viernes, diciembre 04, 2009
MÁS NARRATIVA DURANGUENSE
Ignoro los detalles sobre el nacimiento de esa iniciativa, pero es lo de menos. Lo de más es el resultado: un librote titulado Veinticinco años de narrativa en Durango (entre la neurosis: el agüite y el despilfarro). La historia de mi inclusión en él es simple y la narro para que se vea qué rápido puede estar un libro cuando hay voluntad y pesos para hacerlo.
El jueves 29 de octubre entré en Londres al café internet de unos hindúes. Media hora de teclado costaba un euro, es decir, como veinte pesos nuestros. Por el ajetreo del viaje y por lo caro del internet, tenía dos días sin asomarme al buzón, así que hallé un kilo de correspondencia, incluidas las carretadas de spam. Una de las cartas era de Jesús Alvarado, escritor duranguense y buen amigo. Me comunicaba que preparaba ya las últimas cuartillas de una antología con narrativa de escritores nacidos en Durango, y que me invitaba a participar. Apenas leído eso, sin pensarla, le respondí a Jesús que con gusto, pero que estaba fuera de mi nicho estepario y debía esperarme un poco.
Cuando regresé a Torreón, ya tenía otra carta del susodicho: me esperaba unos días para que le mandara un cuento y una encuesta de la cual iba a tomar algunos datos para hacer la introducción de cada escritor. Pocos días después, le envié todo y otros pocos días después, no más de diez, Jesús mandaba una carta colectiva donde invitaba a la prestación, en Durango capital, del libro antológico. Pasó menos de un mes, entonces, entre la primera carta de Jesús y la presentación del libro, lo que me asombró como asombraría a cualquiera que conozca un poco el ritmo de las publicaciones nacidas en instituciones de gobierno.
El miércoles, o sea hace un par de días, me llegó un ejemplar del libro preparado por Jesús. Aunque ya parece suficientemente presentable, él me comenta que es una especie de borrador de la edición definitiva, algo así como la edición de ensayo. Sea lo que fuere, me da gusto estar allí porque independientemente del resultado, que no es poco estimable, ya hacía falta en Durango otro acercamiento de ese tipo, una compilación (más que antología) de narraciones que den idea de la producción reciente en la entidad alacranera. La más próxima fue Durango, una literatura del desarraigo (Conaculta, 1991), selección preparada por la maestra María Rosa Fiscal, obra incluida en la serie que buscaba recoger, cuando el Conaculta era una institución recién nacida, la producción de los escritores mexicanos según una segmentación por estados (en Coahuila hizo lo propio Fernando Martínez Sánchez).
Veinticinco años de narrativa en Durango viene a compilar, entonces, muestras breves pero ilustrativas de la ficción escrita en este estado del norte que poco a poco, sin mucho ruido, comienza a colocar algunos nombres llamativos en nuestra república de las letras. Me llama la atención que hay, por fortuna, muchos jóvenes, narradores nacidos en los setenta o algo después, lo que permite augurar mejores momentos para la literatura duranguense.
Entre los escritores que aparecen y de los cuales he leído al menos algún texto están Everardo Ramírez, Zita Barragán, Lidia Acevedo, Jesús Marín, Gerardo Campillo, María Rosa Fiscal, José Ángel Leyva, Enrique Mijares y el mismo Jesús Alvarado. Hay allí escritores ya formados y con una trayectoria sólida, como Leyva y Mijares; otros están todavía tratando de dar el estirón y muchos más, la mayoría, son jóvenes o no tan jóvenes que sólo con el tiempo sabremos si continuaron o desistieron del empeño narrativo.
Jesús Alvarado apunta en su texto introductorio: “La tarea, pues, de ser escritor en/de Durango es un pendiente continuo. Seguimos aspirando a serlo, seguimos aspirando al oficio y a la consolidación del ejercicio escritural. Varios de estas autoras y estos autores ya lo están logrando; aunque más allá de esto, lo que sí es claro es que a partir de las temáticas aquí tratadas y los ejercicios estilísticos aquí mostrados, vemos que nos estamos acercando cada vez más a una madurez narrativa digna de ser mostrada en más entornos y latitudes”.
