jueves, octubre 22, 2009
LAGUNA ADENTRO
Jaime Muñoz Vargas
Para Saúl Rosales, con mi orgullo
por su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua.
Hace muchos años
veinte o tal vez un poco menos
cuando yo era apenas un boceto del boceto que sigo siendo ahora
me avergonzaba de haber nacido en Gómez Palacio
ciudad fea, polvosa, sin un átomo de lujos para el turismo
ciudad de paso, ruinosa y triste como mezquite solitario
como chamaca sin clientela
Mis primeras ideas literarias trataron de alejarme de La Laguna
sentí la obligación de ser universal, cosmopolita
de hacer una carrera literaria sin el tufo risible de la provincia
y lo logré con triste éxito
De alguna forma que no alcanzo a precisar
nunca llegué a ser cosmopolita ni universal ni nada
pero soñaba con ser identificado como autor de otro lugar
no de La Laguna
no de la estepa
no de Torreón ni de Gómez ni de Lerdo
ni de Matamoros ni de San Pedro
y menos de Tlahualilo o de Mapimí o de Chávez o de Viesca
mi comarca, mi Filomena comarca
Pero una vez lloré de tristeza y encontré en el sótano de mi corazón
flotando, a la deriva, olvidada
mi pequeña identidad de lagunero
la tomé en mi cuenca, temblorosamente
y encontré que esa forma extraña, que ese ser
ese amorfo ser lagunero
era irremediablemente mi rostro
mi pasado, mi gente
las vías del tren para llegar a la primaria de Santa Rosa en Gómez
el recuerdo de papalotes y canicas, juguetes pobres, magníficos juguetes
las misceláneas de don Manuel y de doña Melquia
el hotel Soto, un misterioso hotel de rato
el cine Elba donde aclamé al Santo desde entonces hasta la fecha
el fut y el beis en el asfalto
la humilde paleta de hielo
los amigos que hoy son albañiles o empleados en alguna empresa
y padres de familia como yo
espantados por la comida y la renta y las quincenas
Me impuse la obligación de esquivar ese mundo
de borrar ese pasado de carencias
de refugiarme en los libros
de hundirme en el prestigio de otras realidades
pero el anhelo me duró muy poco
del fondo de mi entraña, paso a paso, lentamente, como animal con hambre
caminaba hacia mis cuarenta mayos el pasado
mi pasado de amigos harapientos
de muchachas lindas, inalcanzables y lindas muchachas
que platicaban sólo entre ellas, secreteras, mordiéndose la trenza
comiéndose un chamoy, hablando de artistas
de adolescentes que para ser machos tomaban cerveza sin hacer gestos
de entradas al turbio cine para adultos
de mesas de billar y cigarros en la jeta
de tacos en el comal callejero, mugrosos y reconfortantes
Pero fracasé
lo estoy confesando
fracasé al tratar de verle la cara a la belleza en otras partes más prestigiosas
La belleza, lo que a mí me parece ahora la belleza
también está escondida en el recuerdo de esas calles
de esa gente
de todo el polvo acumulado en siglos
de todo el sol derramado en La Laguna
como violento chorro de luz sobre la tierra seca
Aquí estaba, en los pliegues de este rincón
de este pedazo de mundo casi fuera del mundo
la belleza diseminada en tantos sitios malolientes y basurientos
la belleza en sus cantinas y en sus expendios de vinos y licores
la belleza en sus plazas sin aliño
la belleza en sus camiones
en sus mercados de ratas casi diurnas
en sus perros sin casa
la belleza en la belleza de tantas, tantísimas mujeres
la belleza en tanto lépero bravucón
la belleza en tantas loncherías
la belleza en un campo de fut sin zacate y con porterías maltrechas
la belleza en los obreros de bicicleta y radio con pilas Rayovac
la belleza en las cumbias bárbaras de un taxi
la belleza en todas partes
incluso en lo terrible
Me venció entonces la realidad
La Laguna se insubordinó en mi sangre
la nostalgia se coló por todos mis poros
