jueves, marzo 13, 2008
EL CIRCULO DE CARLOS REYES
Jaime Muñoz Vargas
Las editoriales del centro y varios escritores del norte han capitalizado para su mutuo beneficio el estado de intranquilidad que se vive en la frontera.Hace algunos días, en el Encuentro de Escritores Coahuilenses, varios laguneros avivamos la polémica que algunos años atrás estalló en el DF gracias a un debate sostenido, principalmente, por dos escritores jóvenes y muy reconocidos en todo el país: el crítico Rafael Lemus y el narrador Eduardo Antonio Parra. Los detalles de aquel esgrima fueron retenidos en las páginas de la revista Letras Libres; en resumen, muestran a un Lemus decepcionado de la narrativa norteña, a su parecer estancada en la temática, a su ver mal encarada en muchos relatos, del narco y la violencia, y a un Parra que se le opuso con argumentos a favor de la literatura creada en los ámbitos del norte. A partir de allí, el tema sigue sobrevolándonos, como se pudo notar en el Encuentro de Escritores. Las preguntas formuladas en ese foro fueron éstas o varias muy cercanas a éstas: ¿Hasta dónde, en verdad, las historias escritas en la geografía norteña del país se ciñen monótonamente al asunto de las drogas y la sangre? ¿Hasta dónde, de veras, los narradores del norte viven por su voluntad atornillados al tema de la narcoviolencia? ¿No ocurrirá acaso, más bien, que las editoriales han favorecido esas historias para surfear en las olas de sangre que fuera de la ficción se levantan por todo el norte del país y que han sido dibujadas por cierta narrativa de por acá?Creo que ha pasado lo último: las editoriales del centro y varios escritores del norte han capitalizado para su mutuo beneficio el estado de intranquilidad que se vive en la frontera, de suerte que en unos pocos años las librerías han visto cundir en sus anaqueles una significativa cantidad de novelas, sobre todo novelas, que tienen la intención, cada quien dirá si bien lograda o no, de retratar el incremento de sangre vertida en las calles debido sobre todo al tráfico de estupefacientes. El mejor representante de esta corriente, pudiéramos llamarla así, es el sinaloense Elmer Mendoza, quien en varios libros ya publicados por Tusquets ha encarado el caos que vivimos por estos rumbos en los que no hay un solo día sin desayuno viscoso noticioso de desaparecidos y/o ejecutados.Como algunos insistimos en el Encuentro de Escritores, esos asuntos son parte de una especie de imposición temática dictada por las editoriales comerciales del centro. Fuera de esa maquinaria, más cercana a la mercadotecnia colonizadora de lectores que a la literatura, no han dejado de aparecer novelas y cuentos que en nada o muy poco han reparado en el tema narco. Son obras que aparecen y circulan, muy a nuestro pesar, con sellos municipales o estatales, universitarios, oficiales en suma, y que por su modesta distribución apenas son conocidos por unos cuantos lectores del entorno cercano a su lugar de producción.Pocos son, una inmensa minoría, hay que decirlo, quienes han logrado colarse a las editoriales de circulación nacional; los más, al Fondo Editorial Tierra Adentro, sello que, si bien ha ampliado las expectativas de distribución, no se puede comparar todavía con los comerciales como Alfaguara, Mondadori, Planeta, Era, etcétera. Quizá por esa razón, estas ediciones del Conaculta no se han ceñido al corsé de la literatura narca, y exploran caminos tan diversos que es imposible hablar ahora de escritores norteños en marcha hacia una misma dirección. Un ejemplo de esto lo tenemos en Carlos Reyes, quien con su novela El círculo de Eranos (número 336 del FETA) ha dado un paso más en la ruta de una trayectoria consistente, una de las más serias entre las que ya podemos destacar de su generación. Y no me refiero aquí sólo a sus coetáneos de La Laguna, sino del país.
Las editoriales del centro y varios escritores del norte han capitalizado para su mutuo beneficio el estado de intranquilidad que se vive en la frontera.Hace algunos días, en el Encuentro de Escritores Coahuilenses, varios laguneros avivamos la polémica que algunos años atrás estalló en el DF gracias a un debate sostenido, principalmente, por dos escritores jóvenes y muy reconocidos en todo el país: el crítico Rafael Lemus y el narrador Eduardo Antonio Parra. Los detalles de aquel esgrima fueron retenidos en las páginas de la revista Letras Libres; en resumen, muestran a un Lemus decepcionado de la narrativa norteña, a su parecer estancada en la temática, a su ver mal encarada en muchos relatos, del narco y la violencia, y a un Parra que se le opuso con argumentos a favor de la literatura creada en los ámbitos del norte. A partir de allí, el tema sigue sobrevolándonos, como se pudo notar en el Encuentro de Escritores. Las preguntas formuladas en ese foro fueron éstas o varias muy cercanas a éstas: ¿Hasta dónde, en verdad, las historias escritas en la geografía norteña del país se ciñen monótonamente al asunto de las drogas y la sangre? ¿Hasta dónde, de veras, los narradores del norte viven por su voluntad atornillados al tema de la narcoviolencia? ¿No ocurrirá acaso, más bien, que las editoriales han favorecido esas historias para surfear en las olas de sangre que fuera de la ficción se levantan por todo el norte del país y que han sido dibujadas por cierta narrativa de por acá?Creo que ha pasado lo último: las editoriales del centro y varios escritores del norte han capitalizado para su mutuo beneficio el estado de intranquilidad que se vive en la frontera, de suerte que en unos pocos años las librerías han visto cundir en sus anaqueles una significativa cantidad de novelas, sobre todo novelas, que tienen la intención, cada quien dirá si bien lograda o no, de retratar el incremento de sangre vertida en las calles debido sobre todo al tráfico de estupefacientes. El mejor representante de esta corriente, pudiéramos llamarla así, es el sinaloense Elmer Mendoza, quien en varios libros ya publicados por Tusquets ha encarado el caos que vivimos por estos rumbos en los que no hay un solo día sin desayuno viscoso noticioso de desaparecidos y/o ejecutados.Como algunos insistimos en el Encuentro de Escritores, esos asuntos son parte de una especie de imposición temática dictada por las editoriales comerciales del centro. Fuera de esa maquinaria, más cercana a la mercadotecnia colonizadora de lectores que a la literatura, no han dejado de aparecer novelas y cuentos que en nada o muy poco han reparado en el tema narco. Son obras que aparecen y circulan, muy a nuestro pesar, con sellos municipales o estatales, universitarios, oficiales en suma, y que por su modesta distribución apenas son conocidos por unos cuantos lectores del entorno cercano a su lugar de producción.Pocos son, una inmensa minoría, hay que decirlo, quienes han logrado colarse a las editoriales de circulación nacional; los más, al Fondo Editorial Tierra Adentro, sello que, si bien ha ampliado las expectativas de distribución, no se puede comparar todavía con los comerciales como Alfaguara, Mondadori, Planeta, Era, etcétera. Quizá por esa razón, estas ediciones del Conaculta no se han ceñido al corsé de la literatura narca, y exploran caminos tan diversos que es imposible hablar ahora de escritores norteños en marcha hacia una misma dirección. Un ejemplo de esto lo tenemos en Carlos Reyes, quien con su novela El círculo de Eranos (número 336 del FETA) ha dado un paso más en la ruta de una trayectoria consistente, una de las más serias entre las que ya podemos destacar de su generación. Y no me refiero aquí sólo a sus coetáneos de La Laguna, sino del país.