miércoles, marzo 04, 2009
UNA BIENVENIDA PARA LA OTRA
El aprecio por la poesía en su más alta valoración es el legado de Alforja y sus muchos colaboradores, quienes no contentos con el esfuerzo de once años continuos han cerrado una cortina para abrir de inmediato otra, la de La Otra.
“Al final sólo tenemos lo que hemos dado”, ha escrito mi amigo el poeta colimense Rogelio Guedea. Esas palabras pueden servir de epitafio para la recién extinta revista Alforja, publicación que al final, en efecto, tuvo muchísimo, todo lo que dio a la literatura en general y a la poesía en particular. Y eso que dio no es pasajero: se queda como herencia de cientos, tal vez miles de lectores que la acariciaron en su soporte de papel y todavía hoy pueden apreciarla en su hemeroteca internética.
El aprecio por la poesía en su más alta valoración es el legado de Alforja y sus muchos colaboradores, quienes no contentos con el esfuerzo de once años continuos han cerrado una cortina para abrir de inmediato otra, la de La Otra, revista que esta noche nos convoca a lidiar con amor por el género literario más extraño y poderoso creado por el hombre:
la poesía.
La Otra no es Alforja, han aclarado sus editores.
Cierto.
Alforja fue, es, será Alforja, y su lugar entre las revistas literarias mexicanas modernas ya no se lo quita nadie, como nadie ahora le regatea un nicho de importancia a Savia Moderna o Taller o Letras de México o Plural o la Revista de la Universidad o Vuelta.
El tiempo se encargará de confirmar que Alforja ya convive con sus congéneres ilustres, pues once años de entregas especializadas en poesía no cualquiera los aguanta con tan alta y pareja calidad.
Pero todo lo que empieza, concluye, como bien observa Perogrullo, y Alforja ha expirado casi con alegría, pues uno de sus sarmientos ha dado nueva mata para ser, a un solo tiempo, la misma y sin embargo La Otra, un proyecto con análogo propósito pero con estrategias distintas para seguir siendo terreno donde la poesía eche raíz y crezca y dé frutos, tantos como los que ya comenzó a dar desde su salida inaugural.
En su ejemplar de estreno, lo más evidente es el cambio de formato, una variación simple, pero que de inmediato marca el camino distinto que pretende seguir la rama en relación al tronco.
El cintillo pasó a ser explícitamente más abarcador, pues de “Revista de poesía” pasó a ser “Revista de poesía+artes visuales+otras letras”.
Eso significa que La Otra tomará la estafeta que de alguna forma recibe de su predecesora, pero ahora con el deseo de convidar públicos cercanos al hacer poético, como es el caso de las artes visuales.
Eduardo Lizalde es el centro del La Otra en su salida de presentación. José Ángel Leyva, María Luisa Martínez Passarge y Alfredo Fressia, responsables de la revista, han elegido con puntería el tema eje, pues los ochenta años de vida de Lizalde son motivo suficiente para levantar un homenaje con varios acercamientos a su vida y obra condensados en una sección inmejorablemente titulada “Las 80 rayas del tigre”.
Allí hay siete subsecciones que ayudan a delimitar los territorios pisados por Lizalde; Evodio Escalante, Marco Antonio Campos, Juan Manuel Roca, Rosario San Miguel y Luis Antonio de Villena observan la trayectoria seguida por el autor de Cada cosa es Babel y nos ayudan a reconsiderarlo como una de las cumbres vivas del mapa poético nacional.
Segmento revelador es el que los editores han abierto para que tres cercanos de Lizalde (Salvador Elizondo, Ernesto Mejía Sánchez, Octavio Paz y Ramón Xirau), quienes nos acercan al compañero de andanzas literarias, más que al poeta admirado desde la lejanía; concluye la sección con un zarpazo del propio tigre, unos “Poemas de mi libreta Moleskine” (fragmento de la reseña leída en la presentación de La Otra celebrada en Durango el pasado 27 de febrero.
