sábado, marzo 15, 2008
EL PATO Y EL SOSPECHOSISMO
Jaime Muñoz Vargas
Tan apretada es la ráfaga de inconsistencias en la defensa de Mouriño que no es posible dejar de aventurar la hipótesis del caínismo.Hay un viejo chistorete, ya mamón de tan oído, que plantea el caso del conocimiento lógico por la obviedad de las evidencias. Lo repito:si tiene patas de pato, pico de pato, alas de pato, cuerpo de pato, graznido de pato, cola de pato y caga como pato, es casi seguro que se trate (nótese la brillante conclusión) de un pato. Determinamos que lo es porque la enumeración de tales rasgos no encaja con los que enlistaríamos para describir a un tigre o a un escarabajo.No se trata, pues, de una adivinanza, de un acertijo ni medianamente difícil de responder. Es un pato, y ya, porque los patos parecen patos y sólo con inferencias delirantes acabaríamos por pensar que no son patos.Podemos hacer ahora un ejercicio similar para saber qué es Juan Camilo Mouriño Terrazo, actual titular de la Secretaría de Gobernación y mugre de la uña calderónica. En una coyuntura de apertura plena a la inversión de particulares en la explotación petrolera, el niño (Iván el) terrible de la administración federal es como el pato: su familia ha estado y está metida hasta los tuétanos en el negocio de los hidrocarburos, él ha firmado con su puño y su Montblanc contratos que lo acreditan como ejecutor de operaciones relacionadas con la industria, es un español cercano a inversionistas peninsulares dedicados al ramo, es el principal promotor de las alianzas PRI-PAN para darle marcha adelante legislativa a la privatización, por ende, lo más probable es que sea un pato, es decir, un decidido actor (entusiasta juez y anhelante parte) de todo lo que en este momento se mueve en torno a los intereses petroleros. Sólo quienes nunca han visto un pato pueden concluir que Mouriño pertenece a otra especie de la variada fauna política mexicana, de ahí que resulte cómico y hasta grotesco confundirlo con una delfín (bueno, aceptemos que sí tiene algo de delfín, al menos en el sentido monárquico del término) o un ornitorrinco.En plan de ver la realidad con ojos desapasionados, el show que brinda Mouriño cuando se autoexculpa de todo vínculo sospechosista con el mundo de la gasolina, es como el que podría dar el pato si tuviera la facultad de hablar y nos quisiera convencer de que es oso hormiguero. Además de los documentos que lo exhiben como magnate campechano de la gasolina y otras actividades no menos lucrativas, ya ha desfilado ante él toda la caballada protectora, lo cual agudiza el sospechosismo que cae sobre su espalda: Calderón como principal manto protector, los legisladores como dique de contención a posibles investigaciones y el partido como vocero del pato que se niega a ser pato.Tan apretada es la ráfaga de inconsistencias en la defensa de Mouriño que no es posible dejar de aventurar la hipótesis del caínismo. ¿Y si Calderón le colocó los reflectores para aniquilarlo? Un poco de apego al sabio dogma de Maquiavelo indica que nadie con buen corazón y entendimiento sano colocaría a su favorito de favoritos en un lugar propicio para el apedreo de los rivales. Porque Juan Camilo estaba protegido, sin duda, mientras vivía agazapado en la oficina de la presidencia; todo fue que lo treparan al pedestal de Gobernación para que salieran a relucir los trapotes de una carrera empresarial que lo ha consagrado como el firmador de contratos más rápido del viejo oeste, el Lee Van Cleef de las rúbricas para negocios multimillonarios.
Tan apretada es la ráfaga de inconsistencias en la defensa de Mouriño que no es posible dejar de aventurar la hipótesis del caínismo.Hay un viejo chistorete, ya mamón de tan oído, que plantea el caso del conocimiento lógico por la obviedad de las evidencias. Lo repito:si tiene patas de pato, pico de pato, alas de pato, cuerpo de pato, graznido de pato, cola de pato y caga como pato, es casi seguro que se trate (nótese la brillante conclusión) de un pato. Determinamos que lo es porque la enumeración de tales rasgos no encaja con los que enlistaríamos para describir a un tigre o a un escarabajo.No se trata, pues, de una adivinanza, de un acertijo ni medianamente difícil de responder. Es un pato, y ya, porque los patos parecen patos y sólo con inferencias delirantes acabaríamos por pensar que no son patos.Podemos hacer ahora un ejercicio similar para saber qué es Juan Camilo Mouriño Terrazo, actual titular de la Secretaría de Gobernación y mugre de la uña calderónica. En una coyuntura de apertura plena a la inversión de particulares en la explotación petrolera, el niño (Iván el) terrible de la administración federal es como el pato: su familia ha estado y está metida hasta los tuétanos en el negocio de los hidrocarburos, él ha firmado con su puño y su Montblanc contratos que lo acreditan como ejecutor de operaciones relacionadas con la industria, es un español cercano a inversionistas peninsulares dedicados al ramo, es el principal promotor de las alianzas PRI-PAN para darle marcha adelante legislativa a la privatización, por ende, lo más probable es que sea un pato, es decir, un decidido actor (entusiasta juez y anhelante parte) de todo lo que en este momento se mueve en torno a los intereses petroleros. Sólo quienes nunca han visto un pato pueden concluir que Mouriño pertenece a otra especie de la variada fauna política mexicana, de ahí que resulte cómico y hasta grotesco confundirlo con una delfín (bueno, aceptemos que sí tiene algo de delfín, al menos en el sentido monárquico del término) o un ornitorrinco.En plan de ver la realidad con ojos desapasionados, el show que brinda Mouriño cuando se autoexculpa de todo vínculo sospechosista con el mundo de la gasolina, es como el que podría dar el pato si tuviera la facultad de hablar y nos quisiera convencer de que es oso hormiguero. Además de los documentos que lo exhiben como magnate campechano de la gasolina y otras actividades no menos lucrativas, ya ha desfilado ante él toda la caballada protectora, lo cual agudiza el sospechosismo que cae sobre su espalda: Calderón como principal manto protector, los legisladores como dique de contención a posibles investigaciones y el partido como vocero del pato que se niega a ser pato.Tan apretada es la ráfaga de inconsistencias en la defensa de Mouriño que no es posible dejar de aventurar la hipótesis del caínismo. ¿Y si Calderón le colocó los reflectores para aniquilarlo? Un poco de apego al sabio dogma de Maquiavelo indica que nadie con buen corazón y entendimiento sano colocaría a su favorito de favoritos en un lugar propicio para el apedreo de los rivales. Porque Juan Camilo estaba protegido, sin duda, mientras vivía agazapado en la oficina de la presidencia; todo fue que lo treparan al pedestal de Gobernación para que salieran a relucir los trapotes de una carrera empresarial que lo ha consagrado como el firmador de contratos más rápido del viejo oeste, el Lee Van Cleef de las rúbricas para negocios multimillonarios.