basquetbol, del futbol americano, del box, de la lucha libre y de algún juego extra como cereza de coctel. La pasión, así, se divide y pistonea en el ánimo: hoy estamos atentos a la liguilla del Santos (por cierto, qué gusto saber acá que llevamos dos pepinos de ventaja sobre los Pumas) y si pierde, no pasa tanto que no pueda calmar más adelante alguna victoria de nuestro equipo de beisbol, o un match de box, o de los deportes que el imperio nos ha infundido: el futbol americano, el basquetbol y el beis de grandes ligas. Para hablar en el argot de los casinos, los mexicanos no ponemos todas las fichas de nuestra inquietud deportiva en un mismo casillero.
En la Argentina, me dicen y lo noto claramente por lo menos en todos los hombres, el deporte es el futbol, sólo el futbol, exclusivamente, apasionadamente, fanáticamente el futbol. Pocos se libran. Por ello, si pocos se libran, no es nada raro enterarse que la mayor literatura futbolera del mundo sea quizá la de Argentina. Se da el caso de que, por ejemplo, un escritor como Oswaldo Bayer, a quien nadie negará seriedad y compromiso, agudeza y vocación críticas, tiene entre su larga lista de libros políticos uno titulado El fútbol argentino. Y hay otros muchos que, con diferente intensidad y fortuna, han indagado en el fenómeno: Cortázar, Soriano, Fontanarrosa, Sasturain, Valdano, Sacheri y muchos más dan apenas una pálida idea de lo que pesa el fut en esta sociedad.
La combinación es extraña; uno puede oír una discusión política, que el peronismo no sé qué, que los Kirchner no sé cuánto, que el Grupo Clarín equis y zeta, muy acaloradamente, y luego escuchar a los mismos debatientes en igual polémica pero con el tema del futbol, que Boca no sé qué, que Chacarita no se cuánto, que Ríver equis y zeta. Rollo algo esquizofrénico para una mentalidad de mexicano acostumbrado a separar, con la mayor distancia posible, los temas serios de la frivolidad futbolera.
Lo que ocurre es que acá el futbol no es una frivolidad. Todos los adultos tuvieron la no muy rara experiencia de haber sido niños y fue allí, en la infancia, antes de ser lo que iban a ser (políticos o plomeros, taxistas o filósofos), donde contrajeron el virus único e indeleble. Ahora me explico por qué Juan Gelman nos confesó en Torreón que, como buen oriundo de Villa Crespo, ama hasta su vejez al Atlanta, un equipo que no ha ganado nada y sin embargo es querido por el poeta vivo más importante, acaso, en la Argentina actual. JMV