Participaron los maestros José Ángel Leyva, María Luisa Martínez Passarge y el autor de esta columna.
“Al final sólo tenemos lo que hemos dado”, ha escrito mi amigo el poeta colimense Rogelio Guedea. Esas palabras pueden servir de epitafio para la recién extinta revista Alforja, publicación que al final, en efecto, tuvo muchísimo, todo lo que dio a la literatura en general y a la poesía en particular. Y eso que dio no es pasajero: se queda como herencia de cientos, tal vez miles de lectores que la acariciaron en su soporte de papel y todavía hoy pueden apreciarla en su hemeroteca internética.
El aprecio por la poesía en su más alta valoración es el legado de Alforja y sus muchos colaboradores, quienes no contentos con el esfuerzo de once años continuos han cerrado una cortina para abrir de inmediato otra, la de La Otra, revista que esta noche nos convoca a lidiar con amor por el género literario más extraño y poderoso creado por el hombre:
la poesía.
La Otra no es Alforja, han aclarado sus editores.
Cierto.
Alforja fue, es, será Alforja, y su lugar entre las revistas literarias mexicanas modernas ya no se lo quita nadie, como nadie ahora le regatea un nicho de importancia a Savia Moderna o Taller o Letras de México o Plural o la Revista de la Universidad o Vuelta.
El tiempo se encargará de confirmar que Alforja ya convive con sus congéneres ilustres, pues once años de entregas especializadas en poesía no cualquiera los aguanta con tan alta y pareja calidad.
Pero todo lo que empieza, concluye, como bien observa Perogrullo, y Alforja ha expirado casi con alegría, pues uno de sus sarmientos ha dado nueva mata para ser, a un solo tiempo, la misma y sin embargo La Otra, un proyecto con análogo propósito pero con estrategias distintas para seguir siendo terreno donde la poesía eche raíz y crezca y dé frutos, tantos como los que ya comenzó a dar desde su salida inaugural.
En su ejemplar de estreno, lo más evidente es el cambio de formato, una variación simple, pero que de inmediato marca el camino distinto que pretende seguir la rama en relación al tronco.
El cintillo pasó a ser explícitamente más abarcador, pues de “Revista de poesía” pasó a ser “Revista de poesía+artes visuales+otras letras”.
Eso significa que La Otra tomará la estafeta que de alguna forma recibe de su predecesora, pero ahora con el deseo de convidar públicos cercanos al hacer poético, como es el caso de las artes visuales.
Eduardo Lizalde es el centro del La Otra en su salida de presentación. José Ángel Leyva, María Luisa Martínez Passarge y Alfredo Fressia, responsables de la revista, han elegido con puntería el tema eje, pues los ochenta años de vida de Lizalde son motivo suficiente para levantar un homenaje con varios acercamientos a su vida y obra condensados en una sección inmejorablemente titulada “Las 80 rayas del tigre”.
Allí hay siete subsecciones que ayudan a delimitar los territorios pisados por Lizalde; Evodio Escalante, Marco Antonio Campos, Juan Manuel Roca, Rosario San Miguel y Luis Antonio de Villena observan la trayectoria seguida por el autor de Cada cosa es Babel y nos ayudan a reconsiderarlo como una de las cumbres vivas del mapa poético nacional.
Segmento revelador es el que los editores han abierto para que tres cercanos de Lizalde (Salvador Elizondo, Ernesto Mejía Sánchez, Octavio Paz y Ramón Xirau), quienes nos acercan al compañero de andanzas literarias, más que al poeta admirado desde la lejanía; concluye la sección con un zarpazo del propio tigre, unos “Poemas de mi libreta Moleskine” (fragmento de la reseña leída en la presentación de La Otra celebrada en Durango el pasado 27 de febrero.
Participaron los maestros José Ángel Leyva, María Luisa Martínez Passarge y el autor de esta columna.