viernes, octubre 16, 2009
VIENTOS DE PROTESTA
Dudo mucho que la cúpula gubernamental no haya calculado hasta en sus más intrincadas minucias las secuelas del movimiento nada ajedrecístico conocido como sabadazo. Si algo tiene o ha tenido el poder en nuestro país, es el cálculo de daños luego de las sistemáticas catástrofes inducidas desde oscuros escritorios. Con esto quiero decir, pues, que dudo mucho que el arponazo a Luz y Fuerza del Centro haya sido planeado sin pronosticar, con total frialdad y anticipación, sus consecuencias inmediatas y mediatas. Estamos todavía en las primeras, en las inmediatas, pues todavía no ha pasado una semana y ya contamos con una megamarcha de protesta, la de ayer.
Queda claro que hubo una orquestación en todo esto. No puede ser de otra forma: era necesario planear todo en conjunto, aceitar bien la maquinaria que al amparo de una coyuntura ideal (la postcelebración futbolera del sábado) permitiera a las autoridades federales tomar las instalaciones de LyFC para, al día siguiente, arremeter con todo desde las televisoras para fijar la historia que venimos oyendo desde el domingo, siempre con los voceros oficiales Gómez Mont, Carstens, Kessel y/o Lozano. Lo malo es que aquí se vieron todas las costuras del traje: al neutralizar la voz de los opositores, es evidente que no hay siquiera el mínimo deseo de debatir. La pregunta es por qué, por qué no debatir y poner frente al público el tema de la inoperancia o no de LyFC.
En un plano hipotético, el más hipotético posible, imaginemos que, en efecto, quedan abiertos los canales de la discusión y hay un verdadero análisis, no sólo el que ha hecho el gobierno, de la situación que guarda LyFC. Probablemente no haya mucho que añadir sobre los resultados del análisis: la compañía encargada de la electricidad en la capital del país arrojaría números cercanos al desastre, pifias de todo tipo, sangrías en innumerables áreas y por incontables conceptos. La conclusión sería ésta: purguen a LyFC, hagan algo para mejorar su eficiencia, para evitar sus excesos y para colocarla en un plano de respeto al buen servicio que merece la ciudadanía. Todo eso, insisto, en un plano hipotético.
En ese mismo plano hipotético, digamos, puede ser debatido, abiertamente, en las Cámaras y antes las cámaras, el papel que han jugado otras empresas y sus sindicatos, y otras instituciones también, como la SCJN, o las mismas Cámaras, o las secretarías, o los medios de comunicación, o los grupos empresariales, o los partidos, o los gobernadores, o las universidades. En una palabra, las llamadas grandes transformaciones del país no pueden ser operadas en lo oscurito y desde el exclusivo análisis que hace el mandarín de turno con su séquito. Muchos recortes se han dado (recordemos lo que pasó durante el calvario del salinato) desde las sombras sin que eso le haya reportado bienestar real a la ciudadanía. ¿Por qué habríamos de creer, ahora sí, al gobierno? ¿No hemos escuchado ese mismo choro en otras ocasiones? En diferentes palabras, los decretos de estilo sabadazo sólo son viables en un régimen fuerte y, sobre todo, no deficitario en términos de legitimidad. Si no es así, como en el actual, el gobierno debe dialogar, acordar, parlamentar.
