sábado, noviembre 29, 2008
4581 Y CONTANDO
El secretario Gómez Mont, por ejemplo, se apapachó diciendo que el gobierno federal cumplió al 100% los siete compromisos que hizo en el Acuerdo por la Seguridad el 21 de agosto.
Qué padre.
Los escasos tres renglones de una micronota publicada por Vanguardia son elocuentes pues sin paja describen el 2008 pesadillesco que todavía vivimos:
“Ejecutados de agosto al 26 de noviembre:
2,429; ejecutados en abril, mayo, junio y julio: 1,589; ejecutados en enero, febrero y marzo:
833” (acostados uno luego del otro, si en promedio los muertos miden 1.70 de estatura, la línea resultante sería de 7787 metros, o sea, formarían una raya de ida y vuelta por toda nuestra frontera norte, y hasta sobrarían 1483 metros de cadáveres).
Difuntos más, difuntos menos, el total de 4851 ejecutados hace innecesario el don de profecía para asegurar que la friolera rebasará las cinco mil ánimas en 2008, una cantidad dantesca e indigna de un país que se presume civilizado y con “instituciones” que ningún ciudadano decente quiere mandar al diablo.
A eso debemos sumar todo el muy diversificado menú de la delincuencia organizada y hormiga: secuestros, robos de coches, extorsiones, violaciones, pederastia, hurtos a casas y negocios, fraudes...
Lo más extraño es que por esas malditas paradojas que tiene la vida de este país, el incremento de crímenes relacionados con la crema y la nata de la delincuencia, es decir, aquellos que se vinculan al ajusticiamiento por narcopugnas, sumó su principal cuota de cadáveres en los cien días que la cumbre sobre seguridad estableció para ver resultados positivos.
En los susodichos cien días no sólo no fue contenida la ola de violencia, sino que, oronda, hawaiana, la ya de por sí mayúscula ola creció hasta convertirse en tsunami.
El resultado, por ello, es, dicho de una manera más o menos eufemística, desastroso.
El saldo de la reunión en la que el señor Martí enunció el aforismo del año no servirá entonces, por más que se afanen las autoridades, para maquillar el revés.
Se trata de una derrota y aquí no hay, si la sensatez se impone, rendija discursiva que pueda asentar la percepción de resultados positivos.
Frente a las cuentas alegres de los espots que describen los grandes “golpes” a la delincuencia, el periodismo ilustra, a veces en cautelosa voz baja, que todos los días aumenta el salpicadero de sangre en la república y, como ocurre con el caso de Nelson Vargas, reina la convivencia entre los supuestos buenos con los reconocidos malos del film.
Pese a la previsible falsía de las declaraciones elaboradas para embellecer los resultados, quise esperar hasta el día 101 sólo con el fin de aquilatar el tenor de las patrañas urdidas en el autocelebratorio día cien.
¿Aceptarán que el avance ha sido nomás de la violencia? ¿Elaborarán un mínimo mea culpa con el objetivo de rehacer el plan de limpieza para México?
¿Qué dirá Calderón? Esperé la respuesta a esas preguntas durante el viernes, y no es por aguafiestismo congénito, sino por realismo de ciudadano convencional, que oí y leí otra vez, enfáticamente remarcados, declaraciones alarmantes y de una violencia discursiva tremenda por lo que tienen de falaces.
El secretario Gómez Mont, por ejemplo, se apapachó diciendo que el gobierno federal cumplió al 100% los siete compromisos que hizo en el Acuerdo por la Seguridad el 21 de agosto.
Qué padre. Y eso mismo, que cumplieron a cabalidad, pueden decir los gobiernos estatales y municipales, los legisladores, los secretarios, etcétera; y mientras declaran con espantasuegras y confeti la realidad se obstina en llevarles la contra, en incrementar la numeralia del terror.
Pero qué se le puede hacer.
Es México, es México.
Terminal
En nuestra gustada sección “Chambas fantasmagóricas”, va:
un compa me comenta de su antiguo desempeño en el Ayuntamiento de Lerdo.
