miércoles, mayo 23, 2007
QUINCE SIN YUPANQUI
Jaime Muñoz
El 23 de mayo del 92 cumplí 28 años. Malos o buenos, para entonces ya estaban claros mis gustos, los pocos que hasta ese momento pude definir en una vida sin grandes oportunidades. Aquel día lo recuerdo especialmente porque recibí un regalo ingrato, una noticia: Atahualpa Yupanqui había muerto. Nacido en 1908, Héctor Roberto Chavero, que así se llamaba don Ata, era entonces para mí el compositor e intérprete de la música que satisfacía mi secreto deseo de poesía eficaz, sencilla y profunda a la vez en medio de un modesto guitarreo. El paso de los años no ha deteriorado esa admiración; al contrario, conforme han pasado esos tres lustros sin don Ata, más he aprendido a escucharlo, y más también a entenderlo, a quererlo.Frente a una legión de letristas impostados, artificiosamente “trascendentes” (Arjona y Juanes me parecen dos ejemplos acabados de esa fauna chafa) o vacuos hasta la ñoñez (Marco Antonio Solís es el rey en tal sector), compositores como Yupanqui se erigen silenciosas e inamovibles cúspides literario-musicales. Qué lejos se ven, analizados con rigor, los temas de nuestros cantantillos frente a una milonga trabada con toda malicia por un viejo como don Ata. Y no me refiero con eso de “malicia” al truqueo verbal que cualquier versificador de cantina puede dominar si se lo propone y si lee con atención una preceptiva. El caso del argentino está más allá; sin desatender la forma, que en su caso siempre es pulcra, hay un fondo de vida en cada uno de sus versos, como palabra de gurú en todos los secretos de la existencia.Cantado sobre todo por Alfredo Zitarrosa y Mercedes Sosa, es en la voz de Jorge Cafrune donde mejor lo paladeo. Las “Coplas del payador perseguido”, un poema tan largo como hermoso, es la pieza que resume con mayor amplitud sus facultades y su pensamiento —“Si me dicen “señor” / agradezco el homenaje / mas soy gaucho entre el gauchaje / y son nadie entre los sabios / y son para mí los agravios / que le hagan al paisanaje”—. Pero no sólo en sus canciones fue Yupanqui un tipo con ideas; como escritor, como entrevistado siempre supo hablar con lucidez de gran jefe. Sin aspavientos, sereno como un árbol metido en la tierra hasta el corazón, tenía opiniones que perfilan a un Hombre ejemplar, como cuando recuerda los ires y venires de su niñez, la sabiduría pepenada entre la gente de abajo, la gente con la que supo convivir. Un caso impecable: cuando don Ata nostalgia a su tío Gabriel, analfabeto, interrogado sobre lo que es un amigo: “Un amigo es uno mesmo en otro pellejo”. Hoy, a quince de su partir, viva por siempre el viejo del Pergamino, viva el amigo don Atahualpa Yupanqui.
El 23 de mayo del 92 cumplí 28 años. Malos o buenos, para entonces ya estaban claros mis gustos, los pocos que hasta ese momento pude definir en una vida sin grandes oportunidades. Aquel día lo recuerdo especialmente porque recibí un regalo ingrato, una noticia: Atahualpa Yupanqui había muerto. Nacido en 1908, Héctor Roberto Chavero, que así se llamaba don Ata, era entonces para mí el compositor e intérprete de la música que satisfacía mi secreto deseo de poesía eficaz, sencilla y profunda a la vez en medio de un modesto guitarreo. El paso de los años no ha deteriorado esa admiración; al contrario, conforme han pasado esos tres lustros sin don Ata, más he aprendido a escucharlo, y más también a entenderlo, a quererlo.Frente a una legión de letristas impostados, artificiosamente “trascendentes” (Arjona y Juanes me parecen dos ejemplos acabados de esa fauna chafa) o vacuos hasta la ñoñez (Marco Antonio Solís es el rey en tal sector), compositores como Yupanqui se erigen silenciosas e inamovibles cúspides literario-musicales. Qué lejos se ven, analizados con rigor, los temas de nuestros cantantillos frente a una milonga trabada con toda malicia por un viejo como don Ata. Y no me refiero con eso de “malicia” al truqueo verbal que cualquier versificador de cantina puede dominar si se lo propone y si lee con atención una preceptiva. El caso del argentino está más allá; sin desatender la forma, que en su caso siempre es pulcra, hay un fondo de vida en cada uno de sus versos, como palabra de gurú en todos los secretos de la existencia.Cantado sobre todo por Alfredo Zitarrosa y Mercedes Sosa, es en la voz de Jorge Cafrune donde mejor lo paladeo. Las “Coplas del payador perseguido”, un poema tan largo como hermoso, es la pieza que resume con mayor amplitud sus facultades y su pensamiento —“Si me dicen “señor” / agradezco el homenaje / mas soy gaucho entre el gauchaje / y son nadie entre los sabios / y son para mí los agravios / que le hagan al paisanaje”—. Pero no sólo en sus canciones fue Yupanqui un tipo con ideas; como escritor, como entrevistado siempre supo hablar con lucidez de gran jefe. Sin aspavientos, sereno como un árbol metido en la tierra hasta el corazón, tenía opiniones que perfilan a un Hombre ejemplar, como cuando recuerda los ires y venires de su niñez, la sabiduría pepenada entre la gente de abajo, la gente con la que supo convivir. Un caso impecable: cuando don Ata nostalgia a su tío Gabriel, analfabeto, interrogado sobre lo que es un amigo: “Un amigo es uno mesmo en otro pellejo”. Hoy, a quince de su partir, viva por siempre el viejo del Pergamino, viva el amigo don Atahualpa Yupanqui.