Toda proporción guardada, los aires de protesta que tal vez no han sido bien calculados por la oficialidad recuerdan otros tiempos. No es nuevo esto de que los trabajadores salgan a las calles y reclamen. Pasó en 1959. Pasó en 1968 (en aquel momento sumados a la vanguardia estudiantil). Pasó en 1988, cuando muchos trabajadores añadieron su empuje a la causa de una renovación nacional que derivó en la artera imposición de Salinas. Pero hacía tiempo que los trabajadores no eran golpeados de esa forma tan poco sutil, y por eso han salido a la calle. Claro que el poder apuesta a la modorra ideológica de los sindicatos, a la desorganización y al desgaste que introduce el tiempo en todo movimiento político. Apuesta también al control por medio de las televisoras. Pero el huacal no es muy grande y puede estar formándose un movimiento que trascienda lo eléctrico y vaya más allá: que sea la base social para impulsar una plataforma que ahora sí, por enésima, toque los intereses de los verdaderos privilegiados en nuestro país. JMV
Queda claro que hubo una orquestación en todo esto. No puede ser de otra forma: era necesario planear todo en conjunto, aceitar bien la maquinaria que al amparo de una coyuntura ideal (la postcelebración futbolera del sábado) permitiera a las autoridades federales tomar las instalaciones de LyFC para, al día siguiente, arremeter con todo desde las televisoras para fijar la historia que venimos oyendo desde el domingo, siempre con los voceros oficiales Gómez Mont, Carstens, Kessel y/o Lozano. Lo malo es que aquí se vieron todas las costuras del traje: al neutralizar la voz de los opositores, es evidente que no hay siquiera el mínimo deseo de debatir. La pregunta es por qué, por qué no debatir y poner frente al público el tema de la inoperancia o no de LyFC.
En un plano hipotético, el más hipotético posible, imaginemos que, en efecto, quedan abiertos los canales de la discusión y hay un verdadero análisis, no sólo el que ha hecho el gobierno, de la situación que guarda LyFC. Probablemente no haya mucho que añadir sobre los resultados del análisis: la compañía encargada de la electricidad en la capital del país arrojaría números cercanos al desastre, pifias de todo tipo, sangrías en innumerables áreas y por incontables conceptos. La conclusión sería ésta: purguen a LyFC, hagan algo para mejorar su eficiencia, para evitar sus excesos y para colocarla en un plano de respeto al buen servicio que merece la ciudadanía. Todo eso, insisto, en un plano hipotético.
En ese mismo plano hipotético, digamos, puede ser debatido, abiertamente, en las Cámaras y antes las cámaras, el papel que han jugado otras empresas y sus sindicatos, y otras instituciones también, como la SCJN, o las mismas Cámaras, o las secretarías, o los medios de comunicación, o los grupos empresariales, o los partidos, o los gobernadores, o las universidades. En una palabra, las llamadas grandes transformaciones del país no pueden ser operadas en lo oscurito y desde el exclusivo análisis que hace el mandarín de turno con su séquito. Muchos recortes se han dado (recordemos lo que pasó durante el calvario del salinato) desde las sombras sin que eso le haya reportado bienestar real a la ciudadanía. ¿Por qué habríamos de creer, ahora sí, al gobierno? ¿No hemos escuchado ese mismo choro en otras ocasiones? En diferentes palabras, los decretos de estilo sabadazo sólo son viables en un régimen fuerte y, sobre todo, no deficitario en términos de legitimidad. Si no es así, como en el actual, el gobierno debe dialogar, acordar, parlamentar.
Toda proporción guardada, los aires de protesta que tal vez no han sido bien calculados por la oficialidad recuerdan otros tiempos. No es nuevo esto de que los trabajadores salgan a las calles y reclamen. Pasó en 1959. Pasó en 1968 (en aquel momento sumados a la vanguardia estudiantil). Pasó en 1988, cuando muchos trabajadores añadieron su empuje a la causa de una renovación nacional que derivó en la artera imposición de Salinas. Pero hacía tiempo que los trabajadores no eran golpeados de esa forma tan poco sutil, y por eso han salido a la calle. Claro que el poder apuesta a la modorra ideológica de los sindicatos, a la desorganización y al desgaste que introduce el tiempo en todo movimiento político. Apuesta también al control por medio de las televisoras. Pero el huacal no es muy grande y puede estar formándose un movimiento que trascienda lo eléctrico y vaya más allá: que sea la base social para impulsar una plataforma que ahora sí, por enésima, toque los intereses de los verdaderos privilegiados en nuestro país. JMV