jueves, noviembre 20, 2008
REVOLUCIÓN MEXICANA
Macario Schettino
La Revolución Mexicana no es un hecho histórico, es una construcción cultural. Es una interpretación interesada de los eventos ocurridos a la salida de Porfirio Díaz, creada por los ganadores de la serie de guerras civiles que le siguieron, para dotarse de una legitimidad que de otra manera simplemente nunca hubieran tenido.
La construcción del mito de la Revolución debe mucho a Lázaro Cárdenas, sin duda, como también debe a los muralistas, pero ha sido sobre todo un producto del sistema educativo nacional, el mismo que nos mantiene lejos de los países desarrollados y en el fondo de las evaluaciones internacionales. Poco aprendemos en la escuela, y de ese poco, la mayoría resulta ser un conjunto de mitos que tenían como objetivo sostener a un régimen autoritario con la menor violencia posible.
El régimen ha desaparecido, pero no las creencias y el mito. Si acaso, se han desvanecido algunas cosas, como el año de inicio de la Revolución, que 55% de las personas encuestadas no puede ubicar, aunque casi todos saben que se festeja el 20 de noviembre. Algo es algo.
Más interesante aún es que tres de cada cuatro sostengan que la Revolución cumplió sus objetivos, aunque no tengan la menor idea de cuáles fueron éstos. Como causas, los encuestados eligen, en orden de mención, a la pobreza, la repartición de tierras, el Porfiriato, la esclavitud, la injusticia, pero aún sumando a todos los que tienen alguna idea, no llegamos a los 75% que sostienen que se han cumplido los objetivos de la heroica gesta. Peor caso cuando se pregunta por el logro principal, en donde 35% identifica a la libertad, asunto que nadie enarboló frente a Porfirio. Además, el régimen de la Revolución fue precisamente anti-liberal.
Pero la mejor muestra de lo que la Revolución ha significado es la coincidencia en la respuesta que dan los encuestados a la pregunta de qué faltó hacer tras la Revolución. Tres de cada cuatro no tienen la menor idea. Tal vez sean los mismos tres de cada cuatro que asumen que el mito cumplió sus objetivos.
El siglo XX fue un fracaso monumental para México. La evidencia la tiene usted a su alrededor: infraestructura escasa y en condiciones deplorables, una población que a duras penas sabe leer y escribir, una economía estancada y no competitiva. En el siglo pasado, todos los países del mundo mejoraron, y gracias a ello, nosotros también. Pero no logramos hacer nada muy diferente de lo que hicieron los demás. Es más, apenas si logramos mantenernos al ritmo de América Latina, sea que hablemos de crecimiento económico, de alfabetización, de mortalidad infantil, de esperanza de vida. Y nuestro continente tiene el peor desempeño en el mundo del siglo pasado.
Los herederos de la Revolución, es decir del mito, han sostenido por un par de décadas que el problema no fue el régimen que nos gobernó durante el siglo XX, sino ese fantasma llamado neoliberalismo. Como si México hubiese sido una maravilla hasta antes de los años ochenta. Y es que se nos olvida que antes de esa década la mayoría de los mexicanos vivía en el campo, lejos de todo servicio, sin prácticamente programas contra la pobreza, ni seguros populares. Y también olvidamos que por décadas no se financiaron las pensiones que hoy tenemos que pagar, ni se construyeron casas, ni autopistas. Por cierto, ni ferrocarriles, que todavía hoy son apenas un poco mayores a lo que dejó Porfirio, hace ya casi cien años.
El mito de la Revolución no ha muerto. Millones de mexicanos siguen creyendo en él, sin darse cuenta de que la pobreza en que viven es resultado del régimen autoritario que inventó ese mito para mantenerlos engañados. El mito ha sido tan poderoso, que no hay forma de renovar a México sin enfrentarlo. No hay manera de construir un México democrático, competitivo y justo sin destruir ese pensamiento anacrónico y colonial que subyace a ese invento llamado Revolución Mexicana. Hay que entenderlo pronto.
La construcción del mito de la Revolución debe mucho a Lázaro Cárdenas, sin duda, como también debe a los muralistas, pero ha sido sobre todo un producto del sistema educativo nacional, el mismo que nos mantiene lejos de los países desarrollados y en el fondo de las evaluaciones internacionales. Poco aprendemos en la escuela, y de ese poco, la mayoría resulta ser un conjunto de mitos que tenían como objetivo sostener a un régimen autoritario con la menor violencia posible.
El régimen ha desaparecido, pero no las creencias y el mito. Si acaso, se han desvanecido algunas cosas, como el año de inicio de la Revolución, que 55% de las personas encuestadas no puede ubicar, aunque casi todos saben que se festeja el 20 de noviembre. Algo es algo.
Más interesante aún es que tres de cada cuatro sostengan que la Revolución cumplió sus objetivos, aunque no tengan la menor idea de cuáles fueron éstos. Como causas, los encuestados eligen, en orden de mención, a la pobreza, la repartición de tierras, el Porfiriato, la esclavitud, la injusticia, pero aún sumando a todos los que tienen alguna idea, no llegamos a los 75% que sostienen que se han cumplido los objetivos de la heroica gesta. Peor caso cuando se pregunta por el logro principal, en donde 35% identifica a la libertad, asunto que nadie enarboló frente a Porfirio. Además, el régimen de la Revolución fue precisamente anti-liberal.
Pero la mejor muestra de lo que la Revolución ha significado es la coincidencia en la respuesta que dan los encuestados a la pregunta de qué faltó hacer tras la Revolución. Tres de cada cuatro no tienen la menor idea. Tal vez sean los mismos tres de cada cuatro que asumen que el mito cumplió sus objetivos.
El siglo XX fue un fracaso monumental para México. La evidencia la tiene usted a su alrededor: infraestructura escasa y en condiciones deplorables, una población que a duras penas sabe leer y escribir, una economía estancada y no competitiva. En el siglo pasado, todos los países del mundo mejoraron, y gracias a ello, nosotros también. Pero no logramos hacer nada muy diferente de lo que hicieron los demás. Es más, apenas si logramos mantenernos al ritmo de América Latina, sea que hablemos de crecimiento económico, de alfabetización, de mortalidad infantil, de esperanza de vida. Y nuestro continente tiene el peor desempeño en el mundo del siglo pasado.
Los herederos de la Revolución, es decir del mito, han sostenido por un par de décadas que el problema no fue el régimen que nos gobernó durante el siglo XX, sino ese fantasma llamado neoliberalismo. Como si México hubiese sido una maravilla hasta antes de los años ochenta. Y es que se nos olvida que antes de esa década la mayoría de los mexicanos vivía en el campo, lejos de todo servicio, sin prácticamente programas contra la pobreza, ni seguros populares. Y también olvidamos que por décadas no se financiaron las pensiones que hoy tenemos que pagar, ni se construyeron casas, ni autopistas. Por cierto, ni ferrocarriles, que todavía hoy son apenas un poco mayores a lo que dejó Porfirio, hace ya casi cien años.
El mito de la Revolución no ha muerto. Millones de mexicanos siguen creyendo en él, sin darse cuenta de que la pobreza en que viven es resultado del régimen autoritario que inventó ese mito para mantenerlos engañados. El mito ha sido tan poderoso, que no hay forma de renovar a México sin enfrentarlo. No hay manera de construir un México democrático, competitivo y justo sin destruir ese pensamiento anacrónico y colonial que subyace a ese invento llamado Revolución Mexicana. Hay que entenderlo pronto.