martes, febrero 20, 2007
PASTA DE CONCHOS
Los dichos del gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, respecto a la supuesta presión que recibió del entonces presidente Vicente Fox para “culpar a inocentes” del desastre ocurrido en la mina de Pasta de Conchos, sirven de pretexto para hacer un análisis crítico de la difícil relación entre los gobiernos panistas y las dirigencias sindicales de nuestro país.Por una parte, resulta éticamente lamentable que el gobernador se haya esperado casi un año para hacer su revelación —y casualmente, en una coyuntura en la que Fox ha aparecido como el payaso de las bofetadas—, además de que no ha probado ninguna de sus duras acusaciones. Por otra, para desgracia del ex presidente, las imputaciones —ciertas, exageradas o falsas que sean— no resultan imposibles de creer. Y es que, durante el sexenio pasado, hubo un problema severo de interlocución política entre el gobierno federal y las organizaciones sindicales, tanto las tradicionales como las independientes.El gobierno foxista presumía, con razón, que había logrado una paz laboral sin precedentes en la historia reciente del país. Casi todos los conflictos se resolvieron por la vía de la conciliación y solamente, hacia el final del sexenio, hubo uno que impidió el “juego sin hit” de las autoridades del Trabajo: precisamente el de los mineros. El éxito en la interlocución laboral, ayudado por el menor peso en los medios de las burocracias sindicales, obscureció el fracaso en la interlocución política.Esa paz laboral es la que se mide en horas-hombre perdidas por huelgas, paros y movilizaciones; es la que deriva de la mediación de las autoridades entre patrones y obreros; tiene elementos de política, pero es sobre todo económica. El otro lado de la relación, el que no es primordialmente económico, y tiene que ver con la independencia, la estabilidad, la autonomía y la influencia político-social de los sindicatos, ha sido terreno de fracasos y desencuentros.Hay un elemento histórico en todo esto. Acción Nacional es un partido que nació y creció como organización de ciudadanos individuales que sumaban voluntades, mientras que las organizaciones sindicales, forjadas al calor del nacionalismo revolucionario, son colectivas y durante muchos años fueron estrictamente corporativas. Aunque muchos obreros hayan votado por el PAN en las últimas décadas, es un hecho que sus organizaciones laborales históricamente han sido terreno ajeno al activismo de Acción Nacional. Lo mismo sucede con los campesinos. Como si, en el mapa del quehacer panista en el entramado social, hubiera una frontera ante esas clases/colectividades, y un anuncio, como en las regiones africanas del antiguo imperio romano: Hic sunt leones. Aquí hay leones y mis centuriones ni se meten.A partir de sus victorias electorales locales, algunos panistas comenzaron a explorar la terra ignota, con tan escasa fortuna que no se ha sabido de sindicatos que se hayan acercado al PAN como partido. Los únicos casos documentados sucedieron en Coahuila y Michoacán, cuando disidentes del sindicato minero —extrañamente, maoístas que seguían la línea de “unidad política, lucha ideológica”— fueron candidatos blanquiazules, llegando incluso a ganar el municipio de Monclova.Si el PAN no se acercó a los sindicatos, convencido tal vez de que en su esencia vivía el corporativismo, los sindicatos —o mejor dicho, los líderes— sí se acercaron a los gobiernos panistas. Fue el caso de la pasada administración federal.Al inicio del foxismo, había diálogo por todos lados. Con la UNT, y en particular con Francisco Hernández Juárez. También con el Congreso del Trabajo, con un acercamiento evidente de parte de su entonces presidente, Víctor Flores, Gamboa Pascoe —en su papel de líder de la CTM— buscó puentes. Elba Esther Gordillo hizo lo mismo, e incluso ella misma los tendió. Había varios proyectos e intereses mezclados en estos diálogos. Desde la mera defensa de la franquicia, hasta propuestas de colaboración amplia en temas como la reforma del Estado y la nueva legislación laboral. Todos los dirigentes intentaban negociar cuestiones político-sindicales, y tener cierta influencia en la toma de decisiones de la administración de Fox. Esa influencia terminó siendo mínima. Varias razones la explican, aunque todas tienen que ver con la indecisión que caracterizó al foxismo. Una de estas razones era el carácter básicamente opositor de los sindicatos. La mayoría de ellos eran priistas. Los otros podían apoyar con más decisión algunas propuestas modernizadoras, pero se les consideraba cercanos al PRD, por más que hicieran profesión de apartidismo. La relación del gobierno federal con los sindicatos quedó, a la postre, supeditada a su relación con los partidos que supuestamente los hegemonizaban. En la medida en que no había una política clara hacia priistas y perredistas (o, mejor dicho, en que esta política sufría vaivenes), lo mismo sucedía con los sindicatos.La otra razón complicaba más las cosas. El gobierno sufría de una suerte de disonancia: los sindicalistas eran parte necesaria de un acuerdo modernizador, pero también eran parte de los malos de la película panista de toda la vida. Así, el foxismo no tuvo el talento para capitalizar la actitud, inicialmente abierta, de las dirigencias sindicales, que se le fueron alejando, algunos más despacio y otros más rápido. Y la mayoría se decidió a torpedear toda iniciativa gubernamental.Lo que quedó entonces fue una relación ríspida, en la que el gobierno parecía querer desmantelar a las dirigencias que consideraba más obsoletas y corruptas, pero —dada la lejanía histórica entre el PAN y la clase obrera organizada— carecía de opciones propias de recambio.En ese contexto se inscribe el enfrentamiento entre el pasado gobierno y la dirigencia sindical minera, que es lo que hace creíble, al menos parcialmente, lo que podría ser un infundio vertido por el gobernador Moreira (cuya elección, por cierto, se inscribe en el contexto de la importancia del sindicato minero en la vida política coahuilense). En otras palabras, y a modo de conclusión, al gobierno de Felipe Calderón y a la Secretaría del Trabajo le toca una tarea mucho más grande de la —ya de por sí difícil y terrible— de aclarar, con pelos, señales y responsables penales, qué condujo al desastre de Pasta de Conchos.