¿De qué la hacías allí?, le pregunto. Su respuesta es casi casi metafísica:
“Trabajé arduamente en el inexistente departamento de cultura”.
Qué padre.
Los escasos tres renglones de una micronota publicada por Vanguardia son elocuentes pues sin paja describen el 2008 pesadillesco que todavía vivimos:
“Ejecutados de agosto al 26 de noviembre:
2,429; ejecutados en abril, mayo, junio y julio: 1,589; ejecutados en enero, febrero y marzo:
833” (acostados uno luego del otro, si en promedio los muertos miden 1.70 de estatura, la línea resultante sería de 7787 metros, o sea, formarían una raya de ida y vuelta por toda nuestra frontera norte, y hasta sobrarían 1483 metros de cadáveres).
Difuntos más, difuntos menos, el total de 4851 ejecutados hace innecesario el don de profecía para asegurar que la friolera rebasará las cinco mil ánimas en 2008, una cantidad dantesca e indigna de un país que se presume civilizado y con “instituciones” que ningún ciudadano decente quiere mandar al diablo.
A eso debemos sumar todo el muy diversificado menú de la delincuencia organizada y hormiga: secuestros, robos de coches, extorsiones, violaciones, pederastia, hurtos a casas y negocios, fraudes...
Lo más extraño es que por esas malditas paradojas que tiene la vida de este país, el incremento de crímenes relacionados con la crema y la nata de la delincuencia, es decir, aquellos que se vinculan al ajusticiamiento por narcopugnas, sumó su principal cuota de cadáveres en los cien días que la cumbre sobre seguridad estableció para ver resultados positivos.
En los susodichos cien días no sólo no fue contenida la ola de violencia, sino que, oronda, hawaiana, la ya de por sí mayúscula ola creció hasta convertirse en tsunami.
El resultado, por ello, es, dicho de una manera más o menos eufemística, desastroso.
El saldo de la reunión en la que el señor Martí enunció el aforismo del año no servirá entonces, por más que se afanen las autoridades, para maquillar el revés.
Se trata de una derrota y aquí no hay, si la sensatez se impone, rendija discursiva que pueda asentar la percepción de resultados positivos.
Frente a las cuentas alegres de los espots que describen los grandes “golpes” a la delincuencia, el periodismo ilustra, a veces en cautelosa voz baja, que todos los días aumenta el salpicadero de sangre en la república y, como ocurre con el caso de Nelson Vargas, reina la convivencia entre los supuestos buenos con los reconocidos malos del film.
Pese a la previsible falsía de las declaraciones elaboradas para embellecer los resultados, quise esperar hasta el día 101 sólo con el fin de aquilatar el tenor de las patrañas urdidas en el autocelebratorio día cien.
¿Aceptarán que el avance ha sido nomás de la violencia? ¿Elaborarán un mínimo mea culpa con el objetivo de rehacer el plan de limpieza para México?
¿Qué dirá Calderón? Esperé la respuesta a esas preguntas durante el viernes, y no es por aguafiestismo congénito, sino por realismo de ciudadano convencional, que oí y leí otra vez, enfáticamente remarcados, declaraciones alarmantes y de una violencia discursiva tremenda por lo que tienen de falaces.
El secretario Gómez Mont, por ejemplo, se apapachó diciendo que el gobierno federal cumplió al 100% los siete compromisos que hizo en el Acuerdo por la Seguridad el 21 de agosto.
Qué padre. Y eso mismo, que cumplieron a cabalidad, pueden decir los gobiernos estatales y municipales, los legisladores, los secretarios, etcétera; y mientras declaran con espantasuegras y confeti la realidad se obstina en llevarles la contra, en incrementar la numeralia del terror.
Pero qué se le puede hacer.
Es México, es México.
Terminal
En nuestra gustada sección “Chambas fantasmagóricas”, va:
un compa me comenta de su antiguo desempeño en el Ayuntamiento de Lerdo.
¿De qué la hacías allí?, le pregunto. Su respuesta es casi casi metafísica:
“Trabajé arduamente en el inexistente departamento de cultura”.