sábado, noviembre 03, 2007
LECCIÓN TABASCO
Jaime Muñoz Vargas
¿Qué podemos hacer en el norte del país para ayudar a Tabasco? En los hechos, nada, salvo quizá recolección simbólica de víveres y cobijas de mera buena intención mediática. La impotencia y la falta de solidaridad (parientes cercanas en este caso), no tienen sus resortes sólo en la dificultad real de ayudar a más de dos o tres mil kilómetros de distancia, sino en el efecto escepticismo que ha cundido en el país debido a la turbiedad de las autoridades al momento de administrar la ayuda humanitaria. ¿Para qué dar, se preguntan muchos ciudadanos, si el dinero depositado en una cuenta o la donación de latas y medicinas al final será criminalmente usado para la trácala particular o para el juego político? La respuesta a tal pregunta es automática: no, no sirve de nada ayudar, y ya ni siquiera vale la pena hacerlo en tragedias mayúsculas como la de Villahermosa y otras ciudades aledañas.La lección de Tabasco sólo agudiza, pues, el pesimismo y/o la indiferencia que asuelan al país en casos de emergencia extrema. El agua en esta ocasión, y en otros los procesos electorales, ha exhibido hasta la demencia el grado de corrupción e ineptitud que alcanzan a tener gobiernos reptilíneos como los últimos tres de aquella entidad. Si es cierto que ante una feroz agresión de la naturaleza irremediablemente habrá damnificados, también lo es que los gobiernos tabasqueños recientes han mostrado un enorme grado de imprevisión y falta de escrúpulos a la hora de vigilar, en aquellos lugares siempre ensombrecidos por el riesgo de diluvios, las zonas de mayor riesgo y la respuesta a contingencias como la actual que ya alcanzó parámetros de infierno acuático.La devastación, entonces, no es sólo producida por la naturaleza y sus cada vez más frecuentes venganzas, sino también por prevaricadores que llegado el momento, su momento, saquean todo lo saqueable, licitan y compran inútiles “mandarinas”, permiten la explotación de minas en condiciones de inseguridad extrema para los trabajadores o, como sucede hoy en Tabasco, dejan a la buena voluntad de los elementos la integridad física de miles de ciudadanos en vez de poner manos a la obra civil que evite impactos inmanejables cuando la naturaleza no sigue la pauta de lo deseable.Según se ha difundido, los tres más recientes gobiernos estatales tabasqueños (incluido el actual de Andrés Granier) fueron beneficiados con recursos de Pemex destinados exclusivamente a la construcción de infraestructura contra las inundaciones. Lo único malo es más bien terrible: la entrega de esos recursos se dio de manera casi discrecional y sin fiscalización ninguna, de suerte que los millones de pesos teóricamente destinados a la seguridad de la población se han filtrado a los bolsillos de funcionarios sin rostro definido, a destinatarios que gracias al caos de los oscuros papeleos burocráticos son incastigables y en algunos casos hasta inhallables.En tal situación, ¿qué puede hacer el ciudadano que desea ayudar y no sabe cómo hacerlo? Sospecho, con un pesimismo que me tortura, que nada o muy poco en términos reales y coyunturales. El caso de Tabasco puede servir, sin embargo, para repensar nuestra responsabilidad como ciudadanos a la hora de elegir gobernantes, a la hora de aceptar imposiciones e incluso aplaudirlas.
¿Qué podemos hacer en el norte del país para ayudar a Tabasco? En los hechos, nada, salvo quizá recolección simbólica de víveres y cobijas de mera buena intención mediática. La impotencia y la falta de solidaridad (parientes cercanas en este caso), no tienen sus resortes sólo en la dificultad real de ayudar a más de dos o tres mil kilómetros de distancia, sino en el efecto escepticismo que ha cundido en el país debido a la turbiedad de las autoridades al momento de administrar la ayuda humanitaria. ¿Para qué dar, se preguntan muchos ciudadanos, si el dinero depositado en una cuenta o la donación de latas y medicinas al final será criminalmente usado para la trácala particular o para el juego político? La respuesta a tal pregunta es automática: no, no sirve de nada ayudar, y ya ni siquiera vale la pena hacerlo en tragedias mayúsculas como la de Villahermosa y otras ciudades aledañas.La lección de Tabasco sólo agudiza, pues, el pesimismo y/o la indiferencia que asuelan al país en casos de emergencia extrema. El agua en esta ocasión, y en otros los procesos electorales, ha exhibido hasta la demencia el grado de corrupción e ineptitud que alcanzan a tener gobiernos reptilíneos como los últimos tres de aquella entidad. Si es cierto que ante una feroz agresión de la naturaleza irremediablemente habrá damnificados, también lo es que los gobiernos tabasqueños recientes han mostrado un enorme grado de imprevisión y falta de escrúpulos a la hora de vigilar, en aquellos lugares siempre ensombrecidos por el riesgo de diluvios, las zonas de mayor riesgo y la respuesta a contingencias como la actual que ya alcanzó parámetros de infierno acuático.La devastación, entonces, no es sólo producida por la naturaleza y sus cada vez más frecuentes venganzas, sino también por prevaricadores que llegado el momento, su momento, saquean todo lo saqueable, licitan y compran inútiles “mandarinas”, permiten la explotación de minas en condiciones de inseguridad extrema para los trabajadores o, como sucede hoy en Tabasco, dejan a la buena voluntad de los elementos la integridad física de miles de ciudadanos en vez de poner manos a la obra civil que evite impactos inmanejables cuando la naturaleza no sigue la pauta de lo deseable.Según se ha difundido, los tres más recientes gobiernos estatales tabasqueños (incluido el actual de Andrés Granier) fueron beneficiados con recursos de Pemex destinados exclusivamente a la construcción de infraestructura contra las inundaciones. Lo único malo es más bien terrible: la entrega de esos recursos se dio de manera casi discrecional y sin fiscalización ninguna, de suerte que los millones de pesos teóricamente destinados a la seguridad de la población se han filtrado a los bolsillos de funcionarios sin rostro definido, a destinatarios que gracias al caos de los oscuros papeleos burocráticos son incastigables y en algunos casos hasta inhallables.En tal situación, ¿qué puede hacer el ciudadano que desea ayudar y no sabe cómo hacerlo? Sospecho, con un pesimismo que me tortura, que nada o muy poco en términos reales y coyunturales. El caso de Tabasco puede servir, sin embargo, para repensar nuestra responsabilidad como ciudadanos a la hora de elegir gobernantes, a la hora de aceptar imposiciones e incluso aplaudirlas.