Coincido con Jesús, y así sea con poco, colaboro en ese esfuerzo. JMV
El jueves 29 de octubre entré en Londres al café internet de unos hindúes. Media hora de teclado costaba un euro, es decir, como veinte pesos nuestros. Por el ajetreo del viaje y por lo caro del internet, tenía dos días sin asomarme al buzón, así que hallé un kilo de correspondencia, incluidas las carretadas de spam. Una de las cartas era de Jesús Alvarado, escritor duranguense y buen amigo. Me comunicaba que preparaba ya las últimas cuartillas de una antología con narrativa de escritores nacidos en Durango, y que me invitaba a participar. Apenas leído eso, sin pensarla, le respondí a Jesús que con gusto, pero que estaba fuera de mi nicho estepario y debía esperarme un poco.
Cuando regresé a Torreón, ya tenía otra carta del susodicho: me esperaba unos días para que le mandara un cuento y una encuesta de la cual iba a tomar algunos datos para hacer la introducción de cada escritor. Pocos días después, le envié todo y otros pocos días después, no más de diez, Jesús mandaba una carta colectiva donde invitaba a la prestación, en Durango capital, del libro antológico. Pasó menos de un mes, entonces, entre la primera carta de Jesús y la presentación del libro, lo que me asombró como asombraría a cualquiera que conozca un poco el ritmo de las publicaciones nacidas en instituciones de gobierno.
El miércoles, o sea hace un par de días, me llegó un ejemplar del libro preparado por Jesús. Aunque ya parece suficientemente presentable, él me comenta que es una especie de borrador de la edición definitiva, algo así como la edición de ensayo. Sea lo que fuere, me da gusto estar allí porque independientemente del resultado, que no es poco estimable, ya hacía falta en Durango otro acercamiento de ese tipo, una compilación (más que antología) de narraciones que den idea de la producción reciente en la entidad alacranera. La más próxima fue Durango, una literatura del desarraigo (Conaculta, 1991), selección preparada por la maestra María Rosa Fiscal, obra incluida en la serie que buscaba recoger, cuando el Conaculta era una institución recién nacida, la producción de los escritores mexicanos según una segmentación por estados (en Coahuila hizo lo propio Fernando Martínez Sánchez).
Veinticinco años de narrativa en Durango viene a compilar, entonces, muestras breves pero ilustrativas de la ficción escrita en este estado del norte que poco a poco, sin mucho ruido, comienza a colocar algunos nombres llamativos en nuestra república de las letras. Me llama la atención que hay, por fortuna, muchos jóvenes, narradores nacidos en los setenta o algo después, lo que permite augurar mejores momentos para la literatura duranguense.
Entre los escritores que aparecen y de los cuales he leído al menos algún texto están Everardo Ramírez, Zita Barragán, Lidia Acevedo, Jesús Marín, Gerardo Campillo, María Rosa Fiscal, José Ángel Leyva, Enrique Mijares y el mismo Jesús Alvarado. Hay allí escritores ya formados y con una trayectoria sólida, como Leyva y Mijares; otros están todavía tratando de dar el estirón y muchos más, la mayoría, son jóvenes o no tan jóvenes que sólo con el tiempo sabremos si continuaron o desistieron del empeño narrativo.
Jesús Alvarado apunta en su texto introductorio: “La tarea, pues, de ser escritor en/de Durango es un pendiente continuo. Seguimos aspirando a serlo, seguimos aspirando al oficio y a la consolidación del ejercicio escritural. Varios de estas autoras y estos autores ya lo están logrando; aunque más allá de esto, lo que sí es claro es que a partir de las temáticas aquí tratadas y los ejercicios estilísticos aquí mostrados, vemos que nos estamos acercando cada vez más a una madurez narrativa digna de ser mostrada en más entornos y latitudes”.
Coincido con Jesús, y así sea con poco, colaboro en ese esfuerzo. JMV