como a los ingleses se les cuela Londres
o a los gringos se les clava Nueva York en el cerebro
y decidí entonces convertirme
sin programa, sin bitácora, sin plan
sin manifiesto ni grito chovinista
en lo que debo ser
en vocero de mi polvo
en pájaro de mis pinabetes
en asordinado cantor de nuestras gestas
de nuestras pequeñas gestas sin fama mundial
sin prestigio ni mercadotecnia
pero hermosas
Hurgué entonces en los escondrijos de mi corazón
y allí encontré el arte que me cupo en suerte
hallé mi tiempo circulando por las arterias
mi pasado en jirones percudidos
mi pasado de imágenes en bruto
de niños que fueron mis amigos y que no traían jamás un quinto en la bolsa
de futbol y de pleitos gratuitos en el barrio
de escapadas al canal de riego para nadar casi en el lodo
de madres perfectas como dice Whitman
—que también aquí las hay, y bastantes, como doña Catalina, por ejemplo—
de salones con sesenta alumnos sudorosos
de maestros pobres vestidos con terlenca y que le echaban ganas
para que aprendiéramos de jodido a sumar nuestras desgracias
Hoy pues me reconozco
y sé que no faltará el atarantado que me apunte con el índice exquisito
para acusarme de provincianismo
de pintoresco altavoz de La Laguna
No tengo respuesta para defenderme
me resigna saber que a la belleza de los museos de Europa
—belleza que también me pertenece y hago mía, debo aclarar—
le agrego la belleza tal vez triste del lecho del río Nazas
del mercado Alianza
de la calle Morelos donde tantas tardes he caminado en busca de libros
de un parque en Gómez donde toqué la primera mano deseosa de una novia
de la secundaria Flores Magón donde acaso conocí el rostro de la alegría
del teatro Martínez y del bar La Ópera
de la fealdad sin culpa de nuestros ejidos
de la palabra coloquial y viva y hermosa y universal y eterna en mí
al menos en mí
de La Laguna
Para Saúl Rosales, con mi orgullo
por su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua.
Hace muchos años
veinte o tal vez un poco menos
cuando yo era apenas un boceto del boceto que sigo siendo ahora
me avergonzaba de haber nacido en Gómez Palacio
ciudad fea, polvosa, sin un átomo de lujos para el turismo
ciudad de paso, ruinosa y triste como mezquite solitario
como chamaca sin clientela
Mis primeras ideas literarias trataron de alejarme de La Laguna
sentí la obligación de ser universal, cosmopolita
de hacer una carrera literaria sin el tufo risible de la provincia
y lo logré con triste éxito
De alguna forma que no alcanzo a precisar
nunca llegué a ser cosmopolita ni universal ni nada
pero soñaba con ser identificado como autor de otro lugar
no de La Laguna
no de la estepa
no de Torreón ni de Gómez ni de Lerdo
ni de Matamoros ni de San Pedro
y menos de Tlahualilo o de Mapimí o de Chávez o de Viesca
mi comarca, mi Filomena comarca
Pero una vez lloré de tristeza y encontré en el sótano de mi corazón
flotando, a la deriva, olvidada
mi pequeña identidad de lagunero
la tomé en mi cuenca, temblorosamente
y encontré que esa forma extraña, que ese ser
ese amorfo ser lagunero
era irremediablemente mi rostro
mi pasado, mi gente
las vías del tren para llegar a la primaria de Santa Rosa en Gómez
el recuerdo de papalotes y canicas, juguetes pobres, magníficos juguetes
las misceláneas de don Manuel y de doña Melquia
el hotel Soto, un misterioso hotel de rato
el cine Elba donde aclamé al Santo desde entonces hasta la fecha
el fut y el beis en el asfalto
la humilde paleta de hielo
los amigos que hoy son albañiles o empleados en alguna empresa
y padres de familia como yo
espantados por la comida y la renta y las quincenas
Me impuse la obligación de esquivar ese mundo
