miércoles, septiembre 16, 2009
TÉ DE MANZANILLA
Tal vez otros tengan una opinión más optimista, pero hasta el momento, tres años después de iniciada, la “guerra” contra el narco se encuentra en las mismas condiciones. Cifras más, cifras menos, el número de cárteles y efectivos del crimen organizado son prácticamente los mismos, de suerte que el gigantesco despliegue del aparato de seguridad no ha servido para lo sustancial: frenar el negocio y/o acabar con las ejecuciones. La falta de buenos resultados quizá se deba a que fue un asunto más mediático que pertinente, lo que a la larga puede resultar, incluso, más peligroso. Si tras la embestida del estado mexicano no se ha hecho real mella a los grupos que controlan el tráfico, el mensaje para la tropa y las policías es desmoralizador.
Mucho se insistió, desde el principio de esa política de confrontación, que no era prudente ni legal sacar al ejército a las calles y que más que redadas y patrullajes era urgente una mejor labor de inteligencia. Quienes opinaron eso, creo, tenían razón. Por un lado, con métodos más sutiles podían ser atacados objetivos precisos, a diferencia de la cacería desgreñada que sólo ha dado la impresión de exhibir en las calles a los guardianes del orden, pero sin que hayan obtenido resultados contundentes y de verdad extirpatorios del poderoso mal al que se enfrentan. Cierto que, según las noticias, han caído algunos capos, han sido desmantelados algunos megalaboratorios y han sido decomisados varios kilos de droga, pero de eso a que el problema haya disminuido un ápice hay una distancia muy grande. El problema sigue allí, tan campante como en el amanecer del sexenio corriente.
Una prueba irrecusable de que la táctica choquista dio pábulo a los medios, pero no ayudó a la salud de la República, es lo que fue informado ayer sobre la salida de mil efectivos militares de Ciudad Juárez. El problema de la delincuencia es tan hondo que no puede ser abatido con represión o tratamientos cosméticos. Ciudad Juárez, paradigma de los males estructurales mexicanos, no bajó sustancialmente sus índices de violencia con los patrullajes y la casi ubicua presencia militar. Hace dos semanas hubo incluso un día que rompió el récord mexicano de ejecutados, lo que contribuyó a que Chihuahua tuviera cuarenta muertos con violencia en una sola jornada.
Uno de los argumentos esgrimidos para justificar el ataque frontal a la delincuencia es el número de capturas y de bajas sufridas por el enemigo. Son frecuentes incluso los mensajes propagandísticos que dan nombres y hasta apodos de los integrantes de cárteles ya capturados, eso para convencer a la población de que lo invertido en la “guerra” ha dejado buenos dividendos. ¿Es lógico que la baja de un mando de la delincuencia deje vacía o acéfala su función? Tal vez sí, pero sólo por un instante, ya que de inmediato la vacante es ocupada por el integrante inmediato inferior, casi como si fuera un juego de reacomodos que no tendrá fin, pues el diseño actual de la sociedad abre al extremo el ámbito delictivo como área de oportunidad para muchos que se la quieran jugar. Hay, como escribí hace relativamente poco, un ejército nacional de reserva para los cárteles, un mundo de personas que, independientemente de su extracción social, aspira tener más y, si el caso es desesperado, con facilidad llenen huecos dejados por los que van cayendo o por los que son atrapados. Y así hasta no acabar.
La moraleja es, entonces, la misma: más allá de los polémicos gravámenes o de los supuestamente saludables recortes a la burocracia, ¿qué se está haciendo para frenar la precipitación al vacío de la economía nacional? ¿En materia de lucha contra la delincuencia hay algún plan B o C o D cuando por fin el plan A termine por mostrar que sirvió para nada o para muy poco? México requiere cirugía mayor, pero desde hace 25 años lo estamos queriendo curar con té de manzanilla.
Mucho se insistió, desde el principio de esa política de confrontación, que no era prudente ni legal sacar al ejército a las calles y que más que redadas y patrullajes era urgente una mejor labor de inteligencia. Quienes opinaron eso, creo, tenían razón. Por un lado, con métodos más sutiles podían ser atacados objetivos precisos, a diferencia de la cacería desgreñada que sólo ha dado la impresión de exhibir en las calles a los guardianes del orden, pero sin que hayan obtenido resultados contundentes y de verdad extirpatorios del poderoso mal al que se enfrentan. Cierto que, según las noticias, han caído algunos capos, han sido desmantelados algunos megalaboratorios y han sido decomisados varios kilos de droga, pero de eso a que el problema haya disminuido un ápice hay una distancia muy grande. El problema sigue allí, tan campante como en el amanecer del sexenio corriente.
Una prueba irrecusable de que la táctica choquista dio pábulo a los medios, pero no ayudó a la salud de la República, es lo que fue informado ayer sobre la salida de mil efectivos militares de Ciudad Juárez. El problema de la delincuencia es tan hondo que no puede ser abatido con represión o tratamientos cosméticos. Ciudad Juárez, paradigma de los males estructurales mexicanos, no bajó sustancialmente sus índices de violencia con los patrullajes y la casi ubicua presencia militar. Hace dos semanas hubo incluso un día que rompió el récord mexicano de ejecutados, lo que contribuyó a que Chihuahua tuviera cuarenta muertos con violencia en una sola jornada.
Uno de los argumentos esgrimidos para justificar el ataque frontal a la delincuencia es el número de capturas y de bajas sufridas por el enemigo. Son frecuentes incluso los mensajes propagandísticos que dan nombres y hasta apodos de los integrantes de cárteles ya capturados, eso para convencer a la población de que lo invertido en la “guerra” ha dejado buenos dividendos. ¿Es lógico que la baja de un mando de la delincuencia deje vacía o acéfala su función? Tal vez sí, pero sólo por un instante, ya que de inmediato la vacante es ocupada por el integrante inmediato inferior, casi como si fuera un juego de reacomodos que no tendrá fin, pues el diseño actual de la sociedad abre al extremo el ámbito delictivo como área de oportunidad para muchos que se la quieran jugar. Hay, como escribí hace relativamente poco, un ejército nacional de reserva para los cárteles, un mundo de personas que, independientemente de su extracción social, aspira tener más y, si el caso es desesperado, con facilidad llenen huecos dejados por los que van cayendo o por los que son atrapados. Y así hasta no acabar.
La moraleja es, entonces, la misma: más allá de los polémicos gravámenes o de los supuestamente saludables recortes a la burocracia, ¿qué se está haciendo para frenar la precipitación al vacío de la economía nacional? ¿En materia de lucha contra la delincuencia hay algún plan B o C o D cuando por fin el plan A termine por mostrar que sirvió para nada o para muy poco? México requiere cirugía mayor, pero desde hace 25 años lo estamos queriendo curar con té de manzanilla.