de borrar ese pasado de carencias
de refugiarme en los libros
de hundirme en el prestigio de otras realidades
pero el anhelo me duró muy poco
del fondo de mi entraña, paso a paso, lentamente, como animal con hambre
caminaba hacia mis cuarenta mayos el pasado
mi pasado de amigos harapientos
de muchachas lindas, inalcanzables y lindas muchachas
que platicaban sólo entre ellas, secreteras, mordiéndose la trenza
comiéndose un chamoy, hablando de artistas
de adolescentes que para ser machos tomaban cerveza sin hacer gestos
de entradas al turbio cine para adultos
de mesas de billar y cigarros en la jeta
de tacos en el comal callejero, mugrosos y reconfortantes
Pero fracasé
lo estoy confesando
fracasé al tratar de verle la cara a la belleza en otras partes más prestigiosas
La belleza, lo que a mí me parece ahora la belleza
también está escondida en el recuerdo de esas calles
de esa gente
de todo el polvo acumulado en siglos
de todo el sol derramado en La Laguna
como violento chorro de luz sobre la tierra seca
Aquí estaba, en los pliegues de este rincón
de este pedazo de mundo casi fuera del mundo
la belleza diseminada en tantos sitios malolientes y basurientos
la belleza en sus cantinas y en sus expendios de vinos y licores
la belleza en sus plazas sin aliño
la belleza en sus camiones
en sus mercados de ratas casi diurnas
en sus perros sin casa
la belleza en la belleza de tantas, tantísimas mujeres
la belleza en tanto lépero bravucón
la belleza en tantas loncherías
la belleza en un campo de fut sin zacate y con porterías maltrechas
la belleza en los obreros de bicicleta y radio con pilas Rayovac
la belleza en las cumbias bárbaras de un taxi
la belleza en todas partes
incluso en lo terrible
Me venció entonces la realidad
La Laguna se insubordinó en mi sangre
la nostalgia se coló por todos mis poros
como a los ingleses se les cuela Londres
o a los gringos se les clava Nueva York en el cerebro
y decidí entonces convertirme
sin programa, sin bitácora, sin plan
sin manifiesto ni grito chovinista
en lo que debo ser
en vocero de mi polvo
en pájaro de mis pinabetes
en asordinado cantor de nuestras gestas
de nuestras pequeñas gestas sin fama mundial
sin prestigio ni mercadotecnia
pero hermosas
Hurgué entonces en los escondrijos de mi corazón
y allí encontré el arte que me cupo en suerte
hallé mi tiempo circulando por las arterias
mi pasado en jirones percudidos
mi pasado de imágenes en bruto
de niños que fueron mis amigos y que no traían jamás un quinto en la bolsa
de futbol y de pleitos gratuitos en el barrio
de escapadas al canal de riego para nadar casi en el lodo
de madres perfectas como dice Whitman
—que también aquí las hay, y bastantes, como doña Catalina, por ejemplo—
de salones con sesenta alumnos sudorosos
de maestros pobres vestidos con terlenca y que le echaban ganas
para que aprendiéramos de jodido a sumar nuestras desgracias
Hoy pues me reconozco
y sé que no faltará el atarantado que me apunte con el índice exquisito
para acusarme de provincianismo
de pintoresco altavoz de La Laguna
No tengo respuesta para defenderme
me resigna saber que a la belleza de los museos de Europa
—belleza que también me pertenece y hago mía, debo aclarar—
le agrego la belleza tal vez triste del lecho del río Nazas
del mercado Alianza
de la calle Morelos donde tantas tardes he caminado en busca de libros
de un parque en Gómez donde toqué la primera mano deseosa de una novia
de la secundaria Flores Magón donde acaso conocí el rostro de la alegría
del teatro Martínez y del bar La Ópera
de la fealdad sin culpa de nuestros ejidos
de la palabra coloquial y viva y hermosa y universal y eterna en mí
al menos en mí
